Existen dos grandes corrientes de la imaginación grotesca, aquella donde se reúnen la risa y la violencia satírica: una propende al delirio fantástico (monstruos, apariciones…), la otra satura los contornos de la realidad. Caben opciones intermedias, por supuesto. Son aquellas donde lo inverosímil irrumpe en lo cotidiano para evidenciar los contornos de una verdad urgente (pensemos en “La nariz” de Gógol o en La metamorfosis de Kafka o en El ángel exterminador de Buñuel). Esa verdad encuentra en lo grotesco una forma de mostrarse a los ojos de todos, opera como una liberación. La imaginación grotesca encuentra en lo anómalo un motivo para la risa transformadora, un punto de fuga que reordena el escenario y permite la comprensión del observador.
Los cuadernos de trabajo que Anete Melece completó cuando preparaba su película son un material muy valioso que habla bien de su conciencia estética a la hora de abordar la dimensión externa e interna de la obra. En ellos se aprecian múltiples apuntes sobre la realidad social (ligeramente revisados en la adaptación a libro de posible destinatario infantil), así como un lúcido análisis de su heroína. Junto a apuntes donde Melece estudia los rasgos de carácter de una persona acuciada por una crisis vital (la insatisfacción moderna, plasmada en un escenario laboral opresivo: trastornos alimenticios, fantasías de liberación, conformismo…), aparecen anotaciones especialmente lúcidas: Melece compara a Olga con Oblómov, el hombre inútil por antonomasia de la novela homónima de Goncharov. Anete Melece es una artista letona y conoce este emblema de la literatura rusa del XIX que ha dado lugar a uno de los símbolos más importantes de la imaginación moderna y del horizonte de vida contemporánea: el individuo incapaz de tomar las riendas de su vida en un mundo cada vez más complejo. Pero hay dibujos todavía más interesantes, como aquellos (desechados, finalmente) donde Melece extrema la fantasía grotesca e imagina a una Olga que sobrevive bebiendo el agua de lluvia que entra directamente por el tejadillo modernista del kiosco.
No llegará a tanto ni en el álbum ni en la película, pero sí veremos cómo los sueños de evasión, de cambio de vida, adoptan una forma grotesca alegre en torno a una figura tradicional: la giganta. La obesidad contemporánea de Olga se convierte en gigantismo folclórico. Cierto día, un incidente “por irritación de la realidad” desencadena un cambio en la vida de Olga, una ruptura (en el grotesco, los símbolos deben encarnarse: el kiosco se desgaja por la base y Olga lo llevará consigo, cargará con él como en aquellas viñetas antiguas donde un hombre desnudo se vestía con un barril). Y así, convertida en una giganta atrapada en el kiosco, en una “mujer-cangrejo” capaz de andar desencadenada por la ciudad, de moverse por sus propios pies con el caparazón de su problema a cuestas, Olga inicia un viaje cómico y gozoso que acabará en una escena de libertad.
Cabe preguntarse cómo un corto de animación premiado en múltiples certámenes “adultos”, una película de temática madura, ha podido desembocar de forma tan natural en un “libro para niños”. La razón es el grotesco alegre: un lenguaje compartido por los humanos desde el origen de la especie, un lenguaje universal, tanto de adultos como de niños.
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Autor: Anete Melece. Título: El kiosco. Editorial: Libros del Zorro Rojo. Venta: Todostuslibros
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