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El extraño caso de Stephen King

El extraño caso de Stephen King

El comienzo de curso se presentaba tranquilo. Sin embargo, nada más empezar septiembre, una periodista de un medio audiovisual nacional me contactó con urgencia: «¿Puede darme una breve entrevista sobre la polémica de Stephen King?». Al principio pensé que King se había muerto, pero morirse es algo bastante normal, de modo que un hecho tan irremediable podría causar tristeza, pero no revuelo. Después recordé los habituales twits del escritor criticando a Trump, pero al instante me di cuenta de que esto era casi rutinario y de que, a mayor abundamiento, yo no tenía gran cosa que aportar ni que decir en el asunto.

—Perdone, no sé de qué polémica me está hablando.

—¿No? En Estados Unidos lo prohíben… ¡Por pornográfico!

¿Pornográfico? ¿King? No sé si ustedes lo habrán leído, pero no es lo que viene siendo un autor dedicado al erotismo. Su especialidad, de hecho, se encuentra en cincelar perfiles psicológicos de personajes oscuros, ambientaciones, situaciones de suspense, angustia y terror. Pero lo que es sexo, poco. Y miren que me leí El juego de Gerald, en el que una pareja juega a atarse con esposas a la cama antes del acto, con la desgracia de que se muere el que estaba libre de ataduras: ni siquiera con una premisa semejante había nada en la trama que pudiese soliviantar a la moral más elevada, porque la gracia del asunto estaba en ver cómo la mujer esposada podía liberarse, teniendo en cuenta que la vivienda donde habían sucedido los hechos se encontraba alejada de todo y que un tipo siniestrísimo se paseaba a sus anchas por la zona. ¿Recomendaría la lectura para un niño? No, pero para eso están las escalas de edades recomendadas, no hace falta prohibir la lectura.

"Los libros nunca han sido y nunca deberán ser manuales de conducta, sino reflejos costumbristas y sociales, juegos y fantasías que ayuden a desarrollar la imaginación y el pensamiento crítico"

Sin embargo, en el estado de Florida no han pensado lo mismo, y su gobierno ultraconservador ha dado carta blanca a los profesores para prohibir hasta 23 libros de Stephen King —que ya ha manifestado su sorpresa de forma pública—, y novelas como la de Isabel Allende de La casa de los espíritus o, incluso, un diario adolescente como el de Ana Frank. Y el sexo siempre es el problema, a pesar de que EEUU es uno de los mayores consumidores de pornografía del mundo. Yo ya no sé si esta clase de vandalismo literario obedece a estupidez, a falta de formación o a fanatismo; tal vez la causa se encuentre en un totum revolutum de todas estas fuentes, pero desde luego la educación sería fundamental. Los libros nunca han sido y nunca deberán ser manuales de conducta, sino reflejos costumbristas y sociales, juegos y fantasías que ayuden a desarrollar la imaginación y el pensamiento crítico. Lo que ha sucedido con King me ha recordado lo que pasó en España hace unos años —y que supongo que sigue sucediendo— con los cuentos infantiles tipo La bella durmiente, Cenicienta… Se retiraban porque la mujer era un florero que esperaba ser rescatado siempre por un varón. Estoy en completo desacuerdo con esta censura: no por eliminar estas historias dejan de existir, del mismo modo que no por eliminar a Napoleón de los libros de historia dejará de haber hecho de las suyas en Europa. Siempre he defendido que se cuenten las historias a los jóvenes ofreciéndoles un contexto, dedicándoles tiempo, que eso a lo mejor es lo que nos cabrea, el no poder entregar el libro sin más, para que el código moral que creamos correcto se desvele por sí mismo.

"Se supone que somos los animales más listos del planeta, pero, ¿cómo es posible conservar la inteligencia y, a la vez, perder la sabiduría?"

Me sucedió algo parecido en el grupo de WhatsApp del colegio de mi hijo, hace años: una madre quería plantear una queja conjunta porque el colegio había puesto de lectura a niños de nueve años Las mil y una noches, en su versión juvenil adaptada. En efecto, en este maravilloso libro hay unas cuantas escenas de sexo, pero muy comedidas: solo se dice que tal dama sedujo a algún sultán, que hicieron el amor durante la noche y cosas por el estilo. No se describe el acto, no hay erotismo alguno. Pero sí hay muertes, muchas. Y todas salvajes. Asesinatos diarios por arma blanca, traiciones, liquidación de unos cuantos ladrones con aceite hirviendo… Sí, los famosos de Alí Babá y la cueva, que los pobres no terminan nada bien. Según aquella madre, que no había leído el libro, el ánimo criminal tenía un pase, pero hacer el amor era una obscenidad. Ni qué decir tiene que, por una vez, participé en el grupo de WhatsApp para dar mi amable opinión sobre la censura y sobre las criaturitas que estamos dejando en este mundo, adoctrinadas de las formas más locas imaginables. Nadie más opinó, todos guardaron silencio. El asunto se olvidó y los chavales leyeron el libro, pero tuve la sensación de que nos adentrábamos en la cultura del miedo, en un tiempo en el que opinar parece una revolución.

Se supone que somos los animales más listos del planeta, pero, ¿cómo es posible conservar la inteligencia y, a la vez, perder la sabiduría? Es un misterio tan complejo e insondable, quizás, como el del extraño caso de Stephen King.

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Pablo
Pablo
3 meses hace

Me apunto su frase, que cristaliza maravillosamente la deriva de nuestra sociedad: «¿cómo es posible conservar la inteligencia y, a la vez, perder la sabiduría?».
Excelente

ResPublicae
ResPublicae
3 meses hace

La falta de formación conduce a la estupidez. De ahí a tener menos luces que un candil «apagao» hay una distancia ínfima.

Elena
Elena
3 meses hace

Una de las experiencias de mi infancia que tengo grabadas fue ver la hoguera a la que echaron los libros de Alonso Quijano al comienzo de la conocida serie de dibujos animados, literalmente se me llenaron los ojos de lágrimas. La censura NO tiene lugar en una sociedad libre (que no es la nuestra actual, como Orwell visionó tan certeramente) pero, habiendo dicho esto, recomiendo a la autora de este artículo que ojee los libros, con dibujos sexuales explícitos. que tienen en las bibliotecas de los colegios de primaria en muchos estados usanos. Es uno de los pasos de lo que se llama “grooming” sexual de un menor. Se mencionan las novelas de Stephen King y Las Mil y Una Noches, bastante ridículo el prohibirlos, pero no el groso de lo que se quiere eliminar de las bibliotecas escolares, que algún padre ha mostrado en las reuniones con el profesorado y se lo ha echado por violar sensibilidades.