Los relatos que componen este libro se basan en procedimientos muy diversos: desde la recreación histórica hasta la parodia de formas narrativas estereotipadas, desde el microrrelato hasta la estampa ilustrada con collages del autor, desde el apunte que aspira a sugerir hasta la historia que pormenoriza una anécdota de apariencia intrascendente… “Laboratorio de procedimientos narrativos”, subtitula Benítez Reyes los textos agrupados en la primera sección de este libro, y como tal laboratorio puede entenderse el conjunto: un continuo fluir de tácticas estilísticas dispares aplicadas al territorio de la ficción. Por regiones fingidas nos trae invenciones que asombran tanto por su planteamiento como por su desenlace, tanto por sus sorpresas de escritura como por los asideros imprevistos de su fantasía.
Zenda ofrece tres narraciones del libro Por regiones fingidas, publicado por la editorial Renacimiento.
La historia de la cabeza perdida en el café de Levante
Mientras recogía el bar, tras una noche de sábado muy agitada, oí una vocecilla que atribuí en principio a mi imaginación, pues de otro sitio no podía provenir, al estar yo allí solo. “Eh, tú”, oí de nuevo, y ya no pude permitirme dudar de la evidencia.
Vi una caja de madera en el suelo. Estaba ornamentada a lo oriental, con grecas fantasiosas y la estampa de un tigre. Dejé la escoba y me acerqué. “¿A qué esperas? Aquí dentro no hay quien respire”.
Cogí la caja, que me resultó pesada para su tamaño, y la puse sobre el mostrador. “Abre esto de una vez”. La caja tenía una aldabilla en el frontal, como esas capillas portátiles que van rotando por las casas de los bienaventurados o de los moribundos. No pude evitar una cascada de conjeturas: un enano cautivo, un ingenio parlante, un loro…
Abrí la caja. Sobre un cojín de gutapercha granate con cordonería dorada, había una cabeza. Algo muy frío me recorrió la espalda y la razón.
“No te asustes, muchacho. Soy la cabeza del hombre que perdió la cabeza por Carmela del Río, la célebre bailaora y luego actriz de variedades. Sírvete un trago, siéntate y deja que te cuente mi historia”.
Hice lo que me dijo y ya se puede imaginar usted lo que me contó, aunque le ruego que me guarde el secreto.
Mi identidad aérea
Primero fue el dueño del kiosco de prensa de mi nuevo barrio: “Fui a verle con mis hijos. Es usted un artista”, y me estrechó la mano con las dos suyas. Luego el taxista con acento rumano: “¿Cómo lo hace sin caerse?”. Luego los demás: el panadero, el camarero del restaurante económico, la anciana que todas las tardes da de comer a los pájaros en el Luxemburgo y la muchacha con aspecto de enferma que se me acercó cuando cruzaba el puente.
Todos dan por hecho que soy el trapecista estelar del Gran Circo de Bruselas, con sede estable en París. No es la identidad que hubiese elegido de poder elegir alguna, pero tampoco es la peor de las posibles.
La semana pasada, la sobrina del portero de mi edificio me pidió un autógrafo.
Desde aquel malentendido que inició el kiosquero, no pasa un día sin que el equívoco gane en popularidad. Está visto que la confusión de una sola persona puede dar pie a una confusión generalizada, y más en un barrio como el mío, en el que todo el mundo sabe lo de todo el mundo.Una parte de mí, por la fuerza de la irrealidad, es el trapecista del Gran Circo de Bruselas. Incluso he llegado a sentir miedo de caerme algún día del trapecio y ascender al rango de leyenda luctuosa. Una parte de mí que no es mía me susurra que debería hacer testamento.
Cuando alguien me mira, leo en sus ojos la admiración y sé que me imagina con unos pantalones blancos y con un chalequillo de lentejuelas moradas, dando volteretas en el vacío, y les confieso que he llegado a sentirme orgulloso de mi falsa profesión. Incluso en los días gélidos, me echo a la calle, porque comprendo que me debo a mi público: soy un espejismo. Soy, en fin, el trapecista.
Sueño y seguido
Aquella noche, Javier Ruiz se despertó en medio de una pesadilla en la que se vio obligado a enfrentarse a un dragón y a un hombre sin cabeza. Siguió durmiendo, aliviado.
A la mañana siguiente, al despertarse, se asomó a la ventana y vio en el parque a un hombre sin cabeza sentado en uno de los bancos de hierro.
“¿Dónde está el dragón?”, le gritó el hombre sin cabeza a Javier Ruiz, y Javier Ruiz se vio obligado a encogerse de hombros con un sentimiento difuso de culpabilidad.
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Autor: Felipe Benítez Reyes. Título: Por regiones fingidas. Editorial: Renacimiento. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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