El poeta Jorge Fondebrider publicó en 2004 su Historia de los hombres lobo (rev. Sexto Piso, 2017). Quienes sigan la temática encontrarán enfoque distinto en el nuevo libro del antropólogo Roger Bartra: El mito del hombre lobo (Anagrama, 2023).
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Una sus razones es que los hombres lobos, subgrupo de los salvajes, fueron los más «manipulados» por la demonología cristiana. Otra, que mutan en bestias y recobran su forma humana, pero los salvajes no cambian. Tercera razón: la semejanza estructural de las distintas expresiones míticas. Un libro, pues, como exposición general del extenso desarrollo del mito del hombre lobo, y un análisis antropológico de sus características.
Hay otro porqué, nada secundario. Bartra ha criticado del actual presidente de México su nacionalismo revolucionario, propuestas simplistas y ejercicio autoritario del poder. En plata: dirigente reaccionario con piel de cordero de izquierdas (vid. Regreso a la jaula, Debate, 2021; Mutaciones). ¿Respuesta? Típico despotismo: amenaza larvada y torticera, señalamiento público de ser un vil renegado.
Repercusiones personales, crisis social-institucional, pandemia e invasión de Ucrania por Putin, provocaron hartazón en Bartra. «El hombre lobo —escribe— parecía encarnar en siniestros personajes» y «el aciago entorno político me llevó a reflexionar sobre la mitología de la maldad y el folklore del mal». Buscando sosiego, revisó El mito del salvaje. Esto le hizo escribir sobre el hombre lobo añadiendo otro argumento: como el problema del mal se evapora en las ciencias sociales (Amós Oz), la historia del hombre lobo serviría para recuperarlo en el pensamiento actual.
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Por el libro transitan tiranos, campesinos, caballeros enamorados, etc. Figuras todas, en diversas regiones, de un ser salvaje siniestro. Aparecen en poemas, leyendas, sagas, penitenciarios, procesos judiciales, novelas, cuentos, demás literatura y películas. Y con propias temáticas: metamorfosis; ilusiones o alucinaciones, enfrentamientos de clase; choques culturales; demonología, brujería y medicina; erotismo y depredación sexual; moralejas románticas; ideologías raciales; decadencia y resurgimiento, etc.
En fin, expresiones culturales de la dualidad del hombre lobo, que Bartra percibe como mitos porque reducen la complejidad social con categorías antitéticas: civilizado/salvaje, normal/anómalo, seguro/peligroso, propio/extraño… Representaciones del mal y del bien que delimitan lo humano y lo animal: «Fronteras con la desafiante otredad, tanto más peligrosa porque contiene ingredientes humanos».
Además, Bartra advierte que el rastro en el desarrollo del mito unas veces «es hedor repugnante», pero otras «un aroma que no denota la maldad». O sea, faltan conclusiones definitivas sobre el origen del mal (¿«naturaleza animal del hombre», «Dios que lo permite», «estructuras sociales», etc.?). Hipótesis: «El hombre lobo puede ser el disfraz de un culto o un ritual que muestra el deseo de escapar de las inclemencias sociales o de los males que aquejan a los individuos». Deseo de personas que terminan siendo «perseguidas por los representantes de la normalidad y la religión dominante».
Aparte, el mito mueve «a pensar la crueldad, la destrucción y la guerra» y «a llenar el vacío con ideas o personajes fuertes que encarnan con vigor una maldad trascendente». Resultado: Bartra lo sondea «como una de las claves en el proceso de construcción de una identidad occidental civilizada, con todos los horrores y contradicciones que ese proceso ha significado». De ahí su idea del libro: «una especie de mitología de la maldad y la agresión».
De un problema complejo, sin resolver, comenta Bartra, «cada quien podrá sacar hilos de interpretación». Él los saca. Citaremos algunos y sugeriremos otros. Hilos que usa el autor para dejar caer a plomo esta idea matriz: «El mal se encuentra inscrito profundamente en las entrañas del ser humano y es la expresión de una alteridad interior de la que es difícil escapar».
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Derrida juzgaba que «solo puede comprenderse un tipo de filosofía si entendemos bien qué es lo que esta pretende demostrar y, sin embargo, no lo logra, sobre el límite entre el hombre y el animal». La historia del pensamiento es un mar de cabos sueltos. Y Bartra lo sabe.
Por eso refiere de la República de Platón la leyenda del tirano Licaón, convertido en lobo. Lo mismo con San Agustín y la encarnación del mal. De Voltaire cita versos sobre el terremoto de Lisboa: «Elementos, animales, humanos, todo está en guerra. / Hay que confesarlo, el MAL está sobre la tierra». De Bodin, pensador de la soberanía, coteja su trabajo sobre el hombre lobo. Y de Arendt se sirve para caracterizar el libro: «Una exploración de la banalidad del mal cuando cristaliza en las expresiones populares». Narrativas de la invención de lo cotidiano que hablan de «humanos banales en los cuales hay un vacío, una ausencia de bien».
Sugerimos ir desde el tratamiento de Platón a la tiranía —pasando por Hobbes (Leviatán y el homo homini lupus)— hasta llegar a Agamben (lo abierto, el hombre y el animal; el bando y el lobo) y a Derrida (la bestia y el soberano). Proponemos ligar aquella idea matriz con esto de Bataille: «Hay en cada hombre un animal encerrado en una prisión como un convicto, y hay una puerta, que si se entreabre, el animal se lanza hacia fuera como condenado encontrando la salida; entonces, de momento, el hombre cae muerto y la bestia se comporta como una bestia, sin ningún cuidado de provocar la admiración poética del muerto. En este sentido se percibe al hombre como una prisión de apariencia burocrática».
Y, viniendo al caso como viene, partir de Bataille hacia la burocracia del mal, motor inmóvil de «la banalidad del mal». Expresión que Arendt ideó para Eichmann: ciega obediencia de un hombre normal que, indiferente e irreflexivo, pero consciente, organizó —y justificó— el abismal sufrimiento y la aniquilación de millones de personas en campos de exterminio. Hábitats del horror, zonas gris donde casi ni Dios ni Hombre ni Mundo. Espacios del orden establecido y sostenido según lógicas de la crueldad (Mèlich), a un ritmo incesante alimentado por ingentes energías del mal. Hábitats donde cada segundo es un segundo a tiempo para la solución final.
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Sobre esos lugares espantosos, podemos pensar y hablar —sacar hilo— pero no sin vergüenza ni honradez de la razón. Sencillamente: no podemos hablar y pensar en verdad sin experiencia. Y solo la tenemos gracias al testimonio de quienes (mal)vivieron y (mal)sobrevivieron en esos campos. Contamos, sí, con la memoria del logos del testigo.
Pero hay más, de acuerdo con Reyes Mate: «El testigo que ha experimentado el mal hasta el final no ha vuelto o ha enmudecido. Por eso la verdad de la memoria debe remitir siempre a un silencio. No debe guardar silencio pero sí guardar al silencio». ¿Cómo hacerlo? «La respuesta práctica —añade Mate— es la que dio Paul Celan con una poesía sobre el sufrimiento que remite al silencio. Es capaz de no retener al lector en la seducción de la letra, sino que le coloca ante el abismo del horror. La representación, con todas sus limitaciones, es posible y tiene varios registros».
Podríamos poner a Certeau en esa línea: «Algo de lo indecible debería escribirse, cicatrices y trabajo de ausencia, en espera de poder decirse en representaciones». Las hay de creadores guardando al silencio. Por ejemplo, el documental Shoah, de Lanzmann, o la obra de teatro Himmelweg, de Mayorga. Creadas con racionalidad sensible, respetando la diferencia entre el «decir» y lo «dicho» (Levinas). Son obras de quienes miran y hacen posible que otros miren de frente al mal. La clave, según Levinas: el ojo que escuchando recibe la elocuente «resonancia del silencio».
Hay también discursos, representaciones del mal, con esa condición. Es el caso del jurista Garapon. Su idea de justicia, basada en «una concepción “relacional” de la ética, en contacto con lo político, se transforma en justicia reconstructiva», asunto de «reconocimiento» y «reparación». La injusticia sería «perversión de una relación» antes que «transgresión». Y añade: «La percepción del mal sobre la que se apoya esta justicia es indisociable de la violación de una relación. El único mal que le interesa es aquel que está inscrito en la relación». Por tanto, busca reconstruir relaciones, y «su horizonte de nueva filosofía jurídica, desde el pensamiento del vínculo, es asegurar la continuidad del mundo». Según lo entendemos, de la relación de projimidad.
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Quizá el símbolo del hombre lobo requiera, para comprenderlo, la idea de una humana y, a la vez, animal bonhomía. No confundir la llamada de un lamento con los aullidos del mal. Afrontar simbólicamente el misterio —no enigma— del bien y del mal machihembrados. Eso sí, escuchando lo dicho en las investigaciones científicas sobre la bondad y la maldad, la violencia y la agresión en el animal humano; y, sobre todo, sobre este y el vínculo de projimidad.
Ahora bien, como diría García Baró, sin equiparar saberes. Porque ese misterio conduce también a «un último rincón de nosotros mismos, radicalmente secreto, que es, por así decirlo, cómplice del bien perfecto. Algo más íntimo que nuestra intimidad». Algo que, como razón de vida, vale de alarma cuando dicha complicidad se retrae a un compromiso cualquiera con cualquier bien, saber o poder.
Con tal propósito, terminamos sugiriendo que se acompañe la lectura de El mito del hombre lobo con la de algunos textos de los libros que relacionamos a continuación. Que sea, al menos, para una mejor comprensión.
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Autor: Roger Bartra. Título: El mito del hombre lobo. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Ensayos filosóficos:
Bernstein, R. El mal radical: Una indagación filosófica, Lilmod, (2002) 2004.
Carrasco-Conde, A. Infierno horizontal: Sobre la destrucción del yo, Plaza y Valdés, 2012.
Carrasco-Conde, A. Decir el mal: La destrucción del nosotros, Galaxia Gutenberg, 2022.
Choza, J. Historia del mal, Thémata, 2022.
Neiman. S. El mal en el pensamiento moderno, FCE (2002, rev. 2015) 2012.
Quesada Martín, J. La filosofía y el mal, Síntesis, 2004.
Reguera, I. «Naturalizar el mal» (2006), en Posmodernidad, melancolía y mal, Athenaica, 2018.
Reguera, «Lo humano y lo animal», Rev. Crítica Ciencias Sociales y Jurídicas, 2011.
Ricoeur, P. El mal. Un desafío a la filosofía y la teología, Amorrortu, (2004) 2007.
Safranski, R. El mal o el drama de la libertad, Tustquet, (1997) 2000.
En los dominios de la ciencia:
Godfrey-Smith, P. Filosofía de la biología, Bauplan, (2014) 2022.
Lorenz, K. Sobre la agresión. El pretendido mal, s. XXI, (1963) 1971.
Mosterín, J. La naturaleza humana, Austral, 2006.
Pinker, S. La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana, Paidós, (2002) 2003.
Ridley, M. Qué nos hace humanos, Taurus, (2003) 2004.
Sapolsky, R. Compórtate. La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos, Capitán Swing, (2017) 2018.
Soler, Manuel. Adaptación del comportamiento: comprendiendo al animal humano, Síntesis, 2009.
Ramo literario:
Bataille, G. La literatura y el mal, Nortesur, (1957) 2010.
Lichter-Flack, F. Pourquoi le mal frappe les gens bien. La litérature face au scandale du mal, Flammarion, 2023.
López de la Vieja, M.T. Ética y literatura, Tecnos, 2003.
Monmany, M. Por las fronteras de Europa, Galaxia Gutenberg, 2015.
Monmany, M. Ya sabes que volveré, Galaxia Gutenberg, 2017.
Monmany, M. Sin tiempo para el adiós, Galaxia Gutenberg, 2021.
Ovejero, J. Ética de la crueldad, Anagrama, 2012.
Pía Lara, M. Narrar el mal. Una teoría postmetafísica del juicio reflexionante, Gedisa, 2009.
Trapiello, A. Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939), Destino-Planeta, 2019.
Ética-política, antropología sociocultural, memoria o historia, filosofía jurídica:
Agamben, G. Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida I, Pre-Textos, (1995) 1998.
Agamben, G. Lo abierto. El hombre y el animal, Pre-Textos, (2002) 2005.
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Galcerà D. La pregunta por el hombre. Primo Levi y la zona gris, Anthropos, 2016.
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Garapon, A.-Salas, D. (dir.). Le droit dans la littérature, Michalon, 2008.
Herrera Moreno, M. (dir.). La víctima en sus espejos. Variaciones sobre víctima y cultura, J.M. Bosch, 2018.
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