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El gran danés, de Corina Bistritsky

El gran danés, de Corina Bistritsky

Corina Bistritsky nació en 1991 en Buenos Aires, Argentina. Es artista visual y escritora. Vive y trabaja en Ciudad de México. Actualmente la representa la galería Banda Municipal y dicta talleres de exploración creativa en su estudio. Presentamos una muestra de su primer libro, El gran danés, publicado por la editorial Almadía, una novela en la que la autora realiza un retrato del presente y donde la trama gira en torno a la identidad de una mujer de treinta años, atravesando temas como el amor, la depresión, los secretos familiares, el cuidado por y con los amigos, el vínculo con los animales, la memoria y la relación de una madre con su hija. Bistritsky debuta con esta obra caracterizada por una escritura clara, fluida y cuidadosa, pero también capaz de generar un encuentro con la intimidad y la introspección a través de un toque con lo fantástico. La narradora, en mitad de una difícil ruptura con su pareja, un músico que se vuelve famoso de repente, se encuentra con un gran danés en el parque que decide seguirla y quedarse a vivir con ella, sirviendo la imagen y presencia de este animal para vertebrar el relato. En palabras de Verónica Gerber Bicecci: «Esta novela tiene la virtud de ser breve y exacta, tanto en su forma de narrar los sutiles secretos que esconde como en el ritmo con el que atraviesa sus distintos humores. Nos regala la conmovedora certeza de que también nos habitan los seres que nos salvan».

***

El único que está conmigo en la plaza es un perro muy grande, está acostado debajo de un árbol. Desde que llegué me mira desde lejos, pero no se acerca. Yo no podía dormir y salí a caminar. Empezó a llover un poco antes de que amaneciera. Escuché el inicio de la tormenta desde la cama, las primeras gotas sonaron gordas, gruesas. Me levanté, salí de mi casa y di vueltas a la manzana hasta que vine acá y me senté en un banco. El cielo está oscuro y el viento hace que las copas de los árboles se agiten en el aire. Está empezando a hacer frío, empezó el otoño hace poco. Que me guste la lluvia debe ser algo que heredé de mi abuelo materno, Joaquín, porque a él ahora lo pienso como un hombre al que le gustaban las tormentas, el barro, los yuyos, las vacas, los árboles, el campo.

El perro se revuelca en la tierra mojada y se mancha el lomo, las patas se le llenan de barro. Lo llamo y viene enseguida caminando para el banco en el que estoy sentada. Eso es lo que me encanta de algunos perros, el contacto directo, sin histeria. Creo es un gran danés, su pelaje es blanco y negro, parece adulto, pero todavía joven, debe tener uno o dos años. No tiene collar ni chapita, quizá se perdió hace varias semanas y anda caminando por la ciudad desde entonces.

Le hago unos mimos en la panza, la tiene empapada y fría, de repente abre mucho los ojos; no parece querer atacarme, pero me clava la mirada y se queda quieto, duro. Quizá quiere pasarme algún mensaje oculto con los ojos, pero a mí me da miedo y por las dudas ya no lo toco ni lo miro, en cambio me concentro en un árbol con tronco finito sostenido por unas maderas para guiar el crecimiento. Este parque no tiene tanto pasto y el poco que hay quedó quemado del verano. Vuelvo al perro, sigue mirándome, pero ahora mueve la cola.

Nunca tuve mascotas. Una vez intenté adoptar un perro con Sebastián, pero él no quiso. Decía que era mucha responsabilidad y que además no le gustaba la idea de tener el sillón lleno de pelos. Yo le mostraba fotos de perritos para intentar convencerlo. Lo más cerca que estuvimos fue cuando una tarde de verano, volviendo para nuestro departamento, encontramos una caja de cartón con dos cachorros. Uno era negro y el otro marrón clarito. Íbamos caminando y discutiendo, ese último tiempo lo único que hacíamos era pelear, y de repente vi que la caja se movía. Los dos perritos pararon nuestra discusión y se volvieron un espejo, porque también estaban peleando y se mordisqueaban los cachetes. Yo agarré al negro y Sebastián al marrón claro. Estaban sucios, pegajosos y chillaron todo el camino. Los tuvimos una semana y después los entregamos a unos rescatistas, aunque le insistí para quedárnoslos. Cuando los pasaron a buscar los apreté sobre mi pecho y el marrón clarito me clavó los dientes en la pera, sus colmillos eran muy filosos. El negro me lamió, lo miré a los ojos, eran como dos bolas de fuego brillantes incrustadas en su cara.

El agua de la lluvia está empezando a estancarse en la tierra y el perro parece aprovecharse de eso, así que se aleja de mí y se inclina hacia el charco más grande, saca la lengua y toma. Está muerto de sed. Jadea, muestra todos los dientes y le veo los colmillos, son gigantes. Me alejo un poco, pero él ya lo tiene decidido: cuando me quiero ir de la plaza, me sigue, se me pega a la pierna derecha y si intento apartarme un poco, se resiste empujando todo su peso contra el mío. Pesa tanto que hasta me tira un poco para un costado. Así caminamos pegados cinco cuadras y cuando llegamos a mi edificio, no se va. Al contrario, quiere meterse conmigo. Lo dejo pasar porque ahora que Sebastián se fue, puedo tener un perro, un perro así de grande.

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Autora: Corina Bistritsky. Título: El gran danés. Editorial: Almadía. Venta: Todos tus libros.

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