A lo largo de la historia del cine se han rodado, aproximadamente, 268.000 películas. En blanco y negro o en color, musicales, dramáticas, cómicas, sociales o líricas, estadounidenses, chinas, españolas o indias… Elegir cuál es la mejor carece de sentido, porque las 268.000 obras no son solo muy distintas entre sí. Además pertenecen a categorías distintas. ¿Debe tenerse en cuenta la calidad técnica? ¿El sentido? ¿El mensaje, antes tan denostado y ahora de nuevo en el poder? Sin embargo, la revista británica Sight and Sound se empeña en elegir las 100 mejores películas de la historia cada década. Tras el dominio habitual de los clásicos de las listas, es decir, de los grandes directores de toda la vida (desde Kurosawa a Hitchcock, pasando por Welles), unidos a los rebeldes californianos de los 70, en esta edición ha irrumpido con fuerza el cine femenino, capitaneado por la autora belga Chantal Akerman. Su película de 1975 Jeanne Dielman, 23 Quai du Commerce, 1080 Bruxelles ha conseguido el codiciado número 1, arrebatándoselo a una película tan asentada en el ranking como es Vértigo, de Alfred Hitchcock. Cierto es que también Hitchcock fue denostado y considerado un director de género hasta su reivindicación por la nouvelle vague, sobre todo por Truffaut.
La reacción en ciertos medios ante el inesperado éxito de Akerman fue bastante dura, atribuyéndose más al auge del movimiento feminista que a los méritos de la película. Ocurrió lo mismo que cuando un autor de una cultura minoritaria gana el Nobel: es inmediatamente denostado, al margen de la calidad de su obra. A veces el ganador es mediocre y el triunfo esconde razones geopolíticas, en muchas ocasiones no. Incluso en ocasiones coinciden la calidad y los motivos extraliterarios. Tal vez sea eso lo que ha ocurrido con Akerman. Si se mira con atención a ediciones anteriores de la lista puede comprobarse que Jeanne Dielman ya aparecía en la edición de 2002, en el puesto 73, y también en la de 2012, mucho más arriba, en el puesto 35. Es decir, era un clásico consolidado dentro del estricto mundo de la crítica más exquisita, de aquella próxima al ámbito puramente artístico, incluso museístico. No es fácil encontrar la obra de Akerman en el ciberespacio. Las plataformas deben de estar peleándose por conseguir sus películas después del éxito de Jeanne Dielman. Solo está disponible en una web menor, especializada en arqueología digital.
¿Quién era Chantal Akerman? Una cineasta, artista y escritora belga, de origen judío, cuya madre sobrevivió a Auschwitz. Tuvo una relación muy estrecha con ella, que puede intuirse tanto en su obra escrita —por ejemplo en Una familia en Bruselas (publicada en español por Tránsito)— como en sus propias películas. El altísimo coste de la supervivencia y el exilio marcó su vida y su obra. Sufría depresiones frecuentes y se suicidó, con 65 años, en 2015.
Para dirigir películas se precisa cierta madurez, y no solo por la responsabilidad que implica. Sin embargo Akerman, con solo 25 años, tenía un estilo consolidado y se convirtió en una de las directoras más influyentes del mundo. No era nada fácil. En 1975 el cine de autor vivía su momento de esplendor. Es la época de directores como Coppola, Scorsese, Cassavettes, Godard o Tarkovsky… Todas las generaciones posteriores beben de las innovaciones de aquellos años. Además su estilo nada tenía de juvenil. Era silencioso, rotundo, clásico en su modernidad, con referencias en la historia del arte, con conciencia de género y de clase, propio de una artista madura. Y sobre todo era radicalmente innovador. Lo que aparece en Jeanne Dielman no se había visto antes, nunca. Muestra a una mujer, madre de un hijo adolescente, con rutinas férreas que incluyen la prostitución vespertina. Cuando la cotidianeidad, sujeta por hilos demasiado finos, se rompe, el caos se adueña de todo. Irrumpe como lo hace en «Casa tomada», el mítico relato de Cortázar, sin ruido, sin llamar la atención, pero con firmeza.
En Jeanne Dielman, Akerman evidencia cierta influencia del cine japonés, en concreto de Ozu. También del ascetismo de Robert Bresson o de pintores como Hopper o los flamencos del XVII. Su parquedad, su sentido del ritmo y sus encuadres han influido a toda una escuela de directores, desde Michael Haneke a Jaime Rosales. Akerman mira de frente al sentido y sinsentido de la vida, hacia esa soledad asumida, contra la que no se lucha, solo se soporta. Refleja esa repetición con leves variaciones, que van convirtiéndose en una realidad distinta, a veces patológica. Es experimental sin dejar de ser convencional, porque existe un planteamiento, un nudo y un desenlace, tan tremendo como razonable. Decía en una entrevista nada menos que con Jean Luc Godard, cuyo Pierrot el loco motivó su entrada en el cine: «Intento hacer un cine muy esencializado, donde no haya, digamos, una imagen sensacionalista. Por ejemplo, en lugar de mostrar un acontecimiento «público» sensacional o lleno de cosas, contaré lo que está a un lado».
El cambio de Vértigo, anterior número 1 del ranking, por Jeanne Dielman supone la sustitución de una oda a la idealización femenina por una obra estilizada, sin duda, pero también absolutamente realista. Mientras una transcurre en un maravilloso San Francisco nublado y onírico, la otra sucede en una casa gris de la gris Bruselas. No en vano el propio título remite al espacio central, tan protagonista como Delphine Seyrig. Supone algo parecido a la caída de la musa.
Jeanne Dielman no es la única aparición de Akerman en la lista de Sight and Sound. News from Home aparece en el puesto 52. Es un precioso homenaje al Nueva York de los 70, esa ciudad previa a Giuliani, insegura, sucia y fascinante. Las imágenes de la ciudad, tomadas siempre desde la distancia y el anonimato, con una falta de implicación absoluta, se vinculan con la lectura de las cartas enviadas a la propia Akerman por su madre mientras vivía en Nueva York.
Con la llegada de la madurez la carrera de Akerman se difumina e incluye incluso un producto tan mainstream como una película romántica rodada en Nueva York, con Juliette Binoche y William Hurt. El talento no es eterno, aunque a veces se mantenga y lo que haya cambiado sea la recepción. En 2014, meses antes de su muerte, estuvo en España exponiendo sus instalaciones en la galería Elba Benítez.
Era una cineasta íntima, pero no entrometida, que dejaba un espacio enorme a la interpretación del espectador. Poseía un conocimiento absoluto de la vida, conocía cómo se construyen las dinámicas. Trabajaba con epifanías profundas, con pequeños movimientos, con rutinas que modifican la vida sin que quienes están ahí lo sepan. En sus propias palabras: «Mi madre, que sabía de desgracias, me contaba que las grandes crisis no las ves venir porque crecen poco a poco, hasta que un día te han devorado la vida. Como artista tienes que estar en guardia y a la vez seguir adelante».
La mejor película de la historia no existe, pero dentro de la manifiesta inutilidad de cualquier lista no debe aprovecharse la guerra cultural para debilitar a Chantal Akerman, una directora superdotada, que en los años 70, en pleno post68 y con 25 años, plantó cara a toda la élite contracultural, de Cassavettes a Godard. Lo hizo además con un estilo propio, radicalmente nuevo, propio de una auténtica creadora.
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