Es tan roja,
tan roja,
la forma de morir de algunas tardes.Teresa Gómez
La escritura de las mujeres en España ha seguido un camino lleno de obstáculos, zancadillas, silenciamientos intencionados, trampas del patriarcado y juegos de poder que han dejado exclusivamente una víctima: la poesía. Cada vez hay más consenso en que se ha escrito una historia parcial de lo poético con demasiados espacios en blanco que la nueva crítica debe rellenar con nombres que quedaron postergados por cuestiones extraliterarias. Uno de ellos es el de Teresa Gómez, figura esencial para entender ‘La Otra Sentimentalidad’, asociado a su Plaza de abastos.
Son cuatro las partes que componen Plaza de abastos. La primera, ‘Variaciones sobre un tema inesperado’, se estructura en dos poemas de largo aliento; me interesa citar estos versos del primero porque vienen a clarificar el sentido unitario del poemario: “extendida la arena más allá de las costas / yo sostuve en tu cuerpo una formulación de mi pasado” (p. 24). Y aquí debo regresar a J. C. Rodríguez, que nos da las claves de lectura: “Porque Teresa consigue en su poética una maravilla insólita […]: crear una auténtica metafísica del cuerpo” (p. 12). Efectivamente. La clave está en el cuerpo, en el espacio del yo en relación al tú, normalmente, dentro de un ámbito urbano que ejerce de paisaje vital y de contexto emocional desde el que se observa cómo se va modelando el futuro.
No es un canto a la alegría el que propone Plaza de abastos, es un canto a una realidad silente con rebordes de nostalgia y, como la añoranza es demasiadas veces lluvia, o mar de melancolía amarilla (¡qué importancia simbólica la del amarillo a lo largo de la obra!) que formula rasgos primordiales de nuestra identidad, Gómez le da el protagonismo que merece. La hondura reflexiva y emocional intimista, con juegos polisémicos que traspasan cada poema, ya se constata desde el inicio: “yo moriré cansada de la muerte, / herida como el viaje de una pluma / y este amor a destajo de mi vida. Moriré en esta cala de sirenas / —las únicas sirenas de este tiempo, / amor— / amenazada a muerte de cristales / solos en esta cala sin sentido / con esta soledad amarilla y extraña.” (p. 25-26).
Bajo esas premisas avanza en la segunda parte, ‘Oferta’, conformada por siete poemas, donde no se pierde la perspectiva de la trascendencia del cuerpo asociado al paso del tiempo; así se percibe en el Poema V: “Pero estaban allí / las tumbas milenarias de tus antepasados, / la amargura espontánea del siglo en que naciste, / la soledad extrema de tu generación. // encontramos de bruces / la imperiosa respuesta del amor” (p. 39); la idea se completa en “Últimas noticias” en cuya segunda parte afirma: “al borde / despilfarrada así entre los objetos / que algún uso tuvieron y las fotos / de antaño en la azotea / permanezco guardada en alcanfor / y todo / porque la vida —dicen— / y mi forma de huir tan ensayada” (p. 45).
Esto nos lleva a la tercera sección, ‘Ocasiones’, donde revela la realidad del ser humano de este tiempo (véase “La apuesta”: “como si ya supiéramos que el hombre / bajo esa máscara terrible de presencia / tiene un payaso herido y asustado”, p. 55) y cómo se produce —tanto en los años ochenta como curiosamente hoy, que “se desgarra la Historia en mis paredes” (p. 59) tal y como refleja en “Crónica de un ochenta y tantos cualquiera”—. Y de ahí a la cuarta parte, ‘Demanda’, hay sólo un paso, un camino emocional que se asocia a la importancia de nombrar y a las reformulaciones de los sentidos, como explicita en “Los nombres de la vida”: “sin ti —cómo diría— / la ciudad no era hermosa sino inmensa. / Demasiado extendida para buscar palabras / simulaba un andén sin pasajeros: / sucia como las hojas del otoño […] Sin ti —cómo diría— / los nombres de la vida tienen otro sentido” (p. 93). Es todo un acierto concatenado. Como explica su compañera generacional, Ángeles Mora, en el prólogo segundo, “En el mundillo poético granadino Plaza de abastos había levantado, […] bastantes expectativas. Se esperaba su publicación, se esperaba… y parecía que estuviésemos esperando a Godot. Pero no, Plaza de abastos llegó. Aquí lo tenemos ya, tan vivo hoy como ayer” (p. 10). Es verdad que no ha perdido ni un ápice de fortaleza lírica, de lúcido vitalismo sensorial —con olor a mar— y nuestra poeta bien puede acogerse a lo que afirma en su verso “Ya sólo queda el tiempo” (p. 35), que es el único árbitro que coloca las cosas y la buena literatura en su justo lugar. Por eso a la Plaza de abastos de Teresa Gómez, afortunadamente, el tiempo la ha salvado.
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Autora: Teresa Gómez. Título: Plaza de abastos. Editorial: Fundación José Manuel Lara. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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