En Les Mots, Jean–Paul Sartre evoca su infancia en la casa familiar de Alsacia y, recordando la copiosa biblioteca de su abuelo, concluye: “Empecé mi vida como sin duda la acabaré: en medio de los libros” (bueno, él escribe J’ai comencé ma vie comme je la finirai sans doute: au milieu des livres: cito por la edición de Gallimard de 1964). Habla el autor de La Náusea de su amor inveterado por los libros, a los que en los últimos años de su vida acabó por encontrar una nueva utilidad. En una de las baldas de su biblioteca ocultaba, tras alguno de los volúmenes de mayor formato, las botellas del whisky que, dado lo precario de su salud, Simone de Beauvoir trataba de evitar que bebiese (lo cuenta ella misma en La ceremonia del adiós).
Me he acordado de Sartre leyendo Empeñados en ser felices, un libro de libros, permeado de poetas y narradores, de transparente y gozoso entusiasmo por la literatura. Escrito, por añadidura, con irreprochable solvencia por quien se inició como poeta y ha acabado por revelarse como encomiable prosista. Miguel Munárriz, su autor, nos descubre que hablar de los libros leídos y vividos puede constituir también una singular forma de autobiografía. Sirviéndose de la suya, el lector tiene el privilegio de acercarse vera effigies a un plantel de autores que hacen parte de lo mejor de la literatura contemporánea en lengua castellana: Ángel González, Jaime Gil de Biedma, Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo, Bioy Casares, Julio Cortázar, Augusto Monterroso, Julio Ramón Ribeyro, Bryce Echenique, Luis Mateo Díaz, Mario Vargas Llosa, Manuel Vicent, Arturo Pérez-Reverte, Julio Llamazares y un nada hiperbólico largo etcétera. Sin olvidar al brillantemente poliédrico Luis Eduardo Aute o a narradores de otras lenguas como Günter Grass, Martin Amis o John Berger. Sin perder memoria de sus amigos asturianos de la iniciática aventura editorial en Luna de Abajo, Alberto Vega, Helios Pandiella y Ricardo Labra; o al inconmensurable Juan Cueto, del que tantos seguimos siendo deudores. Luna de abajo, por cierto, fue también el sello bajo el que apareció La escritura contra el tiempo (2021), ameno y dilecto precedente de una historia personal de autores y libros que ahora enriquece y completa Empeñados en ser felices en cuidada edición de Aguilar.
Sólo una cosa me ha resultado incómoda en Empeñados en ser felices. Y es que, como suele ocurrir con este género de libros de tan grata lectura, impelido a confirmar una cita, espoleado por la curiosidad o movido por la duda, una y otra vez he tenido que abandonar el sillón en el que leía para buscar en mi biblioteca alguno de los innumerables títulos que menciona, y ello para comprobar si mi edición de Rayuela era la misma, si la de Blues castellano era la de Noega u otra, si continuaba teniendo Gran Sertón o lo había extraviado, si tal o cual volumen estaba en el que le correspondía por el rigor del alfabeto o en lugar impropio… Sabido es que las bibliotecas razonablemente copiosas tienen también cierta cualidad abismática, de espacio intrincado en el que en ocasiones sobreviene la disipación, y no la ordenada custodia de los libros.
Empeñados en ser felices es un libro para el disfrute de quienes no concebimos la vida sin libros, y en el que está también —libro a libro—, la historia personal de Munárriz, que ha sido librero, poeta, periodista, editor y un de nuevo largo etcétera de oficios relacionados casi siempre con la literatura y siempre con la cultura. Y que parece obstinado en darle la razón a S. Mallarmé cuando afirmó que “Todo, en el mundo, existe para acabar en un libro”. Miguel Munárriz, al tiempo, parece haber reparado en aquella reflexión que Walter Benjamin formula en Desembalo mi biblioteca: “Entre todas las formas de procurarse libros, la más gloriosa, si se piensa, es la de escribirlos uno mismo”.
Y, ciertamente, mantengamos el empeño en ser felices. No obstante, como recuerda el señor de Montaigne siguiendo a Valerio Máximo, el asunto tiene sus riesgos. Así, tanto Sófocles como el tirano Dionisio “murieron de contento”; el cónsul Manio Juvencio Talna, colega de Tiberio Graco, “pereció en Córcega al leer la noticia de los honores que el senado de Roma le había concedido” y al papa León X, “al conocer la toma de Milán, que había deseado ardientemente, le acometió tal exceso de alegría que cayó en una fiebre y murió”.
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Autor: Miguel Munárriz. Título: Empeñados en ser felices. Editorial: Aguilar. Venta: Todostuslibros
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