Hay ocasiones en las que solo existe una manera de comunicar. Hay ocasiones en las que un libro dice mucho más de lo que puedes leer. Konets es uno de esos libros, como lo fue Khïmera, su hermano mayor. Y es que esta novela es como un cometa que deja una larga estela a su paso, porque las aproximadamente 125.000 palabras que la forman, hacen resonar casi el millón de palabras que llevamos a la espalda. Cuando esto ocurre, solo hay una manera de intentar expresar las sensaciones que nos genera: igual que lo ha hecho el autor. Esto es, en cuatro movimientos.
Primer movimiento Vivace ad libitum
Podemos echar la vista atrás y pensar en el momento en el que cayó en nuestras manos el primer libro que abre este universo. Memento Mori. Un libro maravilloso que te presenta más preguntas que respuestas y que nunca hubiéramos imaginado que nos hiciera viajar, sentir y sufrir de la manera que lo hemos hecho con todo lo que ha venido detrás. ¿Por qué nos regocijamos los “Gellidistas” en el placer culpable de ver sufrir a estos personajes? ¿Qué extraño magnetismo tiene la narrativa de César Pérez Gellida que nos obliga a volver a él una y otra vez?, ¿Dónde empieza todo?… Puede que ésa sea la pregunta. Si me permitís una licencia literaria, yo me imagino el principio de la siguiente manera:
Comisaría de distrito de las Delicias
C/ Gerona, s/n (Valladolid)
26 de mayo de 2014El inspector Sancho había pasado la mañana con su pelirroja barba metida entre papeles. Los informes se habían ido apilando alrededor de su escritorio, sin más orden que el azar, sin más concierto que las piezas de un puzle recién abierto. Una mañana vacía, una mañana perdida, una mañana sin nada que reseñar, como hacía meses que no tenía una. Una gran mañana. Eran las dos de la tarde y mientras disfrutaba de la placentera sensación de hastío, un rugido nacido de lo más profundo de su famélico vientre le devolvió a la realidad.
– Hora de comer- anunció el pelirrojo en voz alta lanzando una invitación a los presentes.
– ¿Has visto al pájaro que nos han metido en la jaula esta mañana? – Inquirió Peteira sin levantar la vista de su teléfono móvil – Da un mal fario del carajo.
– No me he enterado. Llevo toda la mañana ensayando la caligrafía con el papel higiénico de Travieso. Tiene que limpiarse el culo con tanto informe porque si no, no me lo explico. Es de culo duro, el cabrón. – contestó Ramiro Sancho mientras se levantaba al tiempo que se ponía la cazadora. – Te apuesto el menú a que es uno de los carteristas de los que hablaba antes Botello.
– ¿Apuestas sobre carteristas? Como dicen en mi tierra: “Con tu mujer y con el dinero no juegues, compañero”- canturreó el gallego con la vista aún clavada en la pantalla del teléfono.
– Mira que eres agarrado.- replicó Sancho de mesándose la barba.- Voy a ver a ése. Dame cinco minutos y nos vamos a comer, no tardo nada.
En los treinta segundos que tardó en llegar al piso de abajo, tuvo tiempo de saludar a Torres, a dos de la secreta y a Mateo Marín, uno de los de la científica. Al salir del ascensor vio a Botello a la puerta de la sala número uno de interrogatorios y se dirigió hacia él.
– Áxel, ¿comemos? – Preguntó Sancho al tiempo que levantaba sus pobladas y rojas cejas.
– ¿Comer? Joder jefe, mira a ese. Lleva así una puta hora.
Botello levantó la cabeza señalando a través del cristal espejado a un tipo de metro setenta y dos, enfundado en una sudadera negra con la capucha puesta y la vista fija en algún punto de la mesa. Aquel bigardo transmitía tanta calma como recelo, tanta tranquilidad como desconfianza. Tanto era así que cuando Ramiro Sancho entró en la sala, mantuvo los brazos sobre la mesa, con los dedos entrelazados y dibujando círculos con los pulgares.
– ¿Piensas moverte o llamamos al taxidermista? Me han dicho que llevas así una hora. Te tienen que estar matando las cervicales. – Ramiro Sancho rodeó la mesa para ver la envergadura de aquel hombre en toda su magnitud.
– No hay pan sin afán. – Contestó el recluso.
– Coño, nos ha salido redicho el reo. Pues ya tengo arriba un gallego que me surte de más sabiduría de la que necesito así que no me toques los cojones y dime lo que has hecho, que ya es hora de ir a comer. Estoy muerto de hambre.
– Matar. Matar mucho y matar bien. – Mientras el recluso pronunciaba las palabras con hórrida parsimonia, levanto la vista clavando sus ojos en los del pelirrojo inspector.
Los ojos de Ramiro Sancho se abrieron como platos. Sus pupilas eran dos pozos. No lo podía creer. Estaba allí, delante de él.
– Joder, eres tú. – El inspector no daba crédito a lo que estaba viendo.
– Es una manera de decirlo, sí.
– ¡Y tienes los cojonazos de presentarte aquí! Eres un jodido psicópata. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué lo haces? ¿¡Por qué no debería meterte ahora mismo una puta bala entre los ojos!?
– Porque yo guío tus designios. Lo hago por ellos. Ellos me lo piden. Pero eso no es lo que me ha traído aquí. He venido para avisarte.
– Avisarme… Avisarme ¿de qué? , ¿Acaso no me has jodido ya bastante la vida?
– Es posible que sí. Pero también es posible que no. Todo depende del cristal a través del que se mire. El destino está escrito. Por lo menos una parte. No todo depende de mí. Yo soy un mero transmisor de la palabra. Una especie de… juglar.
– Tócate los cojones… ¿Y qué es lo que has venido a decir? ¡Habla!
– Vengo a decirte que te prepares, mi buen amigo. Que intentaré ayudarte, pero todo no depende de mí. No me culpes de lo que vino, ni de lo que vendrá. “Nuestro bien y nuestro mal no existen más que en nuestra voluntad”.
Ramiro Sancho se levantó como un resorte al oír el refrán y dando una patada a la puerta de la sala enfiló el camino de salida dejando al recluso atado a la mesa y con un palmo de narices. En su iracundo rostro ya no asomaba el hambre sino una mirada de rabia contenida que, por casualidad, se cruzó con la de Axel Botello.
– ¿Todo bien jefe?- inquirió Botello.
– Quédate en la puerta. ¡Que ese cabrón no salga de ahí, por tu madre! – Contestó el pelirrojo sin detenerse.- Ese que tienes ahí es el causante de toda esta mierda, ¡joder!
– ¡Jefe! ¿Pero se puede saber de una vez quién es este tío? – Gritó Botello.
Ramiro Sancho se detuvo, se giró y después de un fugaz vistazo a la sala de interrogatorios, contestó:
– ¿Que quién es este tío? … Ese tío…se llama César Pérez Gellida. ¡Hay que joderse!
Segundo movimiento Andante affrettando
La verdad es que me va a costar mucho ser objetivo con esta novela. El caso es que han sido muchísimas páginas acompañando a un montón de personajes que de alguna manera, han pasado a formar parte de tu vida. Algunos has visto nacer, otros has visto morir, e incluso algunos desearías haber matado con tus propias manos. A mí me pasa mucho con el autor. Sueño con matar a César Pérez Gellida con mis propias manos cada vez que hace algo que no debe con alguno de los chicos. Luego lo pienso y me doy cuenta de que pierdo más de lo que gano porque si me lo cepillo, no habría más libros. Y el día que no haya más libros, César, sí que vamos a tener un problema.
Para quien no lo sepa ya, como ya comenté en el artículo sobre “A grandes males”, la obra de César Pérez Gellida versa acerca del Mal. Con mayúsculas. El Mal en cualquiera de sus vertientes. Disfrazado de secuestrador, de asesino, tráfico de armas, tráfico de personas… hasta llegar a su forma más primitiva. El mal por naturaleza. El mal por puro instinto. Eso es Konets.
Éste es un libro muy especial para mí. Quizá por su contenido, quizá por haberlo disfrutado desde el principio, quizá por las charlas hasta altas horas de la madrugada (diferencia horaria con Buenos Aires incluida) discutiendo con el calvo aspectos de la trama y de la psicología de algunos personajes. Konets es un libro especial porque tiene un poco de mí y un poco de todos vosotros. De todos nosotros. Una novela que va a contentar a los amantes del thriller, de las novelas de acción, de las novelas de ciencia ficción, de la novela negra, del thriller histórico y del thriller literario. ¿Este lector existe? Sí, se le llama “Gellidista”. No obstante hay que avisar de lo siguiente: no es una novela fácil, es cierto. Pero estad tranquilos, Konets es Gellida en estado puro.
Tercer movimiento Allegro stringendo
Y es que esta novela cierra un Universo de ocho dimensiones que parecía imposible de cerrar. Konets es una novela con una estructura apasionante. Algo que se sale del ideario de cualquier escritor. Ha necesitado dar forma a este volumen de manera que le permitiera dar coherencia a todo lo creado detrás y eso no era ni poco, ni fácil. Una estructura de tetralogía autoconclusiva, en la que los argumentos no es que se vayan cerrando con absoluta precisión, sino que van dando verdaderos portazos en la cara del lector.
Sin desvelar demasiado del argumento podemos resumir que en esta novela se cuenta, por un lado, cómo llega Olek a ser operador de sistemas de una estación del Khïmera Projekta, y por otro lado, cómo la dirección del proyecto intenta rescatarle de los duendes que le apresan tras escapar con vida de la explosión de la estación de Lukomorie. Obviamente, a partir de ahí nada es lo que parece y como no podía ser de otra manera, César vuelve a jugar con el lector a su antojo.
Konets nos depara muchas sorpresas. He perdido la cuenta de personajes que pueblan este universo y aunque el protagonista de este libro es Olek, hijo de nuestro eterno Augusto Ledesma, hay otro montón de personajes potentísimos que lo acompañan. Creo que ya lo he comentado alguna vez: los personajes de Gellida están vivos. Tolya, Erika, Roger, Bao, Kai-Xi, Frederik, Petra… y un nombre importante. Fátima. Y otro más importante, Ajax. Y el más importante, Olek. Y otras cosas que no os puedo contar. Es increíble ver como personajes tan diferentes y tan antagónicos se complementan tan bien. Y luego están los duendes. Y su papel en este mundo. Joder, adoro a los duendes. Y a los hermanos Chengwu. Y a Frederik.
Mentiría si no reconociera que este libro me supera. Hay tantas cosas dentro que tengo la sensación de que cualquier cosa que diga os va a perjudicar. Qué bonita sensación…
Lo más satisfactorio de la narrativa de César es que no se ciñe a ningún canon. En una época en la que tendemos a catalogar todo lo que pasa por delante de nuestros ojos, los libros del vallisoletano barren un tan amplio espectro literario que para cuando le pones la etiqueta, ya se ha quedado obsoleta. Sólo he podido encontrar en su obra cierta influencia de la obra de Juan Gómez-Jurado. De la misma manera en la que Gómez-Jurado proyecta su inteligencia narrativa en un absolutamente perfecto uso de la metáfora, Pérez Gellida es capaz de proyectar su intelecto en la voz de cada uno de sus personajes haciendo del uso del diálogo una de las más importantes herramientas de su personal kit de escritor.
César ha creado el conjunto de personajes más completos, inteligentes y complementarios que he leído en mi vida.
En el apartado técnico, si tuviese que destacar una de las cualidades de la novela sería la grandísima calidad de las escenas de acción. La lectura de este libro es lo más parecido a una experiencia de realidad virtual. Las balas te pasan rozando. Es puro goce audiovisual en negro sobre blanco. Quizá ésta sea una de las mayores habilidades de Cesar Perez Gellida: ser capaz de dibujar en la mente del lector una imagen extremadamente precisa de lo que está pasando dentro de cada página. Aquí os dejo una muestra. Coged aire:
Hace tiempo que no me preocupo por comprender, solo me ocupo de interpretar correctamente mi papel en la sombra.
―¡Salimos al exterior! ―anuncia Frederik Keergaard―. Olek, estamos en tus manos, no nos falles ahora ―me dice ufano, levantando el terminal RVR que debo conectar al puerto de diagnóstico externo de la Golliat―. Dependemos de ti.
Como no sé qué mierda responder, mantengo mi boca cerrada.
Las siguientes imágenes las recibo de la cámara insertada en la máscara de combate del bogatyr. La humareda apenas permite distinguir el perfil de la nave de combate enemiga, aún así, Frederik progresa a la carrera adentrándose en la espesa y negra incertidumbre con una determinación que solo puede ser fruto de su prodigioso proceso de enriquecimiento ―razono por descarte―. Sus jadeos entrecortados se solapan con el fragor de la batalla que se está librando en la plataforma de transportes. El atronador e inconfundible sonido de las Volnas-TS no ha dejado de escucharse desde que mis compañeros decidieron arriesgar sus vidas para atraer a los centinelas y, de esa forma, despejar el camino de quien yo debo guiar.
Tengo que lograr abstraerme. Me saco los nudillos como parte de mi ritual de concentración.
―Vale, vale, vale. El puerto de diagnóstico está en el nivelador de cola, bajo los rotores de despegue principal, ¿lo ves?
―Lo veo ―me confirma.
―Eso es. La tienes delante. Es esa plancha con números grabados. Mete los dedos por la abertura inferior y tira hacia arriba.
―Hecho.
―Vale, vale, vale. Ahí tienes la placa madre. Saca el RVR y conéctalo a cualquier slot, el resto es cosa mía.
Segundos después ya tengo en mi panel la arcaica encriptación con la que tratan de ocultar el rastro que está dejando la comunicación entre los nada precavidos técnicos de soporte de la Asamblea y los centinelas. Para mis avezados ojos, detectar y replicar la entidad troncal en lenguaje GGN es como distinguir una paloma blanca entre una bandada de cuervos. Abatirla ya es otra historia.
―Estamos dentro ―confirmo―. Vale, vale, vale… Dirígete a la cabina, a tu izquierda ―le conduzco. Como esperaba, tan pronto accede al interior de la nave, las imágenes ganan en nitidez―. Ahora busca el cuadro central de comunicaciones y pincha el RVR en cualquier puerto primario. Ese nos vale.
―Ya vienen ―se escucha decir a Souleymane Sonko.
―Mierda. Olek, ¿cuánto tiempo precisas? ―quiere saber el Frederik Keergaard.
―No sé. ¡Depende de lo que me encuentre aquí dentro! ―me quejo tratando de liberarme de la presión.
La siguiente vez que vuelvo a fijarme en las imágenes que recoge su cámara, lo veo a los mandos del control virtual de batalla, pero lejos de distraerme, me concentro en mi labor. He de reconocer que entrar en el caudal del escudo deflector de la Golliat me resulta más sencillo de lo que esperaba. Muevo los dedos casi a la misma velocidad con la que mi cerebro iba compilando los datos. Casi, porque esas milésimas de segundo de retardo significan una eternidad en el metaverso. Tratando de obviar esa limitación y los gritos apremiantes de Frederik, empiezo a reescribir el código fuente. No me lleva más de un minuto.
―¡Ya es mío! ―anuncio―. Escudo anulado. Ya lo tenemos. Calibrando cañones de riel. Salid cagando leches de ahí en… ciento veinte segundos ―preciso leyendo los valores del panel frente al que suele sentarse Arina. En ese momento me percato de que se han dejado de oír los disparos de nuestras ametralladoras pesadas del calibre 50. Mala señal. Deduzco que las cosas no deben de ir muy bien en la plataforma de transportes. Tampoco recibo imágenes de la cámara del bogatyr.
―No tengo retorno ―le advierto―. Espero que ya estés muy lejos de la Golliat porque este «David» la va a tumbar con su honda en menos de sesenta segundos.
La imagen del rostro de Marlena acompaña la alegoría de corte semita al tiempo que transfiero la energía remanente del complejo a los generadores de potencia del pabellón de batalla. Así me lo ha indicado Arina aunque, sin protección y a esa distancia, bien podría destruir la Golliat incluso con las torretas defensivas de pulsos electromagnéticos. Los últimos diez segundos los desgrano mentalmente sin despegar la mirada de las imágenes que me están sirviendo las cámaras del sector este.
―Y…, tres, dos, uno…, adiós Golliat.
El ritmo es absolutamente agotador. Extenuante. Esta novela es una suerte de traca final en la que cristaliza toda la evolución de César como escritor. Konets no deja absolutamente nada al azar y siembra de minas durante las tres primeras partes la mente del lector para darle una sacudida de tal magnitud en el último movimiento, de la que no es capaz de recuperarse.
Cuarto movimiento Largo morendo
Konets está lleno de claves. Por ejemplo, os diré que los nombres de los diferentes movimientos no están puestos al azar. Si nos fijamos en las dos palabras que encabezan el bloque, nos haremos una idea de lo que se nos viene encima. Y lo que nos viene encima es el cierre perfecto a una octología que nos ha acompañado durante los últimos 4 años.
Yo ya no sé qué esperar. Cuando pensabas que a César se le daba bien la novela negra, nos da una clase de historia con Dies Irae. Cuando crees que va a encajar con la etiqueta de best-seller se saca de la manga una obra del tamaño de Khïmera. Cuando ves que empieza a cogerle el gusto a la ficción nos sale con “Sarna con gusto”. Cuando parece que va a explotar el procedimiento policial se sumerge en el fango de la mafia y el tráfico de personas. Cuando ya no sabes con qué va a salir te pone encima de la mesa un thriller frenético de la talla de “A grandes males”.
Y ahora, ¿qué nos queda? ¿Pensáis que ya lo habéis visto todo? ¿En serio pesáis que no os pueden sorprender? Pues bajaos de la peana, porque con Konets os va explotar la cabeza. Ya lleváis con este artículo demasiado tiempo. No perdáis más el tiempo conmigo. Dejad de leer este párrafo y poneos a leer a César. Siempre hay que leer a César Pérez Gellida.
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