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El Lehane original

El Lehane original

Treinta años y quince novelas, varias de ellas llevadas al cine con éxito, separan Un trago antes de la guerra, editada en 1994 y ganadora del Premio Shamus a la mejor policíaca, y Golpe de gracia (2023) recibida también con muy buenas críticas: la primera y la última novela de Dennis Lehane publicadas por Salamandra este año. Leerlas en un breve lapso de tiempo, además de haber disfrutado de numerosos títulos del autor de origen irlandés, me ha proporcionado nuevas claves sobre el conjunto de su obra. Me asombra que en su debú literario el Lehane original aborde ya los temas que ha ido desarrollando a lo largo de su extensa trayectoria: las desigualdades sociales, los conflictos raciales, la corrupción institucional, las mafias, la pederastia, la familia, la gentrificación, el catolicismo… y la figura del padre, del mal padre, que en este relato se cierne sobre la historia cual ave de mal agüero.

Sorprende también la madurez de su prosa, especialmente su ritmo vibrante y la fluidez de los diálogos, un rasgo distintivo que ha propiciado la adaptación al cine de cinco de sus relatos y su faceta como guionista en series excelentes como The Wire o Boardwalk Empire. Nadie le tuvo que dar el típico consejo «escribe sobre lo que conozcas». Es lo que hizo desde el principio. Y lo hizo bien. Retrató a su tribu, a sus gentes y sus conflictos con sincera honestidad. Imagino a un niño de grandes ojos azules, tímido e introvertido, atisbando entre los visillos, sentado en las escaleras del porche observando el trajín de sus vecinos, escuchando las charlas de las cotorras del barrio, las discusiones de los hombres en los pubs, las peleas de los chicos… Absorbiendo imágenes y sonidos por todos sus poros para, una vez metabolizados, transformarlos en palabras.  En historias.

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Patrick Kenzie es el narrador de Un trago antes de la guerra, primer caso de una pareja de detectives amigos desde su infancia en el barrio bostoniano de Dorchester. Patrick usa un lenguaje desenfadado impregnado de ironía, que muchas veces esgrime contra sí mismo, por lo que enseguida se te hace simpático. Está coladito por Angela Gennaro, Angie, su atractiva socia de larga melena negra y ojos de color caramelo, para su desgracia casada con el Gilipollas, otro chico del barrio que prometía mucho y no llegó a nada. A veces colabora con ellos Bubba Rogowsky, otro de la pandilla, que alcanzó más de metro noventa de puro músculo y está como un cencerro. Se dedica al tráfico de armas y hay que tratarlo como la nitroglicerina, «con precaución y a pequeñas dosis».

"Lehane ignoraba cuando lo concibió que tras este «trago» el éxito le esperaba a la vuelta de la esquina"

Patrick usa una Magnum, como Harry el Sucio, para compensar su mala puntería, su bien material más preciado es un Porsche Roadster descapotable del 59 y dispone gratis de un abogado de lujo que viste trajes de más de mil dólares, Cheswick Hartman, que debe un gran favor al sabueso. Con un amigo periodista «más negro que el carbón» mantiene acaloradas discusiones sobre lo que significa el color de la piel. También tiene cicatrices físicas y emocionales que le legó el Héroe, Edgar Kenzie: su padre, un intrépido bombero que apareció en las portadas de los periódicos cuando salvó a dos niños de un incendio trepando por una liana hecha de sábanas anudadas. Una estrella popular de cara a la galería, metido luego en política como concejal, que en la intimidad del hogar mudaba en monstruo.

La agencia Kenzie-Gennaro se ha labrado buena reputación en la búsqueda de desaparecidos, y los detectives son contratados por los senadores Sterling Mulkern y Brian Paulson para que localicen a una mujer de la limpieza que se ha esfumado llevándose importantes documentos del capitolio. Se llama Jenna Angeline y es negra. No tardan en encontrarla pero algo ocurre entre Patrick y esa mujer de «ojos muertos, viejos y resignados» que le confiesa con sencillez que «nunca nadie la ha necesitado para nada». ¿Piedad tal vez? El caso es que, en vez de llamar a sus clientes, el detective decide acompañarla al banco donde guarda los papeles sustraídos, y allí, en una concurrida plaza, Jenna es asesinada y Patrick hiere gravemente a su agresor. Las fotos que toma un tipo que pasa por allí lo convierten en portada, héroe por un día como su padre, pero le pone en la espalda una diana como objetivo de los Raven Saints. Liderada por el mortífero Marion Socia, es una de las bandas más peligrosas de la ciudad, pero no la única, y se enfrenta a sus rivales, los Ángeles Vengadores, capitaneados por el hijo de Socia, Roland.

Uno de los momentos culminantes es el entierro de Jenna, al que asisten ambas bandas, entablando frente el ataúd un silencioso duelo bajo la tensa vigilancia de la policía. Es una tregua, un trago amargo de bilis antes de la batalla. La guerra urbana. La trama incluye casualidades algo forzadas y Patrick se pone algo pesado describiendo con excesiva minuciosidad sus recorridos por los barrios bajos de Boston prohibidos a los turistas, pero la acción avanza implacable y los malos reciben su merecido, que es de lo que se trata. El título trasmite un gozoso fatalismo muy irlandés: si hay que ir a la guerra se va, si hay que matar o morir se mata y se muere, pero antes pasemos un buen rato. Lehane ignoraba cuando lo concibió que tras este «trago» el éxito le esperaba a la vuelta de la esquina.

Sobre el telón de fondo de tiroteos, palizas y asesinatos, Lehane plantea un paralelismo entre dos modelos de padres tóxicos. Padre blanco de buena posición e integrado en la sociedad pero habitado por los demonios de un autoritarismo violento con visos sádicos: el de Patrick. Padre negro marginado y criminal sin paliativos: el de Roland. Hijos que detestan a sus progenitores condenados a acarrear sus pecados y en cierta manera a reproducir sus pautas, bien como héroes efímeros bien como gánsters. Queda descartado un posible factor autobiográfico. Lehane dedicó la novela a sus padres, Michael y Ann, y al jesuita Lawrence Corcoran.

"En 2001 apareció Mystic River, su espaldarazo internacional. Palabras mayores"

No hay duda de que se encariñó con sus primeros personajes. Como si cogiera carrerilla, escribió cuatro libros más sobre la pareja de detectives en tiempo récord, a razón de un título al año, y luego se tomó un descanso, no para regalarse un año sabático, sino para dar un salto literario. En 2001 apareció Mystic River, su espaldarazo internacional. Palabras mayores. Lo leí después de Un trago... y es como pasar de un ligero tílburi a un ornamentado carruaje arrastrado por cuatro caballos negros empenachados que avanza lenta y ceremoniosamente. Si la serie de los detectives es un thriller duro pero desdramatizado por la mirada amable del narrador, en Mystic River se masca la tragedia desde las primeras páginas y la oscuridad impregna la atmósfera y el alma de los personajes. Luego, Lehane descendió varios peldaños más la escalera que ahonda en los delirios de la mente con Shutter Island. Ambos relatos llevados al cine por grandes directores, Clint Eastwood y Martin Scorsese, tuvieron recaudaciones millonarias. Nostálgico de Patrick y Angie, Lehane retomó la serie con un sexto caso, La última causa perdida (2010), intercalada con la de Joe Coughling, tres libros ambientados en las primeras décadas del siglo XX en el universo gansteril que tan bien domina. Por otra parte, Ben Affleck adaptó dos de sus novelas: Desapareció una noche, (Gone, Baby, Gone), uno de los casos de los detectives bostonianos, con Morgan Freeman y Ed Harris, y Live by Night, basada en la homónima de la serie sobre Joe Coughling. Y una quinta película, The Drop dirigida por Michaël R. Roskam e inspirada en el relato Animal Rescue.

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Espero que Dennis Lehane nos siga deleitando con nuevas historias o proyectos audiovisuales. Con 59 años, le queda un buen trecho de vida activa, aunque por lo que a mí respecta ha cumplido con creces y podría permitirse una jubilación anticipada. Dudo que se la tome: intuyo que es de esos escritores que mueren con la palabra puesta.

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Adrián
Adrián
4 ddís hace

Me gusta mucho la trilogía Coughlin (Cualquier otro día, Vivir de Noche y Ese mundo desaparecido). Sobre todo, la primera me parece que está a la altura de cualquiera catalogada como la Gran Novela Americana.