De pronto, al ponerme a escribir este artículo en el que pienso destacar la eficacia del fútbol femenino, se me viene a la memoria un proverbio georgiano que, cuando lo vi como leitmotiv en una película, se me quedó grabado para siempre. Dicho proverbio dice: “Si las esposas fueran buenas, Dios hubiera tenido una”.
No obstante, aquí me gustaría hablar de las mujeres que juegan a lo mismo que los hombres y, ocasionalmente, suelen hacerlo mejor y distinto que muchos hombres.
Las mujeres, cuando juegan al fútbol, hacen un fútbol muy femenino. Parece una perogrullada, pero no hay otra forma de definirlo. A no ser que desmenucemos el concepto y digamos que no suelen hacer un juego sucio, sin zancadillear a la contraria. No cometen intencionadamente gestos antideportivos, ni cantan «La Traviata» cuando caen tras una carga legal. Se dan pocas patadas en los tobillos y espinillas porque juegan a pierna libre de espinilleras. Prima, preferentemente, la deportividad, aunque hemos visto a alguna futbolista contagiada por el anti-fútbol que practican algunos equipos masculinos que parecen salidos de la Escuela de Arte Dramático.
Un detalle que hemos observado en un partido de fútbol femenino, que no hacen “las futbolistas”, pero sí hacen, sin ningún rubor, “los futbolistas” es escupir y sonarse la nariz arrojando las excrecencias al césped, que queda convertido en una gran escupidera sobre la que ellos caen constantemente y se arrastran y se rebozan para fritos.
Padece la sección femenina del fútbol hispano de una cierta imprecisión en el pase, consecuencia de su corta experiencia en este deporte, inventado por ingleses.
Golpean bien el balón, aunque ninguna lo hace a imitación del recordado Puskas, al que solían denominar “Cañoncito Pum”. Muchos pases son inconsecuentes según la estrategia dictada por la/el entrenador/a de turno. O sea, gastan mucha pólvora en salvas. No suelen conducir el balón junto a sus pies en veloces carreras ni en espacios largos. Para compensar esta situación mueven bien y con rapidez el balón. Recuerden que en el partido final del Campeonato del Mundo no hubo ninguna lesionada, significativo gesto. Juegan, a mí me lo parece, la esencia del fútbol.
Como se sabe, en la corta historia de la selección española de fútbol femenino hubo una rebelión al negarse 15 jugadoras (catalanas de nacimiento o de influencia comercial) a vestir la camiseta de España, exigiendo además la destitución del seleccionador. Éste, y la Federación, aguantaron el chaparrón, y 12 de las 15 jugadoras fueron apartadas de la selección. Tres de ellas se lo pensaron mejor y achantaron la mui, renunciando a sus propósitos iniciales. Luego se ha sabido que entre sus intenciones, no expresadas entonces, había una muy intencionada: la destitución del presidente de la Federación Española de Fútbol.
Una cosa está clara, aunque apenas se comenta: el fútbol, tanto el masculino como el femenino, no es un deporte, es un negocio. Y nos sorprende que las mujeres hayan tardado tanto tiempo en darse cuenta, ellas que suelen ser muy eficaces en la gestión de los negocios. Ahora todo va camino del cambio, pues ya han metido la cuchara los políticos y un nuevo sindicato.
Quizá haya tenido algo que ver en el citado retardo emergente el fracaso aquél tan escandaloso que supuso el ingreso de la mujer en las artes taurómacas, en un tiempo en el que no existía el fútbol femenino en España. Lo venían intentando, desde antes del siglo XIX, con la aparición de Nicolasa Escamilla “La Pajuelera”, inmortalizada por Goya en su Tauromaquia como hábil picadora de toros. Años después llegaron Juanita Cruz, Ángela Hernández, Maribel Atiénzar y Cristina Sánchez, que triunfaron durante algún tiempo, y varios centenares de señoritas toreras, que fracasaron definitivamente. Aunque conviene no olvidar que Cristina Sánchez fue doctorada por Curro Romero en la plaza francesa de Nimes en 1996 y que colgó los vestidos de torear en 1999. Estas toreras que ahora recordamos demostraron valor y arte a partes iguales, pero no pudieron resistir las disposiciones legales y las adversidades empresariales.
Hubo un tiempo del primer tercio del siglo pasado en que proliferaron las cuadrillas de mujeres toreras. Los lectores de periódicos de España se encontraron con esta noticia insertada en las páginas de su diario habitual: “Comunican de Tafalla que la corrida celebrada ayer en aquel circo taurino ha sido un verdadero horror. Estaban encargadas de la lidia las señoritas toreras. Éstas, que cobraron miedo a los bichos desde las primeras de cambio, se vieron siempre empitonadas y se salvaron de una desgracia por milagro. Las cogidas y los achuchones se sucedían sin cesar. La que hacía de matadora se negó a acercarse al toro y trató de huir del redondel. El público se arrojó entonces a éste, destrozando los burladeros, al mismo tiempo que los que ocupaban sus localidades arrojaban al suelo sillas, colgaduras y trofeos. Con todo ello los más excitados hicieron en el centro una pirámide, a la que prendieron fuego. Para calmar los ánimos no hubo otro remedio que devolver el dinero a los espectadores”.
El miedo es libre, y bueno es expresarlo libremente con arte (ahí tuvimos a Curro Romero), aunque parece que para las mujeres toreras de aquellos años (no de oro, sino de cobre) el propósito era salir del hambre. Miedo justificado y vandalismo popular, injustificado.
Pero volvamos al turrón. Cada una de las jugadoras que intervinieron en el Campeonato Mundial percibió alrededor de 300.000 euros y la Medalla de Oro al Mérito Deportivo en compensación por su esfuerzo. No sabemos si hubo sosiego suficiente para ambas cosas, y tampoco sabemos si se cumplieron. Lo reconocido es que nunca se había hablado hasta ahora de lo que cobran los futbolistas de la selección masculina hasta que llegaron las féminas.
No es mal pellizco (cincuenta millones de las antiguas pesetas) por un gol. Nos hubieran gustado un par de ellos más, penalty excluido. No obstante es una bonita cantidad, que les habrá escocido a las que se negaron a representar a España y se repucharon contra una situación que salió a flote después.
El 15 de septiembre de 2023 comunicaron las campeonas del mundo que no estaban dispuestas a vestir la camiseta nacional si no seguían produciéndose expulsiones de directivos de la Federación Española de Fútbol. Muchos aficionados tienen ahora la sensación de que el sindicato que las dirige se está pasando en la presión. Al fin y al cabo, se trata de ganar puntos para el feminismo hispano, aprovechando el escándalo por la razón de la fuerza sin usar la fuerza de la razón.
Las futbolistas entraron en la Federación como quien va de caza, no de perdices ni conejos, sino de jabalíes.
Y ahora, la guinda del pastel. Hay una palabra de las llamadas polisémicas que los periodistas que escriben y hablan del fútbol femenino han de cuidar mucho, vigilando con precisión su buen uso. Nos referimos a la palabra “delantera”. Los verbos «ser» y «tener» andan juguetones rondando los correctores automáticos, que pueden hacernos caer en una trampa, lamentable e involuntaria. Razón de más para estar ojo avizor y hacer un buen uso del lenguaje.
No me interesa especialmente el fútbol (y mucho menos el bello y despreciable arte de la tauromaquia), pero me sorprendieron hasta la emoción (soy un tipo muy sentimental), por su inteligencia y sensatez, las declaraciones que escuché en algún sitio de mi paisana Teresa Abelleira, ya que hasta ahora estaba acostumbrado a oír rebuznos provenientes del televisor durante el tiempo interminable que la rtve dedica a la información deportiva, precisamente cuando hablaba algún jugador o entrenador de nuestros lares (alguno en catalán con subtítulos en castellano). También me sorprendió cómo cayó finalmente el mamarracho Rubiales, perfecta ilustración de aquello de que Dios escribe recto con renglones torcidos. (Lo de Dios y las esposas creo que lo dijo el director de cine franchute Sacha Guitry.)