Allá por octubre de 2017 comentaba en este mismo espacio ―«Y tú ¿de quién eres?»― la manía de ponerle etiquetas a todo, de encasillar, de dividir la literatura por géneros estancos, cuando hoy en día lo más frecuente es que los géneros se crucen, se contaminen unos con otros como cantaba Ana Belén, y puedas colocarle más de una etiqueta a cualquier texto. Lo peor es que en muchas ocasiones la etiqueta no se la ponen al texto sino al autor, y si no la tienen clara ni lo leen. Hace falta muchos años de profesión para que saltes ese límite y entres en la categoría de todoterreno, como Pérez-Reverte o Rosa Montero, que pueden alternar contemporánea con histórica, ciencia ficción o policiaca sin que eso suponga un obstáculo para publicar. Sus años y su trabajo les ha costado alcanzar ese status.
Algunos autores optan por separar su producción con distintos seudónimos en función del género. Me viene a la cabeza John Banville, quien firma sus novelas de género negro como Benjamin Black. También lo hizo J. K. Rowling; tras su insuperable éxito con Harry Potter publicó como Robert Galbraith sus siguientes novelas ajenas a la famosísima saga.
Eso me dio la idea de lanzarme al ruedo con un seudónimo para desatascar una novela que llevaba tiempo escrita y que nada tiene que ver con mis obras anteriores. De hecho, fue la forma que tuve de desincrustar ―tan interiorizados los tenía―a los Lamarc y los Company de mi rincón creativo. La idea original nació en un relato que se hizo a propuesta de un autor amigo con un fin concreto: apoyar económicamente, a través de los beneficios de la venta de una antología de relatos, un portal literario que en ese momento atravesaba problemas de sostenibilidad. La temática propuesta para los relatos participantes fue «El cielo y el infierno» ―para mí, un reto―, pero con el relato terminado y todo en marcha el proyecto se frustró y mi cuento se quedó huérfano. Era un relato largo, de unas quince páginas, donde, muy concentrado, creé un pequeño ecosistema distinto al nuestro, con sus propias reglas, donde la vida y la muerte no discurren como conocemos.
De eso hace muchos años y, desde entonces, el cuento dormía en un cajón. No recuerdo con motivo de qué se lo di a leer a algún colega y fue quien me alentó a ampliar la historia. Había terminado la trilogía y me sentía vacía, incapaz de abordar un nuevo proyecto tras el esfuerzo brutal que había supuesto escribir las tres novelas de los Lamarc, sobre todo la última. Marina Lomar, siempre dispuesta a animar a escribir, me convenció del potencial de la historia y de mi capacidad para desarrollarla. Me dio la confianza y el empujón necesarios para emprender el camino. Había creado un mundo imaginario, un purgatorio en la Tierra por donde todos deben pasar, y ella me insistió en que era una pena no exprimir la idea y sacarle todo el partido posible a ese lugar «idílico». Así surgieron los Kormick, la historia del páter Cósimo, el Codex Lux Viatori, y muchas otras cosas del universo de Arlodia, mi aldea imaginaria.
Desde el principio tuve claro lo que quería contar. Arlodia y sus peculiares características serían la excusa para hablar del poder de la gente tóxica, de lo difícil que es juzgar a nadie, de los manipuladores de conciencias, de la fuerza de los instintos primarios, del libre albedrío… y de tantas otras cosas. Agradezco a los que me han enseñado que en la vida nada es blanco o negro; que las personas cambian y las apariencias engañan; que las circunstancias influyen en cómo somos y que nuestro libre albedrío es el que marca la diferencia y algunos lo tienen más difícil que otros. También agradezco a los manipuladores, narcisos y perversos (o perversas) que me he cruzado en el camino. Sin esas vivencias no podría haber escrito esta historia ni haber dibujado un personaje como Frederick von Tirpen, como Isabel Barceló me hizo ver.
Habrá quien lea la historia sin más, como un thriller en un ambiente de fantasía que se devora rápido. Pero muchos (está pasando) verán además el fondo que encierra la historia y que, como en todo lo que escribo, tiene una carga de profundidad fuerte, algo que lleva a la reflexión y queda en la memoria tras cerrar el libro. Por una vez dejé reposar el manuscrito antes de enviárselo a mi agencia y, cuando lo leí, me sorprendió lo que había escrito. Realmente no parecía mío y a la vez sí lo parecía. Me gustó y se lo envié. Me llamó, también sorprendida ―creo que es la palabra que más he escuchado asociada a El infiltrado―, y por su tono deduje que le había dado un caramelo envenenado. Mis contactos en el mundo literario (agencia, editoriales…) miraron la obra con recelo, sin demasiadas ganas: «Querol no escribe eso». En su camino por distintas mesas editoriales me he dado cuenta de que a unos les chirría que yo, etiquetada como autora de novela contemporánea, haya escrito un thriller sobrenatural, y a otros les chirría que un thriller sobrenatural sea de una autora desconocida en este género.
Los que han leído mi antología de relatos, Breverías, saben que puedo tocar palos muy distintos. Si se mira más allá de la ambientación y lenguaje arcaicos y del entorno sobrenatural, la historia que cuento está en mi registro. Lo importante es el fondo, el envoltorio es la excusa para contar algo más profundo, como he hecho en todas mis novelas y cuentos. Pero la obra entró en un bucle imposible. Yo, de momento, no he llegado a ese punto que comentaba antes de confianza ciega de las editoriales en lo que presento, y tuve claro que sería muy difícil, casi imposible, publicarla, vistas las reacciones. Tras dos años de travesía sin sentido ni puerto cercano, me decidí a sacarla yo bajo seudónimo en un intento de ser leída sin prejuicios, sin ponerle cara ni nombre y apellido a la lectura. Los que me siguen saben que no soy de quedarme parada ante las dificultades ―también lo conté aquí, en Historias de editoriales―.
Algún amigo me dijo que era un error, que esperara, que le llegaría su momento, pero no le hice caso. Llamadme impaciente: me quemaba en el cajón y había llegado al convencimiento de que no la aceptarían en ninguna editorial. Si el mundo editorial ya era complicado antes, inmerso en una crisis brutal desde hace unos años, ahora con la pandemia se ha vuelto imposible e impredecible. Incluso las novelas que tenía ya firmadas para publicar antes de verano se han quedado en un limbo del que nadie da razón o informa de nada, como si aquello lo hubiera soñado. Es una sensación muy frustrante, a la que no terminas de acostumbrarte por muchos años que lleves en esto. Además, necesitaba que abandonara mi cerebro para dejar vía libre al siguiente proyecto, que se independizara de una vez. Todo esto, metido en una coctelera, me empujó a publicarla a través de la plataforma de KDP e incluirla en el #PremioLiterario2020 de Amazon. Y la reacción de mi entorno editorial y el ejemplo de algunos autores más conocidos me decidieron a hacerlo bajo seudónimo.
Lo del premio es anecdótico: no sé qué se valora ni cómo. El jurado va desde reputados profesionales del periodismo cultural hasta blogueros, pasando por ganadores del premio, escritores superventas y otros de reciente llegada al panorama literario. Hay poca información sobre qué se valora: no es fácil manejar una lista de miles de participantes sin unos criterios previos para la criba y, tras analizar los «destacados» por la plataforma, es imposible adivinar el criterio. Lo mismo destaca una novela con ninguna valoración o muy pocas (menos de 5), que una que incumple las normas del premio ―precio inferior al exigido―. Si se valoran ventas y opiniones, hay novelas que han estado a la venta desde mayo y otras que se han publicado a finales de agosto; cuatro meses de diferencia es mucho tiempo. Lo dicho, anecdótico. Desde la barrera no he podido hacer mucho en estos dos meses ―la publiqué el 2 de agosto― por promocionarla, además de tener poco tiempo para ello y ser una actividad que me cuesta mucho. La alegría ha sido comprobar que ha gustado a públicos muy diferentes, incluso siendo una novela de un género que no acostumbran a leer, según sus propias palabras.
Si hago caso a la afirmación que le atribuyen a John Banville ―«Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura»―, con esta novela he hecho más literatura que con cualquier otra.
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Autor: M.S. Quebec. Título: El infiltrado.Venta: Amazon
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