En el Panteón de los Marinos Ilustres de San Fernando ha aparecido el cuerpo de un joven soldado salvajemente mutilado. Una esvástica realizada con cortes aparece en el cadáver y el homicidio no tarda en acaparar la atención mediática cuando se filtra un dato aún más perturbador: el asesino dejó las tripas de la víctima a la vista, simulando con los intestinos un cordón umbilical.
Daniel Fopiani regresa con una nueva novela, protagonizada por el capellán castrense Ezequiel Expósito, El linaje de las estrellas (Espasa, 2024), de la cual ofrecemos a continuación un fragmento.
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Panteón de Marinos Ilustres, San Fernando, 21 de julio de 2023
De la misma manera que lo hacen las bandadas de pájaros, las carcajadas trazaban piruetas por el amplio espacio del mausoleo. Las risas de los turistas revoloteaban primero por las altas bóvedas del panteón, para luego dejarse caer como bocas que vuelan entre los nichos, los bancos de madera y las tallas de los santos.
—Y ahora, si miráis arriba, podréis ver esta impactante lámpara votiva que cuelga de la cúpula del crucero.
Los turistas levantaron los ojos, a la vez que algunos alzaban los brazos con el índice erecto, como si fuese necesario señalar aquella mole gigantesca que se suspendía frente al altar mayor. La claridad diagonal que descendía de las vidrieras coloreaba con suaves reflejos cada uno de los rostros del grupo de visitantes. Esa luz, que convertía en oro el polvo que flotaba en el aire, debía de encontrarse muy cerca de la que uno espera encontrar en el reino de los cielos.
—A ver, acercaos por aquí, que se me escuche bien. Desde esta posición podréis apreciar que la lámpara está decorada con treinta y dos escudos heráldicos, representativos de algunas de las ilustres personalidades enterradas en este mausoleo. Está forjada en latón y plata; pesa más de quinientos kilos y el cable que la sustenta sobre vuestras cabezas tiene menos de un centímetro de diámetro. Yo, siempre que puedo, evito pasar por debajo de ella.
Más risas.
Una joven del grupo miró enamorada al chico que la acompañaba.
Sergio Torrecilla, popularmente relacionado con el mundo del carnaval y las artes escénicas, hizo un remedo de reverencia para que el grupo progresase hacia la siguiente sala. Los visitantes avanzaron, pero lo hicieron con pasos silenciosos, respetando el carácter de recinto sagrado, como para no molestar a los muertos que descansaban bajo sus pies.
Ver el turno de tarde sobre la agenda de trabajo era lo que menos le entusiasmaba a Sergio, pero siempre se esforzaba por intentar disfrutar con cada grupo. Que la oficina de turismo de San Fernando hubiese ampliado los horarios de visita en los meses de verano era señal de la creciente atracción que había suscitado el edificio en los últimos años. Desde que entró allí a trabajar como guía, había logrado crear verdadero interés por la historia del panteón y las aventuras vividas por los marinos ilustres que allí yacían. Eso lo colmaba. Le inflaba el pecho de orgullo bajo las diminutas esferas de cristal que formaban las miradas de los santos. La satisfacción, el regocijo proveniente del trabajo bien realizado, era tan poderoso que lograba transmitir su energía a través de las vibraciones del discurso.
—Y esta enorme estructura dorada que tenéis delante de vuestros ojos conforma el retablo del altar mayor. Si os fijáis bien, veréis que la sacristía que se encuentra a sus pies simula el puente de mando de un buque. —Los visitantes observaron a su alrededor con cara de saber lo que oían, como si les avergonzase confesar que nunca habían pisado el puente de mando de un barco—. La imagen que preside el altar es de la Virgen del Carmen, patrona de los marinos, tallada en madera de cedro por el imaginero sevillano Alarcón en 1952. No me negaréis que es una verdadera obra de arte.
El guía ofreció unos segundos de cortesía para que los ojos de los visitantes descansasen sobre los dos ángeles lampareros que custodiaban a la Virgen, o para que les diese tiempo a leer la inscripción grabada sobre el lapidario de mármol negro que permanecía junto a ella: «A todos los marinos, independientemente de su graduación, que han servido con honestidad y honor a la Armada». Pero Sergio no se demoró en levantar una mano y llamar la atención desde la nave lateral. Las habilidades comunicativas no eran la única cualidad que había desarrollado con el paso de los años; entre otros talentos, se encontraba el de moverse por el edificio cuando la gente miraba para otro lado, como un ilusionista.
—Ahora vamos a conocer uno de los rincones más conmovedores de todo el templo. Nos dirigimos hacia la nava del cenotafio, o salón de símbolos, que suena así como más misterioso. —Labios que se estiran y crean sonrisas—. Venid, venid, pasad por aquí; id avanzando sin miedo. Ya veréis por qué siempre la dejo para el final.Cuidado, que no hay mucho espacio dentro de la sala. En su centro encontraréis un gran estanque circular que contiene agua de los cinco océanos, construido en memoria de los marinos que yacen en sus profundidades.
Sergio se quedó a unos pasos del gran pórtico de madera, como siempre, para entrar en último lugar y permanecer junto a la entrada, desde donde podía aprovechar la acústica que ofrecía la sala gracias a la superposición de la bóveda sobre el depósito de agua. Como en cada una de las últimas visitas, se disponía a añadir que, poco tiempo antes, se habían vertido en el estanque aguas procedentes del fondo de la fosa de las Marianas y de las proximidades de la isla de Guam, pero algo distrajo su atención en la zona de la entrada.
La fila de visitantes dejó de avanzar de golpe.
La joven que encabezaba el grupo permanecía inmóvil tras haberse adentrado un par de pasos en el salón de símbolos. Parecía bloqueada, desorientada, sin ser capaz de digerir la información que le llegaba como a través de un cristal rojo. Un mar de sangre. Cuando comenzaron a perfilarse algunas teselas de realidad, las manos se le fueron solas a la boca, como para taparse el espanto.
En el estanque del cenotafio, flotaba el cuerpo mutilado de un cadáver que la
observaba con un solo ojo.
De la garganta de la chica escapó un alarido devastador.
Y las risas, que aún revoloteaban en forma de eco entre las bóvedas del templo, huyeron espantadas con un aleteo apresurado.
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Autor: Daniel Fopiani. Título: El linaje de las estrellas. Editorial: Espasa. Venta: Todostuslibros
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