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El exilio español en México, una historia de complicidad

El exilio español en México, una historia de complicidad

Es cierto que sin México muchos españoles exiliados en los años 30 y 40 del siglo XX no habrían tenido siquiera un modo decoroso de morir. Pero también es cierto que sin el valor de todas esas personas que llegaron a tierras mexicanas, México hubiese perdido una poderosa y muy valiosa fuerza intelectual que le dio un sello especial a su cultura y cuyos ecos reverberan hasta nuestros días. En ese intercambio solo vale destacar las complicidades que permitieron a unos obtener libertad y dignidad, y a otros una perspectiva cultural que ensanchó, y de qué manera, su espíritu. Pero hoy que vuelan los mensajes con demandas cuanto menos extemporáneas (la carta presidencial mexicana exigiendo perdón a la España actual) y regresan con algunos mensajes fuera de tono (las declaraciones cuasi racistas de la peor derechona española pretendiendo que sin España México seguiría en taparrabos), hace falta mesura e inteligencia. En ese contexto se ubica el historiador José María Murià (Ciudad de México, 1942), quien acaba de publicar un libro titulado De no ser por México (Porrúa), en el que reflexiona acerca del acontecimiento que entrelazó de nuevo la historia de España y México, y quiere servir de homenaje a los mexicanos que pusieron todo el empeño que se requería, en la más amplia medida de sus fuerzas, para rescatar a los expatriados y con ello reasumir, para el futuro, la causa de la legitimidad contra el asedio de la violencia, momentáneamente victoriosa, que asoló a España y la sumió en un tiempo obscuro. Egresado de la Universidad de Guadalajara y doctor en historia por El Colegio de México, hijo de Josep María Murià Romaní y Anna Rouret, catalanes exiliados durante la época del franquismo, el autor ha querido con esta obra que los jóvenes, sobre todo aquellos descendientes del exilio que llegó a México, se enteren de que este país hizo milagros para que sus padres y ellos mismos pudieran tener lo que tienen, y para salvar la vida de sus abuelos. Murià sostiene que el empeño no es baladí, pues ha encontrado casos, sobre todo de una segunda generación de hijos de exiliados españoles que nacieron y se educaron en México, que se volvieron muy pedantes. ‘‘Una vez, en una reunión con bastantes hijos de refugiados, alguien soltó una frase por la que nadie protestó, salvo yo. Dijeron: ‘Nosotros sacamos a México de atrás de la cortina de nopal’. Me indigné. ¡Me pareció tan ofensivo! Luego, una señora se lamentó que la hija de una amiga se iba a casar ‘con un mexicano’. Es decir, muchos exiliados o sus descendientes se forjaron tal imagen de perfección que el hecho de señalarles una tara los saca de balance’’, dice don Josep. En la obra se hace un recorrido más sentimental que académico, en el que se da cuenta de los brigadistas internacionales, los niños de Morelia, la visita del Barça a México y el fin de la selección vasca, la Casa de España en México, la irrupción de los nazis en Francia, Gilberto Bosques en Marsella y los campos de concentración, episodios en los que la «epopeya de la diplomacia cardenista» hizo mucho por los españoles y que, incluso en la propia historia general de México, se ignora. Honor a quien honor merece.

EL DIABLO EN EL CUERPO

"Armando Vega Gil: No se culpe a nadie de mi muerte: es un suicidio, una decisión voluntaria, consciente, libre y personal."

El pasado lunes 1 de abril, el cuerpo del escritor, fotógrafo, director y guionista mexicano, ganador del Premio Bellas Artes de Cuento Amparo Dávila 2006, Armando Vega Gil, apareció colgando de un árbol en la colonia Narvarte de la Ciudad de México. Tras ser acusado anónimamente de acoso sexual a una menor en la plataforma #MeTooMusicosMexicanos, esa misma madrugada, el autor de novelas como Ritual del lagarto o Rockboy y la rebelión de las chicas, de poemarios como Entre sueños te veas o La ventana y el umbral, y de libros para niños como El enigma del hoyo en el pantalón o Momias, ángeles y espantos, había tuiteado: “No se culpe a nadie de mi muerte: es un suicidio, una decisión voluntaria, consciente, libre y personal”. Fundador del grupo musical Botellita de Jerez, Vega Gil no aguantó la presión de un movimiento que ha puesto contra las cuerdas la impunidad con que muchos hombres en México han actuado con las mujeres pasándose de la raya. Sea el caso o no de Vega Gil, sus colegas de grupo han puesto sobre la mesa una serie de reflexiones que es oportuno apuntar: si bien reconocen que el anonimato de las víctimas es un recurso para protegerse, también consideran que los espacios de denuncia pública «necesitan urgentemente de filtros, protocolos, normatividades internas y marcos éticos que garanticen el ejercicio de los derechos de presunción de inocencia, verdad, justicia y reparación, logrando distinguir las venganzas oportunistas”, porque como bien dicen, “no hacerlo nos coloca frente a un escenario de futuras imputaciones sin sustento, a la exhibición mediática de inocentes, linchamientos morales, estigmatización, descrédito y daño en la reputación de las personas señaladas y sus familias”.

"No basta con reivindicar el feminismo y las nuevas masculinidades que se afanan en lograr la equidad de género si solo son una pose"

Por su parte, tras reiterar que se vive en un país sumamente machista, el movimiento #MeTooMusicosMexicanos dijo adiós a las redes tras el suceso y a través de una carta en su cuenta de Twitter señalaron que en México “aún no se entiende la libertad, el respeto ni el dolor de una mujer”, y agregaron que “jamás incitamos a alguien a hacerse ningún daño ni a acabar con su vida en lugar de afrontar los hechos ante las autoridades”. Y recordaron que era para evitar amenazas y represalias que la plataforma se había comprometido a no facilitar en ningún caso el nombre de ninguna denunciante que hubiera solicitado el anonimato; pero aseguraban un protocolo según el cual no se recibían denuncias hechas desde cuentas anónimas ni a nombre de terceras personas, y se comprometían a confirmar la veracidad de los hechos, incluyendo además el derecho a réplica. Lo cierto es que no basta con reivindicar el feminismo y las nuevas masculinidades que se afanan en lograr la equidad de género si solo son una pose, como tampoco basta oponerse a los fundamentalismos, vengan de donde vengan, ya sea desde la violencia machista recalcitrante o de individualismos pseudofeministas. Hay que buscar, en efecto, puntos de encuentro, respetando las diferencias. Y, sobre todo, hay que hacer evolucionar de una vez por todas las actitudes con que muchos hombres se relacionan con las mujeres en México. Y viceversa. Menos paternidad, menos maternidad, y más fraternidad.

EL TONAYA Y SUS VALEDORES

"Cuando esa violencia se traduce al lenguaje y acaba estampada como literatura, el resultado puede ser alucinante"

La violencia en México es ya un tópico. Pero cuando esa violencia se traduce al lenguaje y acaba estampada como literatura, el resultado puede ser alucinante. El Tonaya no perdona (Grijalbo), libro del escritor Edson Lechuga (Puebla, 1970), es un ejemplo de ello. Se trata, como bien apunta el crítico mexicano Roberto Pliego, de una pieza de violentísima textura y lenguaje crudo que pone la mirada en un grupo de personas que viven en el margen de todo: lo social, lo familiar, lo sentimental, lo humano. “Así, ñero, vivir en las calles de esta ciudad es romperse la madre, pelarle los dientes al destino, saber que ésta es tu última pinche oportunidad de ser algo, pese a que este ‘ser algo’ signifique pasar hambre, entrar en delirios, tirarse de cabeza, hacerse daño, morirse a cachos: deshacerse. la calle es del escuadrón y el escuadrón somos nosotros: el salva, el chaparro, el ojitos, la güera y yo», se lee en la obra. Para escribir este texto, Lechuga recabó durante un año los testimonios de un grupo de indigentes que ocupaban algunas calles del Centro Histórico de la Ciudad de México, y esos materiales terminaron adquiriendo la forma de un novela, derivada de las posibilidades del lenguaje. Autor de obras como Luz de luciérnagas, Anoche me soñé muerta o gotas.de.mercurio, Lechuga ha sabido dotar de ritmo y estilo al habla lumpen chilanga, valiéndose de toda una avalancha de improperios, obscenidades y escupitajos contra el destino hasta convertir esos materiales en literatura. Y ha escrito, de igual modo, una balada de amor-odio a la Ciudad de México, imaginada como un vertedero a donde van a parar los despojos de quienes eligieron la bendición del aguardiente y no la maldición de la familia o la oficina. Los humores de tal escenario llegan hasta el lector de la mano de cinco seres en ruinas que se aferran a seguir por la delgada línea que separa la vida de la muerte y, en ese acto de malabarismo, van ofreciendo una parte de sus recuerdos y en sus intentos por definirse, cuentan su historia a golpes de incertidumbre y rabia. No quieren nuestra simpatía ni aspiran a dejar huella. Sólo están ahí, mendigando un cigarro o esperando el momento de hacerse con una botella de alcohol. “la calle”, dicen, “es aquello que se dobla, carnal. aquello que se va venciendo de a poco. la calle es la soledad y la sonrisa. juntitas, cuatas, mancuernadas como botón y ojal”. Ah chingá.

COMER Y LEERSE UN BUEN MOLE EN MÉXICO

En vísperas de cumplir medio siglo de existencia, el restaurante El Cardenal, donde se sirven los mejores moles de la ciudad de México, hace recuento de vida en el libro El Cardenal: Historia de una mesa de familia (Editorial El Equilibrista). Para Marcela Briz Garizurieta, hija de los fundadores y anfitriona del volumen, ilustrado con fotografías de Ignacio Urquiza, esta obra es una manera de cerrar una etapa histórica del negocio iniciado por sus padres en 1970, en el portal de un edifico en la esquina de Moneda y Seminario, en el Centro Histórico, y que hoy cuenta con cuatro establecimientos. Consciente de que la ciudad vive inmersa en una época de comida rápida, tacos de banqueta y falta de tiempo para disfrutar de la buena mesa, Briz Garizurieta dice que uno de los esfuerzos de El Cardenal para seguir adelante ha sido ofrecer a los clientes una cocina auténticamente mexicana, de milpa, temporada y recolección, apegada a procesos originales, como el del nixtamal, con el que se siguen haciendo las tortillas que se sirven, elaborándolas no con harina ni maíz transgénico, sino con maíz criollo, como mandan los cánones. El libro contiene textos de Ángeles González Gamio, Cristina Barros y Marco Buenrostro, y un prólogo de Juan Villoro al que se suman testimonios de diferentes personalidades, e incluye medio centenar de recetas, divididas en almuerzos y desayunos, comidas, postres y salsas, además de las que se denominan recetas históricas. Como dice Villoro, toda comida mexicana que aspira al éxito es una forma de la eternidad. Buen provecho.

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