Los solos eternos en los conciertos fueron uno de los excesos contra los que, armado de cuatro acordes, se rebeló el punk. Y de entre esos solos, los más aburridos, a no ser que el oyente los hubiera condimentado con otras especias, habían sido los de la psicodelia, mientras que los más onanistas fueron los de la primera mitad de los 70, en la época en que, como Emerson, Lake and Palmer, había grupos cuyo nombre parecía el de un bufete de abogados y triunfaban discos con temáticas y títulos tales como The Myths and Legends of King Arthur and the Knights of The Round Table de Rick Wakeman.
Pese a su desmedido ego, en sus shows el Heavy del Bigotón siempre concedió un espacio para el lucimiento de cada uno de sus músicos. Ese fue un consejo que le dieron en un curso sobre gestión del tiempo y así, mientras en el escenario se sucedían redobles de batería, escalas pentatónicas de guitarra, toques de bajo, exhibiciones de teclado, y el intérprete de triángulo por fin podía destacar, él aprovechaba para cultivarse y también para sacarse unas oposiciones: si alguna vez su carrera artística entraba en un inexorable declive, podría aferrarse a su plaza de auxiliar administrativo.
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