Apuntes sobre la creación de Tinta y fuego (NdeNovela), una novela de Benito Olmo sobre el saqueo de libros perpetrado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial
Sólo en Berlín hay más de un millón de libros que proceden del saqueo nazi. Una cifra demoledora que da una medida del expolio cometido por el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial.
—Llamo desde la Biblioteca Central de Berlín. Tengo aquí un libro que, si mis sospechas son ciertas, perteneció a su padre.
Las hermanas Hilb desconfiaron. ¿Qué hacía un libro de su padre en Berlín? ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Y quién era ese bibliotecario que había aparecido de la nada para devolvérselo?
De inmediato contacté con ellas y me interesé por lo sucedido. Su padre, el difunto señor Hilb, nació en Alemania, pero cuando apenas había cumplido dieciséis años los nazis llegaron al poder. Al ser judíos, los Hilb se vieron obligados a huir del país e iniciaron una nueva vida en Uruguay, lejos de su pasado y de todo lo que habían dejado atrás.
El libro que las hermanas Hilb recibieron, una recopilación de leyendas tirolesas, las hizo conectar con una parte de su pasado que desconocían. Se trataba de un ejemplar común y sin mucho valor, al menos desde el punto de vista económico. En cualquier tienda de segunda mano no les habrían pagado más que un puñado de euros por él. Sin embargo, para ellas el valor de ese libro como nexo de unión con su padre era incalculable.
A esas alturas, mi instinto de escritor hacía tiempo que se había vuelto loco. Estaba claro que ahí había una historia, pero me faltaban aún muchas piezas para completar un puzle que me permitiera, al menos, hacerme una idea general de lo que sucedió en realidad. Por eso, mi siguiente parada fue Berlín.
El bibliotecario que contactó con las hermanas Hilb fue un tal Sebastian Finsterwalder, de manera que fue a él a quien me dirigí. Tenía tantas cosas que preguntarle que no tenía sentido hacerlo por correo electrónico y me trasladé a Alemania para tener una conversación cara a cara.
En mi cabeza me había imaginado a Sebastian Finsterwalder como un anciano venerable que pasaba la vida entre libros con los dedos manchados de tinta y un eterno guardapolvo gris. Esta imagen se disipó en cuanto lo tuve delante y me vi ante un tipo de aproximadamente mi edad, con unos pantalones llenos de bolsillos y unas recias botas de montaña, como si no descartara la idea de largarse a hacer senderismo en cualquier momento. Mostraba una cierta desconfianza, tal que si no terminara de entender qué había ido a hacer a sus dominios. Sin embargo, sus recelos se fueron disipando a medida que profundizamos en un asunto que, sin duda, le apasionaba.
Mis primeras preguntas fueron sobre el libro del padre de las hermanas Hilb. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Cómo lo había identificado? ¿Por qué había puesto tanto interés en su restitución?
Había dado por hecho que se trataba de un hecho aislado. Que aquel libro había aparecido en los anaqueles de la Biblioteca Central de Berlín de forma fortuita y que Sebastian había dado con él por casualidad, pero nada más lejos de la realidad. El bibliotecario me guió hasta los sótanos del edificio, donde hileras de estanterías se sucedían hasta donde alcanzaba la vista, retorciéndose y formando galerías imposibles, como si adaptaran su disposición a los cientos de miles de libros que albergaban.
Mientras paseábamos, Sebastian me puso al día de sus pesquisas. Se cree que al menos un tercio del fondo de la Biblioteca Central de Berlín procede del saqueo nazi. La cifra era abrumadora, pero Sebastian continuó su relato ajeno a la tormenta que acababa de desatar en mi cabeza.
—Todo comenzó con Detlef.
Pronunció aquel nombre con devoción y un punto de amargura. No tardó en recomponerse y continuó tras un breve carraspeo.
—Detlef Bockenkamm, un antiguo compañero —aclaró—. Un día, Detlef tuvo una conversación muy esclarecedora con un restaurador al que la Biblioteca solía acudir para reparar algunos ejemplares. Este le dijo que tenía algo que podría interesarle: una colección de más de 2.000 ex libris procedentes de libros de esta misma biblioteca.
Sebastian se acercó a un anaquel y extrajo un álbum de tapas blancas que abrió en mi dirección. En cada página, plastificados y en diferentes estados de conservación, se sucedían diferentes estampas con ex libris que un día habían identificado a los propietarios de ciertos ejemplares. La mayoría estaban intactos, otros habían amarilleado y algunos presentaban roturas, como si hubieran sido arrancados con demasiado brío.
—No tenía lógica —explicó Sebastian—. Cuando se envía a reparar un ejemplar, los ex libris y las anotaciones deben quedar intactas, ya que forman parte de la historia de esos libros. Sin embargo, este restaurador afirmó que, durante un tiempo, la Biblioteca le exigió que eliminase las marcas de propiedad de algunos ejemplares muy concretos, además de cualquier anotación que pudiera delatar su procedencia.
Realizó un gesto imperativo en mi dirección, invitándome a aportar mis propias conclusiones. No fue difícil, ya que yo también había visto la conexión.
—La mayoría tienen motivos judíos —dije.
Efectivamente, muchos de aquellos ex libris insinuaban de forma sutil de dónde venían. Los había de todo tipo, pero abundaban las menorás, las estrellas de David y los caracteres hebreos, además de los apellidos indudablemente judíos.
—Debido a nuestro pasado —añadió Sebastian—, resulta imposible no recelar de algo así.
Observé aquellos sellos de propiedad con renovado respeto. Alguien se había preocupado de colocarlos en sus libros para identificarlos, y todo para que terminaran en aquella especie de tierra de nadie que eran los sótanos de la Biblioteca Central de Berlín. En aquel punto, comencé a comprender la labor de Sebastian y el cometido que nos había llevado a aquel lugar.
—Todos estos libros merecen que alguien haga justicia por ellos —dijo—. Nuestro cometido es identificarlos, estudiarlos y, si es posible, devolvérselos a sus legítimos dueños o a sus herederos.
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Autor: Benito Olmo. Título: Tinta y fuego. Editorial: NdeNovela. Venta: Todostuslibros.
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