Recorro las fotos que le hice a Enrique de Hériz a lo largo de más de 20 años de amistad y, recordando los trucos de magia que él aprendió a hacer, cuando nos ofrecía una mazo de naipes y nos pedía que escogiéramos una carta, me pregunto cómo puedo escoger yo ahora una foto que simbolice al hermano más generoso, detallista, inteligente, talentoso, siempre disponible, y que nos hacía sentir a cada uno de nosotros como el único y más importante de sus amigos.
Su humor inteligente y su complicidad juguetona me arrancan una sonrisa en medio de tanta tristeza. Ya sé que su muerte es una pérdida irreparable, esa es una dura enseñanza de la vida, pero me queda el consuelo de los momentos compartidos y la lectura de sus libros… y el prodigio de poder seguir viendo su rostro lleno de alegría. Quizá esa sea la gran virtud de la fotografía: hacer perdurar instantáneas de vida.
Te quiero mucho, Quique, ya te extraño un montón.
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