Viene Irene Vallejo con la mano izquierda dolorida, que es la mano equivocada, la mano que los curas reprimían en las escuelas porque la rectitud del alma siempre ha comenzado en la diestra, en su caligrafía canónica, conciliar y nicénica. Pero es con esa mano, la mano incorrecta, la mano que se pretendía ocultar, como se intenta disimular la manquedad, con la que Irene Vallejo ha escrito su libro, su éxito. Aunque no queda claro todavía si ha sido Irene Vallejo quien ha escrito su obra o ha sido la obra la que finalmente ha escrito a Irene Vallejo, porque uno comienza a sospechar que ella en realidad es una escritora escrita, el mito engendrado por un libro. Ella entregó a las imprentas El infinito en un junco y aquellas páginas han retornado a ella para convertirla en un fenómeno imprevisto, que es justo lo que se aprecia en esta FIL.
A Irene, que arrastra apellido de dramaturgo de la posguerra, uno se la encuentra en el hall de un hotel, con el cansancio de las jornadas extensas o las noches mal dormidas. Agita la mano, la dolorida que decíamos, porque ha estado firmando ejemplares durante cuatro horas, o a lo mejor era alguna más, ya no recuerda bien. Ella acudió a la cita comprometida con sus lectores y lo que se encontró es con un imprevisto vendaval de admiradores que deseaban conocerla y que impedían clausurar por fin esa jornada de la FIL.
—Venían de todas partes y habían estado esperado durante horas —comenta ella sin dejar de mover la mano, ya con el cielo asaltado por la noche y un rostro que es mitad agotamiento, mitad satisfacción, que es lo que queda delante del espejo cuando alguien cree que ha actuado como debía.
Como Irene, Vallejo, que es una autora que mantiene una sensibilidad humana y también otra moral, y ambas ejemplares, consideraba impropio desilusionar tantos entusiasmos y dejar plantados a los que aguardaban delante del estante durante esa larga suma de minutajes, la FIL retrasó el cierre de las puertas, lo que viene a ser un triunfo de la literatura sobre estas jerarquías contemporáneas que son el horario y el guardia de seguridad, demostrándose que, si se aplica la razón, eso no es desorden, sino que en realidad es introducir un poco de orden en el mundo.
La escritora, que es sonriente, que es famosa, pero no responde al estereotipo de la famosa, más bien lo contrario, ella es natural y de pronto afable, disfruta en México del privilegiado rango de una pop star. Esto es algo de lo que nos hemos olvidado en Europa, tan embebida de sí misma, y donde los autores ya no disponen de grupis (eso ya ha quedado para la estrella cinematográfica, para la Taylor Swift de turno).
En el Viejo Continente parece que la proximidad de un creador de historias es algo rutinario, que ya no despierta más afán que el de conseguir una foto para el Instagram o un autógrafo apremiante para regalarle el libro firmado a la abuela, a la tía, al sobrino o salir del apuro de algún compromiso urgente o un cumpleaños. Pero eso no sucede en esta tierra que llaman caliente, al menos desde Valle-Inclán, y que viene con la historia tachonada de leyendas y, vaya uno a saber, quizá Irene es ya una más de ellas.
Que bueno que hablen de Irene, es maravillosa…