Si uno entrevista a un famoso, ¿preparará las preguntas para que las responda el personaje que todos conocemos, o será capaz de inventar algo que nos descubra a la persona que debe esconderse detrás? A un jovencísimo Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) le encargaron traducir una entrevista al mismísimo Marlon Brando y optó por inventar la entrevista, con las respuestas, que a él le gustaría haber hecho. Porque Marlon Brando debería ser uno de los personajes más interesantes que podríamos encontrar: excéntrico, genial, independiente, distinto. La supuesta entrevista, que tiene lugar en 1968, busca sorprendernos por el ingenio del actor, que se centra en el eje de un sentido de la justicia inusitado, el que le supone un cambio vital a la persona que porta esa máscara: si el actor se expresa así de rotundo acerca de los males del mundo, la vida que peligra será la de la persona. A la hora de la verdad, el resultado es una apelación al absurdo, a esas llamadas mentales a no fiarnos de nada, pero creer en la ficción, que en el futuro nos deparará la literatura de Vila-Matas.
Las piezas que componen este pequeño volumen pretenden, por encima de todo, provocar un incremento del interés del lector por el personaje, al que se retrata parcialmente. Será a través de esta visión limitada en la que intervenga la creatividad del Vila-Matas, ahí donde se ponen en marcha los mismos mecanismos que hacen falta para la ficción: un parecer del autor que es el sustrato sobre el que hinca la raíz la creación. Hay que tener en cuenta la capacidad que siempre ha tenido Vila-Matas para hacernos creer que es otro o al menos dudar de quién es el que nos habla. De hecho, como nos recuerda Mario Aznar en el prólogo, estamos frente a un escritor que encontró su estilo mientras estaba copiando el estilo de otro.
Pero atendamos a los personajes afectados. Tras Marlon Brando, encontraremos a Juan Antonio Bardem, el genial director de Calle Mayor o Muerte de un ciclista, que sin mentarlo lamenta que en este país hacer cine, y triunfar entre la crítica, no es garantía de nada. Bardem representa la duda. La entrevista que afronta a continuación es a Rudolf Nuréyev, y nos encontramos con alguien que no parece tener mucho que contar, tal vez porque en una entrevista no se maneja con su lenguaje, y al que se le atribuye el don de ser breve y el malestar de ser trágico. Rovira Beleta, director de Los Tarantos y Amor brujo, atiende, o se supone que atiende, mientras está entregado a su trabajo; es como si se le hubiera pillado en mitad del fregado, pero como si no fuera posible pillarle de otra manera. Luego volveremos a encontrarnos con Marlo Brando, ese actor del que Fernando Trueba decía que ver una de sus películas es como asistir a un concierto en el que el solista toca otra música diferente y además está borracho, al que esta vez se le enfrenta una desconocida en un minirelato con forma de diálogo; lo que leemos son las respuestas de un cínico mediático. Anthony Burgess expresará sus temas más obsesivos, que son la religión y la literatura, o la metaliteratura, demostrando qué es lo que admira Vila-Matas de su obra. La entrevista al filósofo Cornelius Castoriadis nunca llega a suceder, ni siquiera en ficción, porque a lo que asistimos es a su preparación, posiblemente por la dificultad o amplitud que tiene el asunto sobre el que debería hablar: el fracaso de un modelo político y social. Patricia Highsmith sirve para reflexionar un poco sobre la transición de la literatura al cine, y mencionar las filias y fobias de la autora vinculadas a su personaje más famoso, Ripley. Terminamos con el capítulo ‘Recuerdos inventados’, en el que vemos el deslumbramiento por la literatura de Antonio Tabucchi, con la que tanto tiene en común la obra de Vila-Matas. Esta última pieza nos dejará con el sabor a melancolía de lo que deberían ser las mejores intenciones creativas. Y la aportación a la creatividad es la faceta más destacable de la obra de Vila-Matas.
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Autor: Enrique Vila-Matas. Título: Ocho entrevistas inventadas. Editorial: Hurtado y Ortega. Venta: Todos tus libros.
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