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El gran problema de la Humanidad

El gran problema de la Humanidad

“El gran problema de la Humanidad se resume en la misma Humanidad”. O eso aseguraban ciertos pensadores antiguos, según los cuales el único problema de la Humanidad sería ella misma.

O sea, yo, que soy bien humano.

A estas horas de la mañana no sé si tan siniestra conclusión tendrá fundamento, pero la persistente crueldad humana en toda clase de contextos me lleva a pensar que sí, que la Humanidad, y yo mismo en consecuencia, somos El Problema. De bien fácil solución en mi caso: dejar de ser humano. Si hay quien resuelve sus problemas materiales, y aún los existenciales, negando su españolidad, por ejemplo ¿por qué no negar yo mi humanidad?

Y problema resuelto: la ceguera de una especie excesivamente simbólica, idealista hasta el delirio y decididamente suicida resulta un cocktail que, desde luego, invita a la autoexclusión. Nadie puede argüir no haber sido informado al respecto: la falsedad, la falta de clemencia, la impiedad y la ignorancia son temas insistentemente tratados por la Literatura, el Arte y la Historia, especialidades que registran casos paradigmáticos (nada excepcionales, por desgracia), como los de Judas Iscariote y Bellido Dolfos, maestros de la doblez, o los de Giordano Bruno y Miguel Servet, sabios quemados vivos en público nada menos que por nada. O los de Pirro de Epiro y el séptimo duque de Medina Sidonia, a quienes el Diablo nubló el entendimiento y llevó al desastre con cientos, quizá miles, de seres que acompañaban a ambos.

Las increíbles capacidades mostradas por la especie para la hipocresía, el disimulo, la trampa, el timo, la mentira y el engaño no dan, desde luego, alas al optimismo. Homo homini lupus, que proclamara el latino y que induce a uno a preguntarse qué hace en semejante compañía.

"A la manera de nuestro Segismundo en La vida es sueño, considera Cioran el nacimiento un crimen"

No, la Humanidad no es estimulante. La interesada beatificación de benefactores como Cajal, Pasteur, Teresa de Calcuta o los equipos médicos que durante la COVID se la jugaron (y, en no pocos casos, perdieron) no impide olvidar que monstruos como Hitler, sus compañeros de aventura y tu mismo vecino, el egoísta insolidario, caminan a tu lado.

La incomodidad de ser humano me lleva a cierto librito que leí hace años y que no sé si se habrá reeditado, The Trouble with Being Born, traducción de un original francés, De l’inconvénient d’être né, escrito por el pensador y filósofo rumano E. M. Cioran y que en español bien pudiera ser De los pesares del nacer. Consiste en una serie de máximas y aforismos, al modo de los clásicos, que plantean exactamente lo que el título promete: un pormenorizado catálogo de las tribulaciones que procura nacer en general, y muy señaladamente, nacer como humano, que es a lo que íbamos. A la manera de nuestro Segismundo en La vida es sueño, considera Cioran el nacimiento un crimen y, como el Génesis, un estigma que, diga lo que diga la Doctrina Católica, ningún sacramento podría borrar. Cioran incluso señala como torpeza la ambición del suicida, cuyo acto desesperado y trágico no borra el hecho de haber nacido ya y haber manchado sin remedio la alba perfección ideal de la Nada a la que todo ente consciente con alguna ambición moral debería aspirar: a la Nada.

"El gran problema de la Humanidad no sería tanto ella en sí misma como su humanísima afición a enredar y a subir y a bajar escaleras sin criterio"

Sólo hay un modo de purgar el pecado original del nacimiento, es decir, el pecado de ser humano, y es la inacción. La renuncia del ser a ejercer. En mi caso, a ejercer como humano y, ya puestos, a ejercer en general. Cioran, sabio entre los sabios, clama contra la funesta manía humana de emprender y, al modo de un asceta oriental, se instala en la quietud de la permanente observación con los ojos bien abiertos, pero sin pestañear ni, sobre todo, juzgar ni extraer consecuencias.

Me informan mis queridos editores de que De l’inconvénient d’être né se tradujo al español como Del inconveniente de haber nacido, y también de que apareció en Taurus en 1987, cuando algunos éramos bastante más jóvenes que ahora, no teníamos nada que perder y todo por delante que ganar. El libro apareció de la mano de Fernando Savater, avalista en España de E. M. Cioran. Savater, por lo visto, firmó para aquella venerable edición un prólogo sustancioso.

Todo lo expuesto me lleva a repensar el comienzo de esta humildísima reflexión en el sentido de que el gran problema de la Humanidad no sería tanto ella en sí misma como su humanísima afición a enredar y a subir y a bajar escaleras sin criterio y a lo loco en vez de estarse quieta viendo pasar las nubes en el azul, ambicionando sólo mimetizarse con el blanco de los ojos de las vacas rumorosas que sestean en los verdes prados de España.

Pero esa es otra historia.

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