Un libro tan fascinante como este gabinete mágico sólo es posible con miles de lecturas a lo largo de muchos años. Se trata de una obra de estirpe borgesiana y también cunqueiriana por la imaginación y libertad combinadas con la erudición procedente de muchas horas dedicadas al estudio y la lectura. Pues las bibliotecas explicadas por Pascual están incluidas en obras de ficción escritas en diferentes lenguas, épocas y naciones, y son comentadas con entera libertad de relaciones entre unas y otras.
Pascual explica en el prólogo que las primeras en publicarse (en los años 90 del siglo XX) fueron las bibliotecas acogidas por Victoria Fernández en Cuadernos de literatura infantil y juvenil: las de Tom Sawyer, Matilda, David Coopperfield, Sherlock Holmes… Y después, interrumpidas por labores editoriales del autor, que culminó como director de Cátedra, en paralelo con la creación de sus novelas y cuentos, incluidos un Premio Lazarillo y el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil obtenidos con Días de Reyes Magos (1999) y una edición del Quijote (en colaboración con Pollux Hernúñez), las bibliotecas imaginarias aquí reunidas llegan a sumar “hasta seis docenas”, “como los libros de don Diego de Miranda” (pág. 34) en conversación con don Quijote.
El título procede de una cita de Borges: “Emerson dijo que una biblioteca es un gabinete mágico en el que hay muchos espíritus hechizados” (pág. 15). La primera es la Biblioteca de Alejandría, con su memoria de leyenda y melancolía; y la última, la borgesiana Biblioteca de Babel, la más grande, pues “contiene todos los libros pasados, presentes y venideros” (pág. 457). Y aun se añade la Biblioteca Celestial, tomada de El genio del amor, de F. Schepisi, e inspirada en figuraciones de Borges, quien imaginaba “el paraíso como una biblioteca sin inicio ni fin” (pág. 463). E incluso en una “Coda” se recuerdan otras doblemente imaginarias, en personajes ficticios que habitan en obras de ficción.
Entre la primera y la última se suceden bibliotecas de toda índole, con el rasgo común de imaginarias, algunas doblemente imaginarias, pues “los libros engendraron las bibliotecas, pero las bibliotecas volvieron a los libros, a veces convertidas en materia de ficción” (pág. 26). Entre las primeras aparecen las imaginadas por H. Eco en El nombre de la rosa, F. Rabelais en Pantagruel, Cervantes en la de don Quijote, Vázquez Montalbán en la serie de Pepe Carvalho, y A. Camilleri en la de Salvo Montalbano. En ellas resaltan ya los valores del libro: humor en la de Pantagruel, rigor y perspicacia lectora en la de H. Eco, conocimiento en la de don Quijote, que es una de las pasiones más arraigadas en el alma del autor, en su manejo de datos, personajes y obras, fluidez en sus relaciones y afán lúdico en el juego entre realidad y ficción. En estas primeras bibliotecas se despliega una asombrosa capacidad de relación, como en las semejanzas entre la de don Quijote y la de Pepe Carvalho, con el añadido de las indicadas entre Sancho y Biscuter. Y la relación se extiende a la de Salvo Montalbano, nombre con el que Camilleri rinde homenaje a Vázquez Montalbán.
A continuación se suceden bibliotecas imaginadas por autores de diferentes épocas y literaturas. Entre los anteriores al siglo XX destacan las fabuladas por Balzac, Galdós, Defoe, Rousseau, Verne (con la submarina del Nautilus), Dostoievski, Dickens, Flaubert (con la íntima de Madame Bovary), Fielding, Clarín, Voltaire, Sterne, Dumas padre, Mark Twain… Del siglo XX y del XXI cabe recordar las debidas a Conan Doyle, Unamuno, E. Mendoza, Maalouf, M. Rivas, Bryce Echenique, M. Ende, Pirandello, Longares (una biblioteca soñada), Muñoz Molina, Sciascia, Baroja, Sartre, A. Christie, Kadaré, Hrabal, Bassani, Musil, A. Grandes (la más emotiva, por el niño lector de Julio Verne y por la temprana muerte de su autora cuando Pascual estaba entregado a su libro), Canetti, J. Goytisolo y varios más, incluidas las referencias a la biblioteca de Godofredo Barallobre en La saga/fuga de J. B.
El gabinete mágico es un libro rebosante de saberes, erudición, relaciones y ludismo creador, combinados con referencias y alusiones a cientos de autores, obras y personajes, muchos identificados en el texto y en el índice onomástico, mientras que otros afloran en citas calladas e invitan al lector cómplice a seguir el creativo juego del autor. E. Pascual conduce al lector con datos históricos verificables, pero a veces reclama su compañía como receptor activo en la ocultación de la procedencia de personajes, citas y alusiones que enriquecen la intertextualidad en la asociación de autores y obras que el lector cómplice deberá descubrir en su reto co-creador.
Ilustraré con ejemplos este juego con la intertextualidad. Los autores más citados, o aludidos, son Cervantes y Borges, seguidos, probablemente, de Shakespeare, Conan Doyle y Vázquez Montalbán, a los cuales se suma Luis Mateo Díez entre los vivos. Pero el juego de la intertextualidad se enriquece con alusiones calladas, por ejemplo, a obras de L. M. Díez en la trilogía de Celama, donde Ismael Cuende prefirió respetar el misterio de la biblioteca de Olencia (pág. 28), y en las lecturas de David Copperfield en sus “días del desván” (pág. 213); o con citas de personajes no identificados en el texto (sí en el índice onomástico): “Un diccionario fue la tabla de salvación de Fermín Minar” (pág. 208), que es el protagonista de la novela de Dimas Mas El tesoro de Fermín Minar (1994), descubierta por E. Pascual como editor.
Como vemos, El gabinete mágico respira literatura y amor a la lectura. La literatura se revela como un juego de simultaneidades, donde autores de todas las épocas y naciones son contemporáneos ante los lectores, que podemos sumergirnos en sus páginas en nuestro presente. Algo así se insinúa en La camisa, de Anatole France, donde hay una biblioteca con ochocientos mil volúmenes: “¿No los oís? ¿Vuestros oídos no perciben su algarabía? Pues me han dejado sordo. Hablan todos a la vez y en idiomas diferentes” (pág. 287). Por eso se activan estrechas relaciones del lector con los libros, de los libros con los lectores, y de los libros con los libros. Hasta incluye bibliotecas disparatadas, como la de Kakania, en El hombre sin atributos, de Musil. Hay noticia de horrendos consejos y curiosas clasificaciones, que pueden verse en la trilogía La bella Hortensia, de J. Roubaud (págs. 381-389). Y anota el decálogo del bibliómano y bibliotecario B. J. Gallardo sobre cuándo es lícito robar un libro, incluyendo su final: “Siempre que se pueda” (pág. 182). Sin embargo proliferan las bibliotecas de puro ensueño, como la de Bastián Baltasar Bux en La historia interminable, de M. Ende, donde la devoción lectora lo impulsa a robar un libro y la pasión por leer “lo llevó a otra no menos misteriosa: la de imaginar”. (Pág. 183).
En suma, este Libro de las bibliotecas imaginarias encierra un compendio de literatura y vida que atesora una invitación a incalculables posibilidades de habitar otros mundos y vivir otras vidas por medio de la lectura. Y aun añadiré a los méritos destacados que la prosa de E. Pascual encandila al lector por su riqueza estilística, su elegancia y musicalidad y su bella factura clásica. Lo cual hace de su gabinete mágico uno de los libros más importantes entre los publicados en España en lo que llevamos del siglo XXI.
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Autor: Emilio Pascual. Título: El gabinete mágico. Libro de las bibliotecas imaginarias. Editorial: Siruela. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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