Cómo un western para un público adulto se convirtió en una novela juvenil con sólo tocar un par de comas
Unos de estos azarosos «viajeros del tiempo» es El fabuloso destino de Makatae-Witko y Diego Murrieta. Una historia de indios y vaqueros (Edebé, 2024), mi primera incursión en el universo de la literatura infantil y juvenil. El caso no merecería mayor atención de no ser por un pequeño detalle: fue concebida y escrita como una pieza orientada a un público adulto, y acabó convirtiéndose, cinco años después, en una novela para jóvenes… sin que yo modificase nada del primer borrador, salvo algunas comas.
Antes de aclarar este asunto, me gustaría comentar qué me llevó en primer lugar a escribir un western, puesto que nunca he sido un gran amante del género (y, ahora que lo pienso, ni siquiera sé si he leído una novela de pistoleros en toda mi vida; razón por la que tal vez me saltase algunas convenciones durante la redacción).
En fin, la cosa tiene que ver con mis primeros recuerdos referentes a la lectura. Unos recuerdos tan lejanos que se confunden con el vaporoso terreno de la autosugestión y la invención.
El caso es que creo recordar a mi abuelo materno leyendo novelas de vaqueros. Las leía sentado sobre una caja de fruta colocada en vertical. Las doblaba, pegando portada y contraportada.
También recuerdo a mi padre hojeando viejas novelas de bolsillo escritas por don Marcial Lafuente Estefanía.
Pero quizá la impresión más difusa y determinante tiene que ver con mi abuelo paterno, a quien no llegué a conocer, ya que falleció cuando mi propio padre contaba con apenas tres años de edad. De él heredé su nombre y una imagen imprecisa. Creo que era tratante de ganado, algo que de niño no sabía cómo interpretar (todavía a fecha de hoy me sigue pareciendo una ocupación enigmática). El caso es que, de alguna manera, mi imaginación infantil lo convirtió en un cowboy. Un cowboy fantasma, concretamente. Alguien que nunca llegó a morir en sentido estricto, sino que se desvaneció sin más entre el polvo del desierto sureño.
El fabuloso destino de Makatae-Witko y Diego Murrieta es un homenaje no sólo a aquellos hombres de mi familia (la novela está dedicada a mi padre, el cowboy más generoso y honrado que he conocido), sino a mis primeros recuerdos sobre libros, antes incluso de convertirme en lector, y que de algún modo debieron despertar en mí la curiosidad por el misterio que se escondía entre aquellas páginas amarillentas.
Escribí el primer borrador de El fabuloso destino de Makatae-Witko y Diego Murrieta en 2019, después de la publicación de un librito que había cosechado ciertos éxitos fuera de nuestro país (no pienso que venga al caso mencionar su título. Baste señalar que, a fecha de hoy, ha sido traducido a once o doce idiomas y subiendo). La intención, no lo negaré, era, por una parte, tratar de replicar el acierto y, por otra (difícil maniobra), intentar distanciarme un poco de la obra anterior, ya que detesto repetirme y me horroriza la idea de encasillarme.
Con la mente puesta en un público adulto, el resultado me hizo albergar serias dudas. Quiero decir con esto que a mí, que disfruto por igual de los relatos orientados a cualquier edad, la novela me parecía de lo más sugerente. Pero, conociendo los entresijos de la industria editorial, organizada en compartimentos estancos, tenía muy claro que mi fábula de indios y vaqueros con una elevada dosis de filosofía, ecología, pacifismo, realismo mágico y humor, escrita en un estilo ligero y desenfadado, quizá no terminase de encajar en ninguna categoría adulta al uso.
Decidí guardarla en madera de roble para ver cómo fermentaba.
Desde ese momento, la fui revisando una vez al año y en todo ese tiempo me limité a alterar el orden de algunas comas, ajustar la extensión de algunos párrafos y pulir alguna frase, poco más. Todo ello mientras esperaba que el propio texto me aclarase qué le faltaba, cuando lo cierto era que no le faltaba nada.
Al final, llegué a la conclusión de que su sitio se encontraba en otro lugar, un poco alejado de la sección de ficción para adultos.
A fin de no hacer muy pesada la anécdota, diré que la novela llegó a las manos de Elena Valencia, mi editora en Edebé. (Aprovecho, por cierto, para agradecer y aplaudir la valentía de todo el equipo a la hora de apostar desde el primer momento por un trabajo tan inclasificable.)
De manera inicial, se barajó sugerirla para un público a partir de catorce años. Y a mí me pareció arriesgado, pues la carga filosófica de la novela, si bien camuflada, era considerable. Pero opté por dejar la cosa en manos de quienes estaban más familiarizados que yo con ese sector del público.
Sin embargo, mis alarmas se dispararon cuando dos días después mi editora me escribió para decirme que habían decidido rebajar la edad recomendada a los doce años. «¿Doce años?», me pregunté. «No hay un niño o niña de doce años que pueda leer esto».
Para que el lector de esta nota pueda comprender mis reticencias, diré que en el capítulo 16 —en la página 84 de la primera edición, en caso de que esta nota no trascienda—, dejé pasar una errata-no-errata que la correctora interpretó como fallo, cuando en realidad era un término filosófico y psicológico muy técnico. Me dije que, si a una lectora avanzada se le había pasado, quizá a una persona de corta edad directamente le hiciera cerrar el libro. (Puedes ponerte a prueba y ver si logras reconocer el término original.)
Para mi consuelo y alegría, los jóvenes lectores han demostrado estar mucho más abiertos a los argumentos que la mayor parte de personas más curtidas (léase adultas), notablemente más proclives a insistir en sus puntos de vista y a validarlos a toda costa que a abrirse a explorar otras ideas. O, dicho de otro modo, tras revisar mis propios prejuicios, he llegado a la conclusión de que los jóvenes lectores son unos filósofos natos (amén de un público exigente, directo y sincero).
He disfrutado tanto de la experiencia en un sector que acoge tan de buen grado la libertad creativa y la imaginación desatada, que no tiene sentido negar que volveré a adentrarme en el terreno de la literatura infantil y juvenil más pronto que tarde.
No obstante, lo que quiero decirte a modo de cierre es que, si te ves alargando la mano hacia este libro —puede que porque se lo hayan recomendado en el colegio a tu hijo o hija o sobrino o hermano o vecino, o porque te topas con él en cualquier librería—, no te prives. Estoy seguro de que encontrarás algo que sea de tu interés y, sin duda, logrará sacarte una sonrisa en estos tiempos oscuros y desencantados. Después de todo, cuando lo escribí estaba pensando en lectores como tú.
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Autor: Gabri Rodenas. Título: El fabuloso destino de Makatae-Witko y Diego Murrieta. Editorial: Edebé. Venta: Todostuslibros
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