El mundo que representó Warhol nos ha conquistado. Lo ames, lo odies o lo desconozcas, da igual, su obra ha dibujado nuestro presente. Precursor de lo viral, dominó el arte de los negocios y desquició el concepto de arte. Hijo necesario de Duchamp y abuelo de C. Tangana, su obra es una carcajada de los románticos anhelos de Walter Benjamin acerca de la originalidad, el aura, el aquí y el ahora de la obra de arte. La muerte de estos atributos convierten al propio artista en obra de arte, este es el legado de Warhol, el giro performativo sobre el cuerpo, pero también el énfasis sobre la imagen personal transformada en icono y en marca, algo que ya es habitual y constante en redes sociales.
En el caso de Warhol, no ser un estadounidense arquetípico (heterosexual, fornido y guapo) fue uno de sus fracasos, pero elevó su condición de bicho raro a obra de arte, y con ello abrió el territorio a muchas personas que vivían en los márgenes. No obstante, Warhol convivió con un fracaso absoluto: no logró convertirse en una máquina. Su deseo de abandonar la condición humana radicaba en su incapacidad para reconciliarse con el dolor: ¿qué cosa de mal gusto es sufrir en un mundo que parece hecho para el goce? Quizá por este sentimiento de culpa, tan cristiano (sentirse feliz en un valle de lágrimas) y capitalista (sentirse infeliz en un valle de placeres), Warhol quiso dejar de sentir. Su alianza con el fracaso fue robótico. Nosotros nos enfrentamos al mismo problema, pero quizá no hayamos fracasado y muy pronto seamos máquinas, si no lo somos ya.
Al principio, los Diarios, leídos por él mismo a través de un sistema de inteligencia artificial que imita su voz, suenan insípidos, como la mayoría de sus obras a simple vista. Como sucede muchas veces en el arte moderno: en la imposibilidad del concepto representado resuenan las contradicciones de la propia obra, como el silencio tras los gemidos del sexo sin amor. La lata de una sopa de tomate se mete en el museo, al igual que la basura puede convertirse en comida, o el éxito se relaciona con ser influyente. Nos enfrentamos a un vacío que nos seduce, pero que también pone de relieve nuestra capacidad para asumir desgarradoras contradicciones, como la soledad de un mundo donde no cabe el aburrimiento de estar consigo mismo.
En las aplicaciones de citas encontramos también las copias y los simulacros, con suerte el sexo de usar y tirar como apósitos instantáneos de una herida que siempre emana. Aunque intentemos cerrarla, el resultado es como introducir un dedo bajo el grifo: el agua no se interrumpe, salpica y se dispersa alrededor, mojándolo todo. Así es la obra de Warhol, así funciona el fenómeno de lo viral. Lo viral, potencia del pop art, es la alegría de una soledad común que parece camuflada.
El mundo de Warhol también lo encontramos en las redes sociales con sus promesas de segundos de fama. No se convirtió en una máquina, pero se convirtió en una ficción, en una copia de algo, como tantas personas lo hacemos hoy en día. La proliferación de los metaversos cuando la vida fracasa. Si no hay tiempo, no somos, nos conformamos en copias, convertidas en marcas, que luchamos por patrocinarnos. Si tomamos la obra de Warhol como un retrato colectivo, veríamos hoy nuestro reflejo. Ese hombre que parecía tener un gato erizado en la cabeza poseyó la sensibilidad para retratar nuestro destino. Nos guste o no, todos llevamos un poco de Warhol dentro de nosotros.
Su obra representa los lugares donde ya no es posible amar. Quiso ser una máquina, insensible al dolor y al tiempo, infatigable en el trabajo, pero no lo consiguió. Incluso cuando recrea marcas o iconos populares se le cuela el desamor, como el rótulo de la Paramount (marca bajo la que trabajó su último amor). Causalmente, se enamoró de dos personas que tenían gemelos. La copia se reproduce, pero el éxito y el dinero son malas copias del amor. Warhol representó todo aquello que nos vuelve súbditos: el consumismo, la fama, el dinero, la muerte o la religión. Convirtió en objeto festivo su laberinto emocional, como nosotros, que celebramos la expansión del desierto. Somos la tristeza colorida de Elvis Presley y Marilyn Monroe.
Querido Sergio:
Qué belleza de estudio, más que por fijarme en las obras de Warhol, por volver a conmoverme con tus reflexiones en prosa poética. Una vez más, puro lirismo. Es una fiesta pensar que nos espera uno de tus artículos, una celebración del arte, un festín de poesía.
Varios de estos pensamientos me han dejado especialmente tocada: “nos enfrentamos a un vacío que nos seduce”, “lo viral… la alegría de una soledad común que parece camuflada”.
El efecto espejo de la propuesta de Warhol en nuestra sociedad actual, aleja el concepto de lo bello, del consabido acto de creación romántica y ¿enfrenta a lo siniestro? Tema muy querido, creo, por ti, maestro, como lo es por mí, encuentro el espíritu de lo siniestro campando a sus anchas, en las copias: lo viral, el consumismo, la fama, el dinero, la artificial belleza, la juventud… valores que no pueden distar más de serlo, pues su propia definición encierra la esencia de lo que no puede ser un valor seguro. Y se cuela el desamor…
El visionario poeta José Martí adelantó, quizás, estos conceptos sobre la deshumanización, sobre lo terrible de la misma en el arte, siempre unido al espíritu, así en “Amor de ciudad grande”:
“De gorja son y rapidez los tiempos
se ama de pie en las calles
entre el polvo de los salones y plazas
muere la flor el día en que nace.
Aquella virgen trémula
que antes a la muerte daba
la mano pura que ha ignorado mozo
el goce de temer.
Aquel salirse del pecho el corazón
el inefable placer de merecer
el grato susto de caminar
de prisa en derechura
del hogar de la amada
y a sus puertas
como un niño feliz romper en llanto
Y aquel mirar, de nuestro amor al fuego
Irse tiñendo de color las rosas.
¡Ea, que son patrañas! pues
¿Quién tiene tiempo de ser hidalgo?”
Por supuesto, ya que hablamos de Modernisno, cómo no recordar aquel cuento de Rubén Darío, “Verónica”, es decir la verdadera imagen:
“Fray Tomás de la Pasión era un espíritu perturbado por el demonio de la ciencia. Flaco, anguloso, nervioso, pálido, dividía sus horas del convento entre la oración, la disciplina y el laboratorio. Había estudiado las ciencias ocultas antiguas, nombraba con cierto énfasis, en las conversaciones del refectorio, a Paracelso y a Alberto el Grande, y admiraba a ese otro fraile Schwartz, que nos hizo el favor de mezclar el salitre con el azufre.
Por la ciencia había llegado hasta penetrar en ciertas iniciaciones astrológicas y quirománticas; ella le desviaba de la contemplación y del espíritu de la Escritura; en su alma estaba el mal de la curiosidad, la oración misma era olvidada con frecuencia, cuando algún experimento le mantenía caviloso y febril; llegó hasta pretender probar sus facultades de zahorí, y los efectos de la magia blanca. No había duda de que estaba en gran peligro su alma, a causa de su sed de saber y de su olvido de que la ciencia constituye sencillamente, en el principio, el arma de la Serpiente; en el fin, la esencial potencia del Anticristo.”
Y, sin embargo, Fray Tomás de la Pasión, indaga en el fondo y en el espíritu. Una rebeldía romántica que se aleja profundamente de las copias sin alma.
Y no puedo evitar pensar en lo que decías, Sergio, “se cuela el desamor”, sí, se cuela, y con él este profundo gesto irreverente que no deja de querer ser un acto romántico al enfrentarse al propio romanticismo.
Maestro, un privilegio una vez más. Mi respeto, admiración y cariño.