Foto de portada: Blanca Martín
Diego Garrido (Madrid, 1997) descubrió a James Joyce mientras estudiaba cine, gracias a la adaptación audiovisual que John Huston hizo del cuento «Los muertos». Y se puso a traducirlo aprovechando la pandemia y el hecho de que se hallara libre de derechos (compiló el volumen Cuentos y prosas breves para la editorial Páginas de Espuma, que incluye todos los textos breves que Joyce escribió durante su vida, con ilustraciones de Arturo Garrido). Leyendo a Joyce leyó también el joven escritor madrileño a su hermano, Stanislaus Joyce, quien había escrito un diario en 1904, consignando justo el año en el que su hermano James había comenzado a escribir la primera versión de lo que luego sería su Retrato del artista adolescente.
Diego Garrido construye con el personaje de Stanislaus Joyce (que tiene rasgos y comparte contexto con el de verdad) a un joven tranquilo, viejoven, que se desespera calladamente, que todavía no sabe lo que quiere, pero que está seguro lo que no: parecerse a su enloquecido hermano, ni tampoco al bravucón borracho de su padre.
Atrapado en la caótica decadencia de una familia venida a menos, pero que se resigna a aceptarlo, el joven Stanislaus encontrará en su diario íntimo una razón para la calma, el sosiego y el orden. Un modo de no volverse completamente majareta; como parece comenzar a estarlo ya su hermano mayor James, de quien teme que malbarate su genio por culpa de su vida disipada, sus poco edificantes costumbres y la mala influencia de sus amistades. Secretamente, a Stanislaus le gustaría tener la entrega, pasión y voracidad de su hermano, pero no se atreve a desearlo. Sin embargo, en las costuras de los apuntes de sus diarios conseguimos ver cómo aflora ese malestar secreto, paradójico y vital.
José de Montfort conversa con Diego Garrido en las oficinas barcelonesas de la editorial Anagrama.
No es por nada, pero mal empieza la cosa si en un artículo en el que se va a hablar de Joyce aparece la palabreja «viejoven»…