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El momento álgido

Hace unas noches oí decir en la radio a un colega que lleva con mano maestra un programa de información deportiva la expresión “hemos llegado al momento álgido del asunto”.

El asunto era lo de menos. Lo de más era el hecho de emplear el adjetivo “álgido” para decir que hemos llegado al momento caliente o candente o brillante de una situación. Craso (gordo) error.

"Si se emplea el adjetivo álgido se está diciendo todo lo contrario de lo que se quiere decir: que hemos llegado al punto frío de la cuestión"

Si se emplea el adjetivo “álgido” se está diciendo todo lo contrario de lo que se quiere decir: que hemos llegado al punto frío de la cuestión. De toda la vida de Dios este adjetivo ha estado relacionado con el frío más frío, con el frío casi glacial.

Echemos mano de nuestro amigo el diccionario de la Lengua Española, ordenado por la Real Academia Española, que no nos dejará mentir y donde se dicen los diferentes significados del adjetivo en cuestión: “álgido, da. (Del lat. algĭdus).1. adj. Muy frío. 2. adj. Med. Acompañado de frío glacial. Fiebre álgida. Período álgido del cólera morbo. 3. adj. Se dice del momento o período crítico o culminante de algunos procesos orgánicos, físicos, políticos, sociales, etc.”

Está claro que la tercera acepción la metieron con calzador para justificar el constante mal uso que se hace de dicha palabra, curiosamente opuesta a lo que se quiere decir. La Real Academia, siempre tan tolerante aprobando el uso correcto de palabras incorrectas (mal usadas por pura ignorancia o desafecto al bien hablar) para perdonar nuestra ignorancia y dar por bueno que el idioma lo hacemos los hablantes, no los diccionarios, ha caído en una estupenda melonada.

A muchos lectores (perdón por mi insolencia al pensar que puedo tener muchos lectores) les alegrará saber que en el abuelo de los diccionarios de la lengua española o castellana, el Covarrubias, publicado en 1611 y escrito por don Sebastián, no viene la dichosa palabra. Quizá no se había acuñado aún en aquellos años del siglo XVII en el que el sabio lexicógrafo toledano don Sebastián de Covarrubias se dedicó a contar las palabras de que disponíamos para hablar y escribir, y señalar su significado. Labor ímproba.

"Al día siguiente volví a sintonizar la misma emisora, a la misma hora y con el mismo presentador, al que agradezco su colaboración imprevista, quien nos ofreció otro gazapillo"

Por el contrario el Diccionario Histórico de la RAE, que reúne las palabras en uso entre los años 1933 y 1936, sí cuenta con el adjetivo “álgido/a” y reseña frases, más o menos afortunadas, de notables autores españoles que conocían (quizá a medias) el significado de la palabra.

Al día siguiente volví a sintonizar la misma emisora, a la misma hora y con el mismo presentador, al que agradezco su colaboración imprevista, quien nos ofreció otro gazapillo. Utilizó la expresión “lamerse las heridas” pero, para darle un cierto realce, dijo “relamerse las heridas”, que es expresión inexistente. Una cosa es “lamerse las heridas” y otra, diferente, es “relamerse” para recordar en las papilas gustativas el buen sabor de algo agradable que hemos comido. Este verbo va bien cuando uno puede “relamerse de gusto” después de haber degustado, por ejemplo, una generosa mariscada a base de percebes, langostinos y nécoras. Nada que ver con “lamerse las heridas” para que la saliva propia desinfecte la zona dañada y evite la infección.

El primero de los verbos —relamer­­­— es gustoso y el segundo —lamer— es doloroso.

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