En sus memorias, A life in parts, Bryan Cranston explica cómo un adolescente dispuesto a trabajar en la policía de Los Ángeles acabó encarnando la brutal transformación de Walter White en uno de los villanos más populares de las últimas décadas. El actor nos cuenta su vida con la intención de que conozcamos su proceso creativo, de dónde sale ese gesto de perdedor en los primeros capítulos de Breaking Bad, por qué pone esa cara cuando muere la novia de Jesse, por qué se emociona en su última obra de teatro, etc.
La autobiografía del actor, aún no publicada en España, cuenta el viaje a la fama de un tipo que, como White, podría ser tu cuñado. Una vez muerto Heisenberg, quizá ya desde su participación en Malcolm in the middle, Cranston ya es el pariente rico y deja de preocuparse por el dinero a la hora de trabajar. El actor elabora un método, similar al que seguramente emplean muchos analistas de guión o editores de novelas, para decidir en qué serie, película u obra de teatro merece la pena implicarse. El factor económico es irrelevante.
No es la parte del libro que más llamará la atención de los fans de Cranston, pero a mí me ha parecido interesante citarlo:
Para él, lo primero es la historia, lo segundo es cómo está escrita. El personaje que va a interpretar es su tercera prioridad, luego ya llegan el director y los compañeros de reparto. En el caso de Breaking Bad, el actor se vio atraído por la calidad de la narración del episodio piloto, después, cuando Vince Gilligan le dijo que el protagonista iba a acabar siendo el malo de la serie, vio claro que tenía que conseguir ese papel a toda costa.
Así es como el actor elige dónde va a trabajar, es su método. Supongo que, aunque no lo sepamos, todos seguimos un esquema propio a la hora de juzgar las historias que nos gustan. ¿Coinciden tus prioridades con las de Heisenberg?
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