La editorial Uve Books inaugura la nueva colección «DE rescate» con El hombre negro, de Carmen de Burgos, publicado en 1916 bajo el pseudónimo Colombine. Esta colección la formarán narraciones de obras que proceden de librerías anticuarias y de ferias del libro antiguo, pertenecientes a la colección particular de los editores. Ofrecemos La gran boda, una de las piezas de Colombine
La gran boda
En las ciudades de los blancos
abundan los hombres negros.
Aquella mujer no podía soportar a aquel hombre. Recordaba el caso que le había contado pocas tardes antes en la antesala del doctor otra pobre mujer, que iba allí como ella en demanda de algo que tranquilizase sus nervios. Le había contado que su esposo, americano del sur, sentía siempre tal frío, que en pleno verano dormía con la chimenea encendida y cinco o seis mantas en la cama. La pobre mujer estaba obligada a convivir con él en aquel horno; le contaba sus tormentos, el calor, que era su obsesión constante; le refería sus noches ahogándose bajo las mantas, sacando una mano, un pie, ansiosa de respirar. Se consumía, se agotaba, se moría lentamente; era víctima de un verdadero asesinato. Elvira compadeció de 10 todo corazón a aquella mujer, y por un momento, oyéndola, olvidó sus propios males; pero luego, a solas, en la soledad de su casa, le pareció que ella también estaba ahogada, asfixiada bajo un peso que no podía soportar. Aquello le había dado la clave de su propia vida.
Cuando se casó era una jovencita inocente, pueblerina, que no conocía la vida más que por las inefables novelas de Pérez Escrich. El primer señorito cortesano que se acercó a ella fue Bernardo, y Elvira lo acogió con ansiedad. La posición de sus padres no consentía que pudiese tener amores con ninguno de los mozos del pueblo; tenía esa idea de su jerarquía que tienen las princesas para someterse a la razón de Estado, y hubo de cerrar su corazón a toda impresión amorosa. Bernardo no era bello: alto, desgalichado, huesudo, con nariz acaballada y prominente, boca grande y mirar incierto y atemorizado, no despertaba la simpatía, pero tenía algo de exótico, algo que a ella le parecía superior al compararlo con los mozos del pueblo. Se vestía de un modo raro, con chalecos de todos colores; su ancho sombrero flexible y su capa algo torera le daban un aspecto de chulo que rimaba mal con sus cabellos, que extrañamente cortados formaban un contraste que despertaba su curiosidad. Hablaba campanudamente, de un modo algo incomprensible, y tenía maneras afectadas y corteses, que a ella y a su madre le parecieron el colmo de la distinción.
La boda se concertó en cuanto Bernardo tuvo la certeza de que Elvira aportaba todas aquellas fincas de labrantío del cañaveral y una buena partida de miles de duros como dote.
Ella no había visto más que el triunfo de casarse con un madrileño; porque, aunque Bernardo era andaluz, siempre es madrileño el que vive en esta villa cuando visita un pueblo de Extremadura. Era una victoria sobre las amigas casarse tan joven en un pueblo donde hay tantas solteronas; una embriaguez tener un novio que deslumbraba a todas con sus chalecos y sus corbatas. Cuando Bernardo se alejó, llegó casi a amarlo en el recuerdo. Esperaba ansiosa la carta, y al leer todas aquellas rebuscadas frases de respetuoso cariño, que elogiaban a la madre y las amigas íntimas diciéndole que iba a hacer «la gran boda», olvidaba casi por completo el tipo de su novio, y su silueta se perdía en las líneas informes de su ideal.
Le parecía que había estado dormida en toda aquella época de su boda. Trajes, ceremonias, fiestas, el viaje a Madrid…; no se había dado cuenta exacta de las cosas. Fue como un mal despertar, después de un buen sueño, el encontrarse frente a una realidad tan distinta de la que ella había esperado.
Era como si durante largo tiempo se hubiese callado a sí misma un secreto, tapándose los oí- dos para no oír lo que gritaba dentro de ella misma. Había tomado su vida como distraída, como pensando en otra cosa.
Aquella pobre mujer vista en la antesala de la clínica había sido su reveladora. Sí; aquella mujer que sufría el infierno bajo las mantas y los edredones, aquella mujer que se asfixiaba sometida a una temperatura que no era la suya, obligada a sufrir siempre el sudor de los catarros, aquella mujer había hecho espantoso, por demasiado duro, lo que a ella le pasaba. Se sentía ahora envuelta en costumbres extrañas, obligada a estar con un hombre de otro carácter, bajo el peso abrumador del tiempo, que se hacía recargado y atosigante en su trato con él.
Sinopsis de El hombre negro, de Carmen de Burgos
Este texto narra la vida de Elvira dentro de su matrimonio con Bernardo. Éste es un hombre malvado, que utiliza su astucia y a su propia esposa para medrar en los negocios y hacerse un nombre. La mentira, el engaño y la traición hacen de Bernardo su seña de identidad, y por ello termina siendo repudiado socialmente y desenmascarado por su propia esposa.
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Autor: Carmen de Burgos. Título: El hombre negro. Editorial: Uve Books. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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