El llorado Langostino era flamenco de pura cepa; bebió más vino que leche en toda su vida. Ese trasiego jamás le impidió producirse en sentencias de un calado abisal. Su máxima era: “Sobre mi conciencia, todo. Sobre mis espaldas, nada”.
Dicen que el llorado Langostino no era calé fetén. Sus detractores le imputan raíces cuchichíes o cuarteronas, según convenga. Le critican también haber nacido en el barcelonés San Baudilio de Llobregat (Sant Boi, en las Islas Canarias). Pese a ello, corría tanto bronce por sus venas como acerada tenía la jeta.
Su padre, José El Yubarta, fue uno de los grandes: 164 kilos de peso y 1,92 de estatura. Su madre, Crucifixión Pastichet, La Noia de la Nova Rumbita Catalana, torturó varios millones de oídos, sin ser sometida nunca a proceso judicial.
El llorado Langostino tocó desde pequeño todos los palos: porros, heroína, coca… En definitiva, “no hubo lugar ni razón por su audacia respetado”, por decirlo en las acertadas palabras de José Zorrilla. Como artista se atrevió con el baile, la guitarra, las palmas, el cajón, e incluso “al jaleo”, aunque sus dominios fueran los del cante.
Igual que otros notorios vocalistas españoles, el llorado Langostino obtuvo el carné de conducir en Gibraltar y por la puerta de atrás. Eso sí, aprobó a los primeros mil euros. A partir de ahí, el desiderátum. Sus desmanes automovilísticos bien pudieron inspirar a Pablo Parellada los versos que pone en boca de Don Luis en su “Tenorio Modernista: Remembrucia hipocrénica, enoemática y jocunda, en una película y tres lapsos” (1909, Imprenta Reginicoveslaquica, Madrid).
En dicha obra el autor satírico retrató sin saberlo al cantaor, en aquellos irónicos ripios:“…Y manejando el volante / fue tanta mi diversión, / que atropellamos en Gante / a una santa procesión; / gasolineando entre gentes / apostólico-creyentes, / aplasté catorce oblatas, / ocho curas negrescentes / y veintisiete beatas.”
La capacidad criminal automovilística del llorado Langostino se reveló, sin embargo, en Andalucía y no en Flandes. Siguiendo la estela de ciertas figuras de la tauromaquia y el flamenco —quienes se pusieron al volante tras ponerse antes hasta arriba de otras sustancias—, el artista estrelló su deportivo contra una furgoneta. Un accidente donde perecieron todos los ocupantes del segundo vehículo, una cuadrilla de benineses que fungían como braceros sin contrato en El Ejido.
El llorado Langostino salió del choque todo lo ileso que permitía la ingesta de un litro de güisqui a pelo y seis gramos de farlopa. Como es de rigor en estos casos, pronto surgió una plataforma de apoyo al cantaor, la cual reunió diez mil firmas pidiendo su indulto, aunque fueron los buenos oficios de un costoso abogado los que lograron que no pisara el trullo.
Poco más cabe decir. A su muerte, el llorado Langostino alcanzó el pináculo de la gloria. Hoy existe un museo a su memoria, costeado y subvencionado por el gobierno autonómico competente, en munífica muestra de incompetencia.
A beneficio de lectores iberoamericanos —que tan fiel y devotamente ignoran esta sección—, las líneas antecedentes ilustran sobre cómo proceder si te pillan miccionando fuera de tiesto. Algo que le ha ocurrido a Heinz-Christian Strache, vicecanciller dimisionario de la República de Austria y notable reaccionario.
El quídam fue grabado en Ibiza, negociando de tapadillo con una rusa que decía representar a un millonario turkmenistano, magnate del petróleo y residente en Florida. En la cinta de video, el exvice promete adjudicar ilegalmente jugosos contratos en obras públicas, a cambio de apoyo mediático y financiero. El apaño contemplaba adquirir un diario y convertirlo en altavoz de las ideas de la cuerda xenófoba de Strache. Antes, eso sí, debían ser despedidos varios periodistas del medio en cuestión. Una gentuza “non grata” a los protonazis austríacos.
¡A ver H-C, alma de cántaro! Si te pillan, lo primero es negarlo todo. Igual da que te acusen de falsificar un título universitario, mangar cremas de belleza, o birlar 700 euros en productos de un supermercado. Negar es primordial.
Luego, se elabora una teoría de la conspiración. Por ejemplo, se alega que Ibiza es uno de los sitios favoritos de la mafia rusa, la cual cierra hoteles completos del archipiélago balear para sus fiestas. Además, se aduce que es una región habituada a la delincuencia política. Basta con citar el caso de María Luisa Munar, presidenta del parlamento autonómico, condenada a catorce años de cárcel por trincar cuatro milloncejos de euros y fruslerías así.
En vez de dimitir —¡qué rancios estos austriacos, por favor!— se debe enrocar uno en el cargo y la mamandurria. El tiempo ya pondrá las cosas en su sitio. Como si no hubiera ladrones entre las bases del partido, dispuestos a apoyar a un colega. Un último consejo. Strache debería estudiar al esteta y filósofo español Pequeño Nicolás. En estos trances, recomienda a un padrino que ayude desde las sombras, mientras uno no abra esa boquita de piñón.
Si alguien se frustra ante noticias semejantes, nada mejor que la lectura de El árbol del que penden las chirimoyas fritas (porque para llorar ya tenemos los telediarios), publicado por Cazador de Ratas Editorial. Una compilación de divertidos relatos escritos por Ignacio Moreno-Garrido, biólogo, botánico, y doctor en Ciencias del Mar, quien trabaja como investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. La muestra más evidente de que hay gente pa tó.
Claro que si prefiere algo más clásico, se insiste en recomendar la ya mentada parodia teatral de Pablo Parellada, coronel de ingenieros, caricaturista y burlón. Ya saben ese Tenorio Modernista: Remembrucia hipocrénica, enoemática y jocunda, en una película y tres lapsos (no mientan, de seguro pensaban que era una invención).
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