Imagen de portada: A principios del siglo XX el futbol se practicaba en terrenos próximos a la plaza de toros de algunas ciudades.
El otro día uno de los nuevos filólogos especializados en fútbol nos obsequió con el siguiente argumento: “Fulanito no se encontrará en disposición de rematar correctamente hasta que un compañero no lateralice el juego”. No debemos entrar en profundidades, pero la expresión debe de querer decir (ahí van tres verbos juntos para incidir en la cosa) “jugar por la banda”, que queda muy claro y por eso hay que oscurecerlo. Esto en mis tiempos juveniles lo resolvíamos diciendo:
—Cuando tú tengas el balón en la banda, tira a la olla, que yo estaré allí para rematar o para que me hagan penalty.
Hay uno de estos comentaristas que ya no se atreve a llamar “césped” a la hierba del terreno de juego —que es lo que es— y lo llama «tapete» —que es lo que no es—, como el de las mesas de billar. Feliz hallazgo. Pronto hablará de tacos, carambolas y bolas de los futbolistas.
En mi libreta de notas, conservo una hoja con anotaciones tremendas de otro duelo anterior entre blancos y colchoneros, jugado en Madrid. Fue aquél un encuentro histórico que traigo en contraposición con el celebrado en Arabia Saudita, tan modélico. No digo que presencié el derby de los madrileños en Arabia Saudita porque presenciar requiere presencia y no estuve allí. Lo vi por la tele. Me acordé del comentarista de aquel partido, que mereció las dolorosas anotaciones en mi libreta. Recuerdo que se mostró muy contento al finalizar la primera parte con la leña que se había repartido, y en un momento dado dijo: “El derby no decepciona. Ha habido un expulsado, un gol de penalty (luego hubo otro), muchas tarjetas amarillas, diversas tanganas y mucha tensión”. Sólo le faltó echar de menos un par de piernas rotas y tres roturas del ligamento cruzado.
Hay palabras, recién inventadas e incorporadas al lenguaje que se está creando para uso exclusivo del fútbol, que nacen torcidas. Últimamente, la palabra “delantero” y su correspondiente femenino, suele cambiarse por el adverbio “arriba”, indicando la denominación del lugar donde han de situarse los jugadores encargados de meter los goles. En un equipo de fútbol, unos son defensas (portero incluido), otros medios, y otros juegan “arriba”. “Arriba. (Del latín ad ripam, a la orilla). 1. adv. l. A lo alto, hacia lo alto. 2. adv. l. En lo alto, en la parte alta. 3. adv. l. En lugar anterior o que está antes de otro; pero denotando superioridad, ya real, ya imaginaria. 4. adv. En dirección hacia lo que está más alto, respecto de lo que está más bajo”, dice el diccionario de la RAE.
La expresión se ha acuñado, sin ninguna duda, en algún vestuario, donde el entrenador, charlando con sus discípulos de determinadas tácticas de juego, expone las suyas para vencer al contrario. Esas charlas suelen ir acompañadas de diseños de estrategias de conjunto que se pintan en una pizarra colgada de una pared del vestuario o sala de reuniones o donde se junten para hablar.
La pizarra, está claro, cuelga en posición vertical y es ahí donde los delanteros, que suelen ser los jugadores de mayor movilidad, quedan situados en la parte alta de la misma y, por tanto, “arriba” es donde el entrenador hace sus trazos y dibujos.
Trasladado el uso del vocablo a la realidad, la localización se convierte en un concepto absurdo, ya que éste el terreno de juego no es una pizarra ni está colgado de una pared. Está en posición horizontal, y en esta posición no hay ni arriba ni abajo. Todas las zonas están en posición horizontal, invalidando así la expresión “arriba”, que no existe en la realidad del juego. En todo caso habría que cambiar “arriba” por “adelante”.
Deseo llamar la atención del lector acerca de la palabra “táctica” y la importancia que tiene en la vida poder contar con ella. Los antiguos griegos creían que la vida de un ser humano dependía de sus tácticas, puesto que las tácticas constituyen un arte que enseña a poner en orden las cosas.
Prosigo con una breve antología de “gazapos” cazados al vuelo (¡) por el arriba firmante en las dos últimas semanas.
* No está bien decir “el equipo recula”, ni “hacia la mitad del segundo tiempo el equipo se aculó en tablas”, porque recular es un movimiento aplicado generalmente a los cuadrúpedos. Es de origen taurino y supone un uso inadecuado de los verbos “recular” y “acular”, cosa que suelen hacer los toros mansos para defenderse. Estos vocablos de origen taurino quizá vengan de cuando el fútbol se practicaba en terrenos junto a las plazas de toros.
* No está bien decir “las espadas están en todo lo alto”. De origen dudosamente taurino y especialmente inadecuado en un partido de fútbol. Quiso decir el intrépido colega que al terminar el primer tiempo el partido registraba un empate a dos goles y en el segundo tiempo “las espadas estarán en todo lo alto”. La realidad es que el dicho procede de cuando se luchaba a espada y se ponían desnudas y en alto amenazando a los enemigos, “espadas en alto”, aunque después se ha utilizado para indicar que la espada manejada por el torero se encontraba bien puesta, en “lo alto” del morrillo. En la acepción taurómaca hablar de “espadas” es exageración. Un torero maneja una espada para despenar a su toro; hablar de “espadas” es incomprensible.
* No está bien decir “habrá que doblegar la seguridad”. El comentarista, aunque quiso decir “habrá que doblar la seguridad” para un partido de fútbol entre dos eternos rivales, tenía en parte razón. Doblegar no es sinónimo de doblar pero procede del latín duplicare, que significa doblar. Doblegar significa comúnmente hacer que alguien desista de un propósito y se preste a otro.
* No está bien decir “Fulanito de Tal es un futbolista que trabaja muy bien la “dominación y controlación” del balón. Hubiera estado mejor decir “dominio y control del balón”. Fea es la manía de alargar las palabras.
* No está bien decir “el partido concluyó con el resultado de cero a cero; y en la primera parte tampoco hubo goles”. Un razonamiento de Pero Grullo, que aplaudiría el maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela.
* No está bien que la jerga futbolística crezca incontrolada y sin ajustarse a las normas académicas del lenguaje. Por ejemplo, cuando el balón traspasaba los tres palos de la portería se solía decir “hacer un gol”, “meter un gol” o “marcar un gol”. Esas expresiones ahora se han quedado pobres. Recientemente, y en atención a la jerga naciente, meter un gol se dice “transformar”, quizá porque transforma el resultado. En la última edición del diccionario de la RAE se admite “lograr un gol en la ejecución de un penalti o de una falta. Transformar un penalti”.
* También se dice cuando se mete el primer gol que Fulano “ha abierto la lata”. Me cuesta creer que, tratándose de futbolistas, sea una lata de sardinas.
* No está bien decir “Fulano hizo hat-trick” para indicar que metió tres goles. Meter de rondón palabras inglesas confunde al personal que no sabe inglés ni lo necesita. Valdría con decir: “metió tres goles” o “hizo triplete”.
* No está bien decir “el árbitro, con un prolongado pitido y los brazos indicando la dirección de los vestuarios, pone el punto y final al partido”. Lo correcto es decir “punto final”. Incorrecto es decir “punto y final”. El árbitro puede poner el final pero no puede poner el punto. “El punto final” es el último punto de un párrafo o texto escrito, y se usa en fútbol por un cierto impulso creativo, nunca con buenos resultados.
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