Últimamente duermo mal y con pesadillas. La otra noche soñé que Cataluña conseguía la independencia y los más perjudicados por ello eran los aficionados al fútbol, que no han medido bien las consecuencias. La pesadilla no era la independencia. Era el fútbol.
Imaginemos que Cataluña ha conseguido esas tres cosas que ansía un 20% de sus habitantes: la supresión de las corridas de toros, la difusión obligatoria de la lengua catalana y la independencia. Lo primero, ya lo consiguieron, aunque lo hicieron mediante el procedimiento chusquero del ordeno y mando, tomándose atribuciones que no les correspondían y echando tierra sobre la memoria de los buenos empresarios taurinos, los valientes toreros que dio esa tierra y cerrando las plazas de toros a cal y canto. Ellos se lo pierden.
Como consecuencia de la presunta nueva situación y teniendo en cuenta la independencia y su condición de nación —con himno, lengua y bandera— ¿podrían seguir en el candelero el Fútbol Club Barcelona, el Gerona Club de Fútbol, y el Real Club Deportivo Español en la Liga Española? Evidentemente, no. En la liga española no compiten equipos de otras naciones. Solamente en las diferentes categorías y divisiones juegan clubes de las provincias españolas.
Los argumentos de mi sueño proseguían en un error tras otro: en la nación catalana, independizada de España con todas sus consecuencias, tendrían que organizar su propia liga catalana (de la nación catalana) que, eso sí, le garantizaría al Barça triunfos clamorosos, ya que sus adversarios serían el Real Club Deportivo Español (el que compartió durante años los honores de la primera división cuando formaban parte de la nación española) y otros equipos incluidos en la liga de la nueva nación, como el Tarragona C.F., el Lérida Atlétic y media docena más de equipos pertenecientes a las ciudades y poblaciones más populosas. Dispondrían, de añadidura necesaria, de patrocinadores rumbosos, tales como el Sabadell Butifarra Club, el Badalona Cava Sport y el Llobregat Deportivo Espetec.
Messi, Suárez, Neymar y otros carísimos jugadores (a los que no se oyó nunca hablar en catalán) se fueron en busca de otros aires, quizá por razones económicas imposibles de asumir por el Barça, que ya anunciaba sus duelos y quebrantos.
(Abro un paréntesis para exponer aquí una reflexión que nos inquieta sobremanera: ¿Se llenaría el nuevo estadio azulgrana en caso de una liga nacional catalana? Supuestamente no, porque ante la superioridad apabullante del Barcelona sobre sus adversarios, el espectáculo decaería notablemente. El Nuevo Campo se quedaría grande, después de tanta obra y tanto gasto).
Si los catalanes en su totalidad se dejan mangonear por sus políticos entrarán en una larga etapa de aldeanismo; y si no declinan su actitud, Barcelona acabará pareciéndose a Helsinki, capital de Finlandia, donde tampoco hay toros, sus habitantes no hablan en español y se juega malamente al fútbol.
¿Le gustará a los catalanes del comercio, la industria y la banca que los ahorros de muchos de sus paisanos los gasten viajando a ciudades de España donde se juega la Liga Española de Fútbol y, además, hay corridas de toros?
El veto a la celebración de las corridas de toros está claro que en Cataluña fue un veto contra España y lo español. Es una cuestión propia de las políticas totalitaristas y antidemocráticas. Cataluña no ha sabido elegir bien a sus políticos y de seguir así las cosas lo van a pagar caro. No es de recibo la teoría esgrimida por una minoría que cree que la fiesta de los toros es cruel y sanguinaria. De ser así, y solamente así, obtendremos un punto de zoofilia inexplicable en una población que todos los días come carne y pescado: carne obtenida mediante el sacrificio de reses en los mataderos y pescados obtenidos mediante capturas en la mar. Lo de toda la vida, oiga.
Cuando me desperté, me di cuenta de que todo esto era una pesadilla que no “pesaba” nada.
Conozco bastantes independentistas, en este caso vascos, que se mueren por ganar la Copa del Rey de España, y son de aquellos que pitan al Rey y de los que desprecian los símbolos españoles. Esa actitud se llama Hipocresía en cualquier idioma. Infiero que en Cataluña sucede igual. Y es una de las razones por la que no soy ni seré jamás independentista.