El Café Gijón, contaba Fernando Fernán Gómez, cerraba a las dos de la mañana. Él y otros tantos salían del cine corriendo, ya de madrugada, para apurar los últimos cuarenta y cinco minutos de ese templo del humo en el Paseo de Recoletos. Allí paraba hasta un mono, contaba Manuel Vicent. A continuación, como todos los cafés cerraban también a las dos, comenzaba el éxodo centrífugo del juerguista madrileño. Del centro de la ciudad la procesión de trasnochadores peregrinaba a los bares de las afueras, los únicos que tenían permiso para abrir hasta las tres. Tan lejos, además, las vigilancias y hábitos se relajaban, así que en la práctica se bebía hasta las cuatro. Bien, ¿pero a dónde ir después? No hay problema: a las gasolineras. El fiestero habitual está lleno de recursos, pero las estaciones de servicio también tenían sus límites. “Entonces hubo un listo que dijo: hay un local que no puede cerrar nunca: el bar del aeropuerto”, cuenta Fernán Gómez en La silla de Fernando, el documental de Luis Alegre y David Trueba. Allí estiraban la noche “hasta las claritas” entre prostitutas y algún viajero despistado. “Cuando llegaba un vuelo nocturno a las 5h de la mañana se encontraba el bar lleno de personas enloquecidas cantando flamenco”. El chollo les duró menos de un mes. Descubierto el truco, la cantina de Barajas empezó a cerrar a las 3h de la mañana y a abrir de nuevo a las 7h.
Oliver Sacks, como los borrachos del Café Gijón, también tuvo que moverse hacia los márgenes, aunque él lo hizo a la fuerza. Fue empujado a las afueras por los repudios que sufrió: primero por su madre, por ser homosexual; segundo por los hombres heterosexuales, por los que se sintió atraído y que no pudieron corresponderle; tercero por la comunidad científica, que le ninguneó hasta que peinó canas; y por último por sí mismo, que es la peor negación posible. Se impuso la abstinencia sexual durante 35 años y, con ello, se metió a sí mismo en un cajón sonriente, como las mentes de los enfermos de Despertares dormían acorazadas en el silencio alelado de su enfermedad impenetrable.
Además de recomendar el documental de Sacks (Oliver Sacks: Una vida. En Filmin) y de destacar la eclipsada faceta de Fernán Gómez como director, el otro viernes los culturetas eligieron su película favorita del hombre que mandó a la mierda al fan service. Nadie dijo El espíritu de la colmena, pero Rosa Belmonte contó una anécdota que merecería una esquinita del Gijón. El productor Elías Querejeta le ofreció el papel principal de la película de Víctor Erice a Fernán Gómez. Este, leído el guión, preguntó si hacía falta entender el personaje para interpretarlo. Querejeta respondió que no. Fernán Gómez accedió entonces a convertirse en el hombre que hechizaba a las abejas.
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* Puedes escuchar al completo el programa de La Cultureta en este enlace
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