¿Cuántas vidas habrán sido segadas porque la moneda de un capitoste mostró su cara en vez de su cruz? ¿Cuántas malas determinaciones han sido fruto de la casualidad o de un capricho? Y ojo, que no sólo me estoy refiriendo a jugártelo a piedra, papel, tijera, o a lanzar objetos a la papelera cual triple de la NBA, porque a veces las decisiones tomadas al azar se disfrazan de concienzudas: estoy pensando en tantos detallados informes preparados por técnicos a los que, a la hora de trasladar su estudio hasta el mando responsable, se les dice “Huy, esto es mucho texto, resúmelo, que el director general no tiene tiempo para leer todo este tocho…” “Pero…” “Ni pero ni pera, haz un resumen y luego yo lo esquematizo”…y el exhaustivo estudio de un conocedor del tema va pasando de mano en mano, y de resumen en resumen, hasta que cuestiones complejas quedan convertidas en un mísero powerpoint con el que alguien, con más cargo que especialización, y que posiblemente lleve días con estreñimiento severo, ha de tomar una rápida determinación que afectará a mucha gente. En poco se diferencia esto de una moneda lanzada al aire, la verdad.
Sólo hay una excepción en su trayectoria respecto a su estudiada manera de ordenar las canciones, y es el aún inédito Rayuela: a Rock Opera; al igual que la novela de Cortázar puede leerse en el orden que prefiera el lector, así podría escucharse el disco. Si aún no ha salido al mercado es porque está en negociaciones con IKEA, interesada en añadir esta obra a su sello discográfico: además de libreto con las letras y créditos, se comenta que el álbum también traerá un manual de instrucciones ininteligible, y no me extrañaría que también una llave allen.
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