“Canícula” rima con “Calígula” y el espíritu de Nerón, y no el de Rodríguez de la Fuente, devora bosques como Saturno hijos. El Sistema Europeo de Información de Incendios Forestales (EFFIS) cifra en 121.000 las hectáreas de superficie forestal arrasadas por el fuego en lo que va de año. El zoólogo que quise ser se apena por la tragedia ecológica, por la pila de corzos, lobos, aves y lagartos que la han diñado. A diferencia de la tipa esta de les gallines que se baña en bolas con un cerdo –nihil obstat; como decía Cela, “que cada uno se corra como quiera”–, qué le voy a hacer, sufro más por los caídos de mi especie. Han muerto dos personas: un brigadista y un ganadero. Se ha viralizado un vídeo protagonizado por un tipo, Ángel Martín Arjona, que ardía vivo. El amigo Chapu Apaolaza apunta que tiene el 80% del cuerpo quemado. Los municipios evacuados se cuentan por docenas. Aun así, la hecatombe no se libra del pringoso, constante y cansino cainismo nuestro. Cualquier excusa es buena para vender, adoctrinar, señalar y atizar. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, declaró en Monfragüe, otrora arcadia del buitre negro y del leonado, que “el cambio climático mata”; las derechas exigen limpiar los montes a la vez que, en Castilla y León, rechazan mociones para que los operativos sean “permanentes, coordinados y perfectamente dotados de medios humanos y materiales”.
Se conjugan como adversativos dos argumentos que, en mi opinión, debieran ser copulativos. Quienes niegan el cambio climático juegan en el equipo filial de los terraplanistas. El director del Departamento de Ciencias de la Tierra del Centro Nacional de Supercomputación, Francisco J. Doblas Reyes, explica en El Mundo: “Las olas de calor, la ocurrencia de sequías, los incendios y las precipitaciones muy intensas aumentan a medida que aumente el impacto de los gases de efecto invernadero”; el ecólogo del CSIC Fernando Valladares, en TVE: “Este verano, con todo lo tremendo y caluroso que está siendo, es, posiblemente, de los más frescos en lo que nos queda de vida”. Madrid, literalmente, se ha convertido en un asesino térmico. Durante el mes de julio, dormir en el foro ha sido un trabajo hercúleo, una tortura tan insufrible como un debate sobre el estado de la Nación. Quien lo probó lo sabe. Los gorriones boqueantes que pululan por las terrazas de La Latina lamen el agua que exudan los hielos que algunos clientes piadosos les dejan en el suelo.
Por otro lado, el establishment evangelizador y plañidero que reivindica la España rural en mítines, parlamentos y redes sociales haría bien si aparcara las turras dialécticas y pasara a la acción. Es fácil hacerse un selfie invocando a la Pachamama en una aldea de Teruel o recitar poemas bucólicos encubiertos en cumbres supranacionales con multimillonarios; lo difícil, lo que te cruje la espalda, lo que te convierte las manos en un campo minado de callos es vendimiar, varear, podar y arrancar hierbajos. Y los fariseos de lo ecosostenible, a la hora de la verdad, se han escudado en un “que lo hagan otros”. El descuido en la conservación de las masas forestales ha sido terrible y vergonzoso. El país se incinera así porque los pueblos se vacían, por la desidia de sus políticos y, sí, también, porque el clima se está convirtiendo en un psicópata implacable. Tenía razón Leonard Cohen: “He visto el futuro, hermano, / es un asesino”. Haré caso al sindicalista de UGT que instó a “disfrutar del verano” y me piro a Cádiz de vacaciones. Necesito bajar los plomos para seguir viendo, sin desfallecer, cómo nos terminamos de ir a la mierda tras el estío. Cuídense y sean felices, aunque sólo sea por fastidiar a los envidiosos.
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