Todos conocemos a Oskar Schindler, que salvó a mil judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Pero sabemos mucho menos de la hazaña de Kersten y, sin embargo, el Congreso Judío Mundial estableció en 1947 que este hombre había salvado en Alemania a «unos cien mil prisioneros de distintas nacionalidades, entre ellos sesenta mil judíos, arriesgando su vida», una cifra sin duda subestimada.
Para seguirle los pasos a Kersten, François Kersaudy, gran especialista en la Segunda Guerra Mundial, se ha sumergido en diarios, notas y declaraciones en seis lenguas de los principales protagonistas, y emplea todo este material para narrar de un modo admirable esta trama sin un ápice de ficción.
Zenda adelanta la introducción a El médico de Himmler.
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INTRODUCCIÓN
Todo el mundo conoce la historia de Oskar Schindler, que salvó a un millar de judíos librándolos del exterminio nazi durante la Segunda Guerra Mundial. En realidad, Felix Kersten logró una proeza mayor que la de Oskar Schindler. La presente obra habría podido titularse Las listas de Kersten, ya que sus listas fueron más de cien, ¡y eso sin tener en cuenta que la inmensa mayoría de hombres y mujeres que se salvaron gracias a él ni siquiera figuraban en ellas! En 1947, un memorando del Congreso Judío Mundial establecía que Felix Kersten había salvado en Alemania a «cien mil personas de distintas nacionalidades, de las que unas sesenta mil eran judías, […] poniendo en riesgo su propia vida». De hecho, al acabar el relato que presentamos veremos que esas cifras se quedan cortas.
No resulta fácil reconstruir la vida de Felix Kersten. Nació en el seno de una familia alemana que vivía en una provincia estonia del Imperio ruso, se convirtió en finlandés sin dejar realmente de ser alemán, y los años treinta hicieron de él un holandés de corazón, antes de que el final de la guerra lo indujera a optar por la nacionalidad sueca. Sus memorias están repartidas en cuatro volúmenes escritos en distintas lenguas a lo largo de diez años. Sus diarios, que se buscaron durante setenta y cinco años, en realidad nunca existieron como tales. Las cartas, pruebas, testimonios, declaraciones e investigaciones que los componen están escritos en alemán, inglés, sueco, danés, noruego, finlandés y holandés. El anonimato necesario para que sus acciones llegaran a buen puerto durante la guerra persistió en la inmediata posguerra y, con algunas raras excepciones, los cientos de miles de personas que salvó nunca supieron a quién debían su salvación. Por último, debido a la extrema confusión de los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, es prácticamente imposible evaluar con precisión el número exacto de estos supervivientes.
Ha supuesto un verdadero desafío impedir que todas esas dificultades se reflejaran en el relato que presentamos. Por ejemplo, incluir los testimonios traducidos, explicar en qué consisten las distintas instituciones, exponer las consecuencias, detallar las localizaciones y hacer referencia constantemente a las peripecias de la guerra que se estaba desarrollando. Omitir todo esto haría incomprensible la narración, pero incluirlo la haría ilegible. De modo que hemos optado por poner notas a pie de página, que el lector podrá consultar si lo desea. Por otra parte, en este relato se incluyen muchos diálogos reproducidos por Kersten, por el general Schellenberg, por el conde Bernadotte, por el astrólogo de Himmler, por el ministro sueco de Asuntos Exteriores y por las diversas comisiones parlamentarias de investigación de la posguerra. ¿Cómo saber si esos diálogos son auténticos, con absoluta precisión? Las comisiones de investigación contaban con estenógrafos, pero nadie en aquella época disponía de magnetófonos portátiles, ni siquiera los espías. De modo que hemos tenido que conceder un mínimo de confianza a los actores y a los testigos, tras haber contrastado los archivos, los testimonios, el contexto, la verosimilitud de cada caso y el sentido común.
Sin duda, esta asombrosa incursión en los oscuros laberintos del Reich milenario abrirá nuevas perspectivas a los historiadores y servirá para recordar que en la cúpula de ese régimen tan malvado como efímero dominaban tres pasiones: el odio sordo y mortal que se profesaban entre ellos Himmler, Ribbentrop, Goebbels, Bormann, Göring, Hess y Rosenberg, con el que Felix Kersten jugó constantemente para asegurar el éxito de sus empresas; el fanatismo ciego y despersonalizador que animaba a todos ellos, bajo la influencia demoniaca del Führer que hacía decir al mariscal Göring: «Yo no tengo conciencia, mi conciencia se llama Adolf Hitler»; y, por último, el miedo, un miedo abyecto que los dominaba en todo momento y que se manifestaba sin rodeos en estas palabras del propio Hermann Göring: «Cuando entro en el despacho de Hitler, invariablemente me tiemblan las piernas».
En definitiva, a lo largo de este viaje agitado y terriblemente peligroso en compañía del masajista Felix Kersten, el lector podrá comprobar que el humor surge a veces en medio de las situaciones más trágicas. Algunos se sentirán ofendidos, dado que actualmente existen profesionales de la indignación, pero todos los demás harán caso omiso, y más bien se alegrarán de haber conocido a uno de esos personajes excepcionales que nos reconcilian con el género humano.
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*Un fenómeno análogo se produjo en el caso de la URSS. En la época de Stalin —e incluso mucho tiempo después—, refugiados políticos perfectamente informados sobre el sistema soviético, como Kravchenko, Krivitsky o Bajanov, fueron acogidos con el mismo escepticismo por los historiadores.
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Autor: François Kersaudy. Traductora: María Pons Irazazabal. Título: El médico de Himmler. El hombre que salvó a miles de personas del Holocausto. Editorial: Taurus. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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