Mis motivos para escribir la novela No hay tigres en Islandia, aparte de que los escritores tenemos la imperiosa necesidad de dar nuestra visión del mundo, fueron: Darknet, adicción a las noticias, la propaganda, la esclavitud de la tecnología…
En consecuencia, creé a Carlos, un personaje que lo pierde todo, se afea, se engorda, no se asea, se convierte en una especie de Fantasma de la Ópera… da igual, le queda Darknet. Además, se le da bien, resulta que es un genio de la informática, y empieza a ganar prestigio, a ingresar bitcoins trapicheando. En la red ya no es Carlos, o el Gordito, como le llaman los del trabajo, es El tigre solitario. Aquí le respetan. Se encuentra tan a gusto que ya no quiere volver al mundo real. Como tanta gente que prefiere el mundo virtual, compras rápidas por internet que te las envían a casa sin tener que decir buenos días, gracias o adiós.
¿Qué se puede hacer en Darknet? De todo: traficar con cualquier producto y pedir todo tipo de servicio, aunque no sea legal. No hay reglas, no hay policía, ciudad sin ley.
Para conectarme a Darknet tuve que tomar las máximas precauciones posibles. Os aseguro que cuando apareció el logo de Tor, el programa de acceso con el mismo nombre que el dios nórdico, pensé poco menos que invocaba a los espíritus. ¿Qué es lo que vi? Pues cosas terribles. Creo que me volví loco, el morbo superó al miedo, e hice muchos clics, ¿demasiados?
A pesar de que Darknet parece un juego de rol con personajes caballeros, enanos, brujas y elfos, también existen hackers justicieros que atacan a discreción, tanto a las abuelitas incautas que dan los números de la Visa como a grandes corporaciones, incluso países, que abusan de su poder y tratan a la población como ganado.
¿Cómo controlan a la población? Con el arma más poderosa del mundo: el miedo. Según estos hackers, ellos son los únicos que pueden hacer aflorar las pruebas de que nos están engañando.
En No hay tigres en Islandia no podemos dar nada por imposible, todo puede cambiar en un momento si los malos, los llamados Ministros, se lo proponen: las Torres Gemelas pueden derribarse, un virus puede recluir al planeta…
Los Ministros nunca dan la cara, son la mano que mueve los hilos. Los políticos son sus actores: cuando uno se quema, ponen a otro. Y, sobre todo, se aprovechan de la mala memoria de la gente. Si tras invadir un país para hacerse con su petróleo se demuestra que el ataque no estaba justificado porque al final no había armas químicas, aparece otra noticia que se sobrepone. En conclusión, los Ministros no dudarán en poner precio a la cabeza de cualquiera que amenace su posición. Si no, que se lo digan a Julian Assange.
No obstante, los hackers están chiflados. Muchas veces son chavales inconscientes que se piensan que todavía están jugando a los videojuegos. Carlos penetra en la base de datos de los Ministros y se le plantea el dilema de qué hacer: ¿publicar esa información y arriesgarse a ser perseguido? ¿Venderla al mejor postor? ¿Chantajearlos?
Carlos decide ir contra los malos, factor Islandia, los que tras la crisis se rebelaron con los banqueros y los políticos. Islandia lo inspira. ¿No hay tigres en Islandia? Pues los llevamos. Por supuesto, una parte transcurre en la remota e inhóspita península de Snæfellnes, donde Julio Verne situó el acceso al centro de la Tierra.
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Autor: Jordi Pujolà. Título: No hay tigres en Islandia. Editorial: Velasco. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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