La aclamada autora de El infinito en un junco publica nuevo libro: El futuro recordado, antología de sus artículos de prensa.
Conocí a Irene Vallejo el día del libro de 2017 en el paseo de la Independencia de Zaragoza. Ella lucía pamela y uno de sus vestidos largos de escritora, que a mí me recuerdan vagamente a Virginia Woolf y a Emily Dickinson. Hacía calor en el stand de la editorial Contraseña y yo me presenté como crítico de Heraldo de Aragón. Le dije que había estado a punto de reseñar su novela El silbido del arquero (Contraseña, 2015), pero no recordaba por qué finalmente no lo había hecho. Ella me miró con curiosidad y timidez y respondió: “Pues finalmente nadie lo hizo…”
No puedo evitar sonreír al recordar esta anécdota cuando, sólo tres años más tarde, El infinito en un junco (Siruela, 2019) ha sido reseñado por el nobel Mario Vargas Llosa; elogiado por los próceres de la crítica y comentado por centenares de periodistas, blogueros y lectores de toda laya, amén de que sus derechos han sido vendidos a veinticinco países y se traducirá a veintidós lenguas. Mas no adelantemos acontecimientos. Como narrador me gusta perderme en los detalles, pero en este artículo deseo ser estructural, no quisiera dejar nada en el teclado.
Existen en mi opinión tres Irenes Vallejo. La primera, por orden cronológico, es la escritora: desde que de niña sus padres le leyeron al pie de la cama la Odisea y otros mitos clásicos, tenía claro su deseo de serlo y, más tarde, de decantarse por el estudio de Grecia y Roma, que la llevó a doctorarse por las universidades de Zaragoza y Florencia y desarrollar una línea ensayística orientada a trazar paralelismos entre el presente y la antigüedad; a extraer enseñanzas de los clásicos y trasladarlas al mundo actual.
Resulta sintomático que su primer libro, El pasado que te espera (Anorak, 2010), antología de sus primeras columnas periodísticas en Heraldo de Aragón, utilice el recurso a la paradoja al igual que el que hoy nos ocupa: El futuro recordado (Contraseña, 2020). En una suerte de simetría que conmemora su primera década de articulista, “el pasado” y lo “recordado” encarnan la sabiduría de los clásicos grecorromanos; mientras “el futuro” y lo que “te espera” debe, a juicio de la autora, recoger las enseñanzas y el ejemplo de aquéllos.
Los temas de las columnas son amplios, pero recurrentes, matizados por la actualidad. Irene se caracteriza por su defensa de los derechos sociales: los ancianos, las mujeres, los discapacitados, la infancia, los sin papeles. Ella considera que el Estado; es decir: todos, debemos protegerlos sin ambages, sin máscaras caritativas, como parte de un imperativo ético y legal. Otros de sus temas son la defensa de la razón frente a las emociones; del placer moderado; del diálogo frente al conflicto; de lo local frente al capitalismo globalizado; también la vindicación de la educación y los profesores. Los artículos procuran siempre desvincularse de nombres, de siglas, de ideologías para, de esta forma, propender a la abstracción y universalizar su mensaje.
En cuanto al estilo literario, hay un antes y un después a El infinito en un junco. La voz de la escritora ha evolucionado desde el lenguaje ensayístico o narrativo puros a la mezcla entre ensayo, relato y lírica. En particular, ésta última ha ido adornando los textos de recursos expresivos, estilizándolos, embelleciéndolos con tropos, pero sin privarlos de su cercanía al lector ni de la facultad de comunicar con éste.
La segunda Irene es la oradora. Cuando la conocí aquella primavera de 2017 y me llevé dedicado mi primer Vallejo, Alguien habló de nosotros (Contraseña, 2017), ella llevaba años tratando de ganarse la vida con los libros del modo más idealista: defendiendo la lectura y la escritura en librerías, bibliotecas, clubes de lectura, institutos de secundaria, centros de mayores, universidades… Lucía sus vestidos de escritora, hablaba con voz cantarina y miraba al auditorio con esos ojos entre grises, verdes y azules que encandilan a lectoras y lectores.
Del personaje público de Irene quiero hacer hincapié en el deseo de seducir a través de una sofisticación sin alardes, sin estridencias, sin exhibicionismos, mediante el arte de la sugerencia. En este punto, creo que la mejor definición de ella la dio Juan Cruz en El País, cuando afirmó que era “como una flor cuya suavidad resulta ser una roca”. Coincido con él: es delicada en las formas, pero fuerte en sus afanes. Hay quienes son escritores bajo el paraguas de la enseñanza; otros del periodismo; incluso hay quienes trabajan de economistas o abogados… Sin embargo, ella se atrevió desde el comienzo a avanzar en la cuerda floja de la literatura sin mallas de trapecista. Tal vez su apoteosis sea el discurso pronunciado en el acto inaugural de la Feria del Libro de Zaragoza de 2019, incluido en El futuro recordado. Ante los aragoneses congregados en la plaza del Pilar afirmó: “Tengo que zambullirme a diario en el océano de las palabras, vagar por los anchos campos de la mente, escalar las montañas de la imaginación”.
La tercera Irene es el personaje. En cierta medida, esta nueva faceta surge de la síntesis entre la escritora y la oradora y se manifiesta también de modo iniciático en El infinito en un junco, en cuyas páginas, entreverados con la historia antigua, nos deja breves textos sobre su infancia y juventud. Comienza desvelándonos que sufrió acoso escolar y, por ello, se refugió en la lectura, en particular en la literatura de ficción. Decidió, en definitiva, vivir las vidas de otros para vivir la suya propia y, conforme maduraba, entabló una relación amorosa, casi erótica, con ese objeto llamado libro. Por este procedimiento de contar su experiencia, se ha convertido ella misma en personaje literario que se materializa poco a poco, con cierta reserva, pero también con asombrosa seguridad, en las columnas que desde hace meses escribe en El País Semanal.
El futuro recordado llega a las librerías la próxima semana. Contiene una selección de las columnas publicadas en Heraldo de Aragón entre 2017 y 2019. Irene ha querido volver con este libro a su querida editorial Contraseña, en clara coherencia con la defensa de lo local y de los editores independientes. En breve, El infinito en un junco se publicará en las editoriales más importantes del mundo: Knopf, Hachette, Bompiani, Random House… Su éxito internacional la llevará a Estados Unidos, Italia, Grecia, Inglaterra, Latinoamérica…
Este es el futuro de Irene Vallejo, que afrontará con sosiego, como escribe su personaje no ficcional en El futuro recordado. Por su belleza, extracto el artículo para concluir esta semblanza: “Me gustan las palabras que evocan lejanos ecos del mar, del viento o del bullicio del mundo (…). En nuestros tiempos nerviosos, el desasosiego parece haber ganado la partida. Colonizados por pantallas e imágenes que estallan como fogonazos, dejamos caer en desuso el sosiego. Antítesis de la prisa, el sosiego es la condición previa del pensamiento y también la puerta de acceso a las aventuras espirituales o carnales. En un mundo atenazado por el vértigo y las noches oscuras, necesitamos volver a refugiarnos en la “casa sosegada” de san Juan de la Cruz. Ha llegado el momento de convertir la serenidad en rebeldía”.
Fotos: Belén Herrero Obeso
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