Al igual que un médico no suele hacer crítica de la actuación de otro médico ante el diagnóstico de un enfermo, y al igual que un abogado nunca dudará del recto proceder profesional de un colega ante un caso perdido, un periodista no debe hacer crítica de otros periodistas —los deportivos en este caso— por una razón de respeto gremial.
Si tienen ustedes la oportunidad de ver por televisión, u oír por radio, la retransmisión de un par de partidos de fútbol, oirán que el narrador y el comentarista manejan, como un talismán, la palabra “talento”. Ellos mismos elevan a una categoría superior el talento al dedicárselo a los futbolistas, como si para patear un balón fuera necesaria una inteligencia de superdotado. “Fulano es un jugador de mucho talento”, suelen decir. Lo que de verdad quieren decir es que Fulano es un jugador hábil, apto para ejercer de futbolista —hombre singular en sí mismo— en un equipo federado.
En cierta ocasión, hablando con una promesa del fútbol, éste se sonrió incrédulo cuando le dije que un músico, un tal Beethoven, cuando se quedó sordo siguió escribiendo música más garbosa que una bachata, sin saber cómo sonaba en los oídos de los que podían oír y sin que los oyentes y espectadores de sus obras supieran cómo la sentía en el interior de su cerebro de sordo. Este futuro profesional del fútbol estaba en formación y todavía no había leído ningún libro ni sabía quién era Beethoven.
Creo que el abuso de la palabra “talento” viene dado instintivamente por otro de los tres significados que le da el diccionario de la RAE, que define el “talento” como una moneda griega y romana, además de una capacidad intelectual, y cierta aptitud para ejercer una ocupación. Cuanto más talento con el balón, más talentos para la buchaca. Negocio a la vista.
Es curioso observar que a los futbolistas —que son la mano de obra productiva de este negocio— no se les pueda llamar “mano de obra” porque la palabra “mano” produce pérdidas.
No suelen estos populares deportistas ser consumidores de libros, y cuando viajan y se ven obligados a pasar varias horas en un avión y luego en la habitación de un hotel, emplean este tiempo libre en jugar a la PlayStation en lugar de leer un libro, que es el compañero de viaje más recomendable.
Mientras escribo estas tonterías ciertas, he detenido mi teclear para quitarme la razón, sacando aquí los nombres de algunos futbolistas que han destacado por su afición a la lectura y han firmado algunos artículos serios y bien armados. Así, de pronto, me acuerdo de Miguel Pardeza, delantero del Zaragoza y del Real Madrid del tiempo de la Quinta del Buitre, quien, al retirarse, prosiguió sus estudios universitarios y es el autor de un magnífico estudio de la Obra Periodística de César González Ruano, publicada en 2002 por la Fundación Cultural Mapfre Vida. También me acuerdo de Jorge Valdano, argentino, jugador y entrenador del Real Madrid, que publicó un jugoso artículo en la prestigiosa Revista de Occidente, fundada por Ortega y Gasset. No olvidemos el caso de Albert Camus, que fue futbolista de muchacho y gracias al bacilo de Koch, en colaboración con su cerebro, se convirtió en un gran novelista, ensayista, director de periódico, autor teatral y Premio Nobel de Literatura. Cosa parecida podemos decir de Miguel Delibes, que escribió algunos artículos de fútbol y ejerció el deporte hasta que no le respondieron las piernas. He conocido casos de ex futbolistas que, al abandonar su actividad deportiva, fueron notables médicos, cirujanos y abogados. Pero son los suyos casos excepcionales, ya que jugaban al fútbol mientras eran estudiantes universitarios, no futbolistas a plena dedicación. La universidad ha ido perdiendo poco a poco el contacto con los futbolistas y éstos al desvincularse han formado una nueva “universidad independiente”, exclusiva, desestimando la labor cultural e intelectual.
En la segunda vida del diario El Adelanto, la que precedió a su muerte provocada por un boticario y un constructor, publiqué un artículo titulado como esta sección, Futbolitis. En aquel artículo, entre otras cosas, decía: “Los comentaristas de fútbol en televisión suelen ser unos tipos muy pintorescos, sobrados de conocimientos lingüísticos, hasta el punto de que se les queda pequeño el lenguaje castellano que hablamos seiscientos millones de personas en el mundo, y se inventan una jerga paralela que parece “para-lelos”.
Fue un pildorazo morrocotudo, escrito con la intención de despertar a los somnolientos consentidores. Los aficionados lo entendieron, me disculparon y no perdí ningún amigo, afortunadamente.
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