Inicio > Series y películas > Veo, leo, escribo > ‘El hombre que pudo reinar’: Ambición imperial

‘El hombre que pudo reinar’: Ambición imperial

‘El hombre que pudo reinar’: Ambición imperial

—Ningún blanco ha salido vivo de Kafiristán desde los tiempos de Alejandro.
—¿Qué Alejandro?
—Alejandro Magno, el emperador griego, 328 antes de Cristo.
—Si un griego puede, nosotros también.

Aparte de lo de «El continente, aislado», esto puede ser lo más británico que se haya dicho nunca. En 1975, con el imperio de Su Graciosa recientemente disuelto en naciones independientes, John Huston por fin pudo filmar en Marruecos (quizá Pérez-Reverte andaba por allí) un proyecto tras el que llevaba veinte años: el de llevar a la pantalla esta novela corta de Rudyard Kipling, escrita casi un siglo antes. En ella, dos soldados ingleses en la India, tras continuos problemas de disciplina, deciden coger lo que les queda de firme labio superior e intentar hacerse ricos por el procedimiento de buscar una tribu remota en lo que hoy es la frontera de Afganistán y Pakistán, enseñarles a luchar con la avanzada técnica militar de la Pérfida (rifle al hombro, one, two, three) y hacerse así reyes de algo lejano en vez de porteros o camareros en Londres. Conseguirlo, paradójicamente, será la parte fácil.

Cuatro nominaciones a los Oscar: guion adaptado (John Huston y Gladys Hill), dirección artística (Alexandre Trauner, Tony Inglis, Peter James), vestuario (Edith Head) y montaje (Russell Lloyd). Maurice Jarre fue nominado al Globo de Oro por la música.

[Aviso de destripes de sueños de grandeza en todo el texto]

Huston era un devoto lector de Kipling, hasta el punto de que solía afirmar que si alguien le decía un verso suyo, Huston podía recitarle el siguiente sin problemas. Su idea de llevar este relato al cine llevaba tanto tiempo dando vueltas que sus primeros actores elegidos, en los años 50, habían sido Humphrey Bogart y Clark Gable. Cuando ninguno de los dos llegó vivo a 1961, se habló con Burt Lancaster y Kirk Douglas, y cuando esto no cuajó se pensó en Richard Burton y Peter O’Toole. En los 70 hubo conversaciones con LA pareja de las parejas, Robert Redford y Paul Newman, pero Newman rechazó la idea, diciendo que esos papeles tenían que hacerlos actores ingleses (Redford no tendría tantos reparos años más tarde en hacer de quitaesencia británica en Memorias de África), y fue él mismo quien sugirió, finalmente, a los elegidos definitivos, Sean Connery y Michael Caine. Caine se tomó incluso como un honor el hecho de encarnar un papel originalmente destinado a su actor preferido de joven, Bogart, y ambos han dicho que estos dos son sus personajes favoritos, lo cual no es poca cosa, dada la carrera que ambos han tenido.

El carisma de los protagonistas es tal que la película ha escapado, por ahora al menos, a amenazas de cancelación o de inclusión de cartelitos a su comienzo avisando de racismo. La película no lo es (en demasía), aunque sus personajes sí, como cualquier soldado invasor que en el mundo ha sido, pero el guion refleja precisamente un sarcasmo tal acerca de la idea de imperios y sueños de grandeza que queda claro que los aires de superioridad y desdén que muestran Danny y Peachy son precisamente lo que se está criticando, y su fracaso final será pago más o menos justo ante su hubris. De hecho, la esposa de Michael Caine, Shakira Baksh, con la que se casó en 1973 (y aún siguen), es amerindia de Guayana, y es ella quien interpreta a la princesa Roxana. Al principio quien iba a encarnar este papel (apenas dos escenas, sin diálogo) era Tessa Dahl, la hija de nada menos que Roald Dahl, pero el retoño de un noruego y una estadounidense blanca de Tennessee no habría pegado ni con cola como princesa indio-afgana (salvo en plan Habsburgos en Madrid o príncipes Salina en Sicilia, gobernantes venidos de fuera que precisamente destacaban físicamente entre sus súbditos). Cuando durante una cena, con el rodaje ya comenzado, se le preguntó a Huston si ya tenía Roxana y este dijo que no, todas las cabezas se volvieron hacia Shakira, a quien se le ofreció el personaje ahí mismo. Aparte, durante el rodaje fue el propio Caine quien una vez gritó que le trajeran una silla a Saeed Jaffrey, el actor angloindio que interpreta al gurja Billy Fish, y con quien nadie había tenido el detalle, a pesar de ser parte importante del reparto. La única acusación de racismo quizá podría ser la típica de que todos los actores de piel oscura se parecen entre sí, y que por lo tanto da igual que seas de Guayana, Marruecos, Sri Lanka o el Punjab: todos valen para hacer de kafiristaníes. De todas formas, a veces en estos casos hay hallazgos impagables, como en este caso el de Karroom Ben Bouih, el que interpreta al sumo sacerdote de la ciudad, Kafu Selim. Se rumoreaba que tenía más de cien años de edad, lo cual significaba que ya estaba vivo cuando la historia ficticia de Kipling habría ocurrido, en 1885, y fue escogido para el papel cuando estaba trabajando, a su edad, de guarda nocturno de un olivar cercano al rodaje. Solía quedarse dormido durante la filmación… porque no dejó de trabajar por las noches mientras rodaba por el día. Hubo que explicarle que ya le darían paga suficiente como para que no tuviera que hacer doblete. Su impagable reacción al verse en celuloide: «Ahora sí que seré inmortal para siempre».

Aparte de eso, la verdad es que el tono que emplea Huston, muy suyo de muchas otras películas de su autoría, se podría calificar de «imperialismo irónico»: es cierto que la raíz de la trama es la aventura de dos extranjeros blancos que se creen superiores a pueblos enteros de piel oscura, pero aquí no seguimos a un regimiento con sueños de gloria para su reina, sino la aventura en busca de medro puramente personal de dos repudiados por su propia gente, dos hombres que rechazan reducir sus vidas, como dice Peachy, a hacer de portero para ricachones, y que buscan algo más en la vida. «¿Detritos, nos llama? ¿Detritos? Quiero recordarle que fuimos detritos como nosotros los que construimos este maldito imperio», le espetan al comisionado británico, no sin a renglón seguido salir del despacho con perfecto paso militar. Esta escena, por cierto, fue idea de Caine, que heredó de su propio servicio militar el concepto de que incluso degradado y expulsado, un soldado mantiene su orgullo y entrenamiento. En su caso este buscarse la vida ocurre a través de promover el negocio de la guerra entre vecinos, sí, pero esas rencillas ya estaban ahí anteriormente, como les ocurriría también a los españoles en América, que también llegaban huyendo de sus sociedades opresivas y buscaban enriquecerse de la manera en que les enseñaron: usando la violencia contra otros, aunque esta ya estuviera iniciada cuando ellos llegaron. Además, por todas las veces que diversos conquistadores blancos han hablado sobre sus víctimas como gente indigna de confianza y dada a las trapacerías y los engaños, aquí es al revés: quienes andan todo el tiempo urdiendo estratagemas son los ingleses, y los pobladores nativos son los que se muestran consistentes con los valores con los que viven… incluso cuando estos incluyen mear en el río para que el agua llegue contaminada al vecino que vive aguas abajo, o usar sus cabezas para jugar al polo cuando las cosas se salen de madre.

Es sobre todo la actitud de Caine y Connery en sus papeles la que desarma a cualquier aguafiestas, especialmente la del primero, que no solo mantiene contra viento y marea su acento barriobajero natal de cockney londinense, sino que luego es quien mantiene la cabeza serena, cual si recitara mentalmente «If», del propio Kipling (poema favorito de Caine), cuando Danny es el que consigue llegar a ser rey (y hay que bajarle los humos), por el procedimiento, muchas veces usado en este tipo de relatos, de ser considerado un dios por los nativos del lugar. De hecho, tan pronunciado es el acento de Caine que varios reseñadores de la época criticaron su actuación por considerarla «demasiado cómica». De eso no tiene nada, la verdad, salvo que se sea del tipo que siempre que oye un determinado acento suponga que está puesto ahí para hacer gracia, sin posibilidad de que su personaje tenga nada importante o profundo que aportar. Quizá quienes pensaban así habían visto My Fair Lady demasiadas veces.

Caine ha dicho también que Huston les dejó tanta manga ancha que una vez fue a hablar con él, preocupado por la ausencia de directivas, notas o feedback. Huston le respondió: «Ya te pagan mucho para hacer esto, Mike, así que creo que deberías apañarte tu solo». Ambos aprovecharon la oportunidad al máximo, y Peachy sobre todo es quien se lleva las mejores frases de un guion lleno de humor negro. Tras haber firmado por contrato con su camarada que nada de alcohol ni mujeres hasta completar la misión, Peachy se libra de una atractiva mujer desnuda en su cuarto diciendo a su colega: «Vamos a buscar seguridad en la batalla». Por su parte, Danny instruye a los nativos diciendo que tienen que obedecer sin pensar, pero esto no por demostrar a su rey cómo de bien le sirven, sino porque cualquiera que se atreviera a pensar se iría de allí lo antes posible. Y qué decir del momento en el que se parten de risa los dos con tanta energía tras recordar una anécdota guerrera que provocan la avalancha que, paradójicamente, por fin les permite continuar su camino por el mítico paso del Khyber. No es la gloria la que los ha mantenido con vida hasta ahora, sino esta actitud, su entrenamiento y la camaradería.

A todo esto, nos hemos olvidado de Kipling. En la historia no se menciona quién es el narrador, salvo que es periodista, pero se parece tanto al propio autor que Huston dio el obvio paso siguiente e incluyó al propio escritor como personaje, interpretado por Christopher Plummer. Aparece más bien solo para hilar la historia y explicar cómo supo él todo esto, pero también es él quien causa una de las razones para que se mueva la trama al darle a Danny una cadena con un motivo masónico: cuando los nativos la vean creerán que Danny, tras haber sobrevivido a un disparo de bala detenido por su chaleco reforzado, es el profetizado «hijo de Alejandro» y por lo tanto su señor natural. Nada de extraño tiene tampoco, ni por tanto se puede calificar de «excesiva casualidad», que la princesa local se llame Roxana, como la mujer del Magno, de la misma forma que muchas cristianas se llaman María y muchos musulmanes Mohamed. En definitiva, una película de las que ya no se hacen, con actores como los que ya no hay.

(La lista de todas las reseñas de este blog, por orden cronológico, puede encontrarse aquí)

4.6/5 (35 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

1 Comentario
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
Pepehillo
Pepehillo
2 años hace

Es evidente que la mayoría de la gente que hoy escribe es incapaz de mirar con agudeza, sin prejuicios, prepotencia y subjetivismo a la gente del pasado.