Lecturas de verano es una serie semanal dentro de la sección Omoshiroi. Escribo de algunos libros que te pueden acompañar en estos días tan largos y donde la imaginación se desborda entre aroma a salitre, aire acondicionado urbano o un monte perdido.
La obra:
Ha escrito Juan Antonio Vigar, crítico cinematográfico, ex director del Aula de Cultura del diario Sur y director del Festival de Cine de Málaga y del Teatro Cervantes, un libro (El estanque vertical se llama y que lleva como subtítulo Pequeñas historias de los grandes mitos del cine, editado por el Servicio de Publicaciones de UNED Melilla) que es una delicia para los amantes de la gran pantalla.
También va a interesar a los que desconocen la seducción de las estrellas del dorado Hollywood, aquel que con fotogramas en blanco y negro conseguían, y logran todavía con sus interpretaciones, emocionar a una infinidad de espectadores de todo el mundo con personajes inolvidables, diálogos creíbles y solventes guiones. Y, como dice el autor, “a veces, la realidad no quiere dejarse de películas”.
El principio:
“El viento frío y desapacible del invierno de 1929 ondulaba los cabellos de aquella mujer solitaria que, ensimismada en sus pensamientos, se mostraba ajena al ir y venir de gentes en la concurrida cubierta del barco”.
La frase:
“Esther Williams es hoy una sirena varada en el olvido. (…). Esther se lanzó al agua y nadó. Nadó hasta asfixiar la rabia y el dolor, hasta que no quedó ni una brizna de aire en sus pulmones”.
Lo mejor:
La calidad de la escritura, potente en imágenes, literaria y apasionada, de estos 24 perfiles, no solo fijándose en la obra de directores, actores y actrices, sino en detalles humanos; delirios de grandeza, fracasos y cielos: champán y sapos. Es muy sugerente la imagen del pequeño silbato de oro de Humphrey Bogart, “una llamada de amor al sueño eterno de la muerte”.
El prólogo del escritor Miguel Ángel Oeste, denominado Una lectura luminosa, y trufado de guiños y expectación a las páginas que están a punto de ser devoradas por el lector que entra en “el olimpo personal” de Vigar, como remarca Pablo Bujalance.
El título del libro, que lo toma prestado de una frase acuñada por Manuel Alcántara, la metáfora de lo que la pantalla de cine era para el poeta, cronista de boxeo, articulista y maestro de periodistas.
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