Hay varios tipos de viaje y a cada uno le corresponde un libro distinto. O varios. La elección depende de la duración del trayecto y de nuestras inquietudes en el momento de partir. Si las preguntas que nos hacemos definen nuestro camino, ¿qué libro elegir cuando solo contamos con un billete de ida, el regreso no está asegurado y la única certeza es que no seremos los mismos al volver?
De forma natural intentamos respetar cierto equilibrio, impuesto por una lógica material: no queremos acumular más cosas de las que podamos llevar en una o varias maletas. Ésas que haremos cuando, tarde o temprano, volvamos a nuestro país de origen. Porque siempre conservamos la esperanza de volver. Incluso si, conforme pasa el tiempo, esa certeza se transforma en un volátil sueño que desaparece cuando despertamos y nos enfrentamos a la realidad del lugar en que vivimos. Así, nuestra habitación y nuestro piso se llenan con objetos pasajeros, de los que podremos desprendernos con facilidad en el esperado momento de dejar todo atrás.
Durante un tiempo, el libro electrónico nos parece una solución sensata: la posibilidad de seguir leyendo, incluso en nuestra lengua natal, sin ocupar espacio. Pero acabamos cansándonos de su frío y ligero tacto, añorando pasar las páginas de un ajado volumen para ver auténticas letras sobre papel impreso. Nos sentimos mejor cuando nos rodeamos de libros que nos esperan al llegar a casa, siempre dispuestos a consolarnos en cualquier momento, como todo buen amigo. Además, descubrimos que podemos aligerar la maleta de vuelta si hacemos envíos por correo a nuestro país y nos aventuramos a comprar nuevos libros.
El tiempo pasa y nos establecemos en ese lugar que deja de ser extraño, en el que empezamos a sentirnos seguros tras conocer parte de sus secretos. La incertidumbre deja paso a la estabilidad. Llegan las ganas de seguir amueblando lo que osamos llamar hogar, sin preocuparnos por la necesidad de abandonarlo antes o después. Queremos cambiar de etapa y afirmar nuestra presencia en un espacio que se vuelve cada vez más nuestro.
Es entonces cuando llega el libro de más. No parece ser más importante que el resto, pero, una vez dejado junto a los otros, lo cambia todo. Como si descorriera la cortina que ocultaba lo que siempre había estado ante nosotros. De pronto vemos que la pequeña estantería, casi repleta, puede llamarse biblioteca. Los límites desaparecen y las posibilidades se multiplican. Nos liberamos de invisibles ataduras y queremos acoger más libros en casa, para que nuestra mente siga cambiando tras cada página leída. Dejamos de pensar en el futuro para vivir plenamente el presente, para aprender de cada paso dado y aprovechar cada oportunidad surgida, sin dejar que los prejuicios elijan por nosotros. Y si algún día se presenta la ocasión de volver, ya encontraremos la manera de hacer que esos silenciosos amigos nos acompañen en el viaje o tengan una nueva vida en el lugar que dejaremos atrás.
Ya no recuerdo cuál fue el libro de más de mi biblioteca. Solo sé que muchas estanterías se han llenado, y se siguen llenando, desde su llegada y que, lejos de ser un lastre, esos libros me dan la fuerza que me ayuda a seguir adelante.
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