Maktub es la palabra árabe que sirve para expresar «lo que estaba escrito», lo que el destino decidió a nuestras espaldas, a veces con lucidez y casi siempre sin misericordia. Es el maktub el causante, dicen los exiliados y presos, o el campesino que llora por las heridas del Atlas, por el adiós entre piedras a la memoria que alimentaron sus ancestros, porque quien escribe el futuro sobre horizontes escombrados y miseria lo hace con amor. De nada sirve blasfemar contra sus ensoñaciones. Inútil abandonar la tierra cuando es esta la que conserva y nutre nuestra delgada sombra. Nadie como el poeta Tahar Ben Jelloun (Fez, 1944) ha sabido describir la hondura de un país marcado por el designio. En su bellísimo poema Si Marruecos fuese una cara, dice:
La tierra, nunca muda, sabe esperar y bailar bajo los pies de las mujeres.
El sol la desnuda lentamente mientras que unas manos efímeras se deslizan hacia la noche.
La tierra, la niñez y la luna llena se deleitan con las turbulencias, las fiebres y los ríos que crecen.
Y el origen deja el barro para anclarse en las arenas, y las arenas son el Sur, fuente y patria de esta luz dibujando el rostro de mi país.
Son las arenas del desierto las que flotan, por ejemplo, en la plaza Yamaa el Fna de Marrakech. Las mismas que interrumpieron su vuelo hace una semana, tras el fatídico terremoto, para reanudarlo poco después relatando la noche abismal, convirtiendo la tragedia en relato y eternizando con signos y silencios el maktub.
Abdelá Taia (Salé, 1973) ha radiografiado, con sus últimas dos novelas, la anatomía de ese destino marroquí, que es frugal e identitario. Con La vida lenta (Cabaret Voltaire, 2019), Taia demostró que la defensa de la identidad ya sea colectiva o individual es una huida hacia adelante. En ella se construyen los odios, la carestía y esa débil oscuridad que nos protege del deseo. Nos aceptamos como razón de ser, y abrazamos cualquier acto extremo, ya sea religioso, político o emocional, para protegernos del otro, para blindarnos frente al fracaso de la negación. Munir, su protagonista, un joven marroquí exiliado en París y condenado a vivir en sus barrios marginales, hace del deseo un remedio contra la degradación, y del islam, el último refugio contra sí mismo. En él confluyen la precariedad y el miedo. Y también esa extraña ocultación del yo que conduce, con paso lento, hacia el adiós más absoluto.
En Vivir a tu luz (Cabaret Voltaire, 2023), Abdelá Taia regresa a Marruecos, concretamente a los alrededores de Rabat, para recuperar ese mismo conflicto a través de la historia de Malika, una mujer cuyo maktub está ligado a Francia, a las consecuencias de la colonización y la relación servil, contradictoria y flagelante que trajo el proceso de independencia. También al amor por Allal, su primer marido, un hombre lastrado por la tradición, cuya vida interior es incompatible con el destino del país. Tras abrazar este la causa enemiga en Indochina, Malika sabrá que el maktub labra caminos lejos de la voluntad y el deseo, y que la vida es una lucha en defensa de la identidad que sobrepasa el amor filial y la justicia, que desoye los muchos amores secundarios que prosiguieron a ese primer gran amor, aquel que blindó la inocencia del otro frente a la historia, la pobreza y los instintos.
Si algo destaca en la prosa del autor marroquí es su respeto por la tradición oral. Con una estructura dialogada, electrizante y pura, Taia compone su particular retrato familiar como si todo él fuese una imprecación, una porfía entre sus personajes y el lector, un juicio emocional entre dos países que se nutren del recelo. La división temporal de la novela también es perfecta. Sus tres momentos históricos (el final de la colonización francesa, el primer estadio de la independencia y la muerte del rey Hassan II) guardan relación con tres lugares: Beni Melal, Rabat y Salé. Escenarios que representan por separado la inocencia, la resurrección y la vejez, de una protagonista que blande su identidad con ceguera y odio, con desolación y siempre lacerada por el rechazo hacia quienes le hurtaron apasionadamente el amor.
Ambos contemplamos el cielo. El cielo negro. Las estrellas del cielo. Realmente ya no hay nada que decir. Nadie es libre en esta vida. Nadie. Nadie. Es lo que me cuenta tu silencio.
Y ese silencio, al que alude Malika para referirse al destino de Allal, es el mismo que le sirve a ella para eternizar su lucha frente a la nación enemiga, para protegerse de la turbadora indiferencia de su familia frente al exotismo francés, para asumir la ausencia de un hijo que huye a París para defender su orientación sexual. Un silencio similar al de las piedras terroríficas del Atlas que ahora, quién sabe hasta cuándo, avivan el maktub de Marruecos.
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Autor: Abdelá Taia. Título: Vivir a tu luz. Traducción: Lydia Vázquez Jiménez. Editorial: Cabaret Voltaire. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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