La última novela del autor napolitano Erri De Luca, Las reglas del Mikado (Seix Barral, 2024), cumple con la definición básica de artefacto literario (obras que juegan con la forma, la estructura, el tiempo y el lenguaje). Cada capítulo tiene un propósito, agrega o complementa información para armar la suma de ellos con un determinado fin: equiparar las reglas del Mikado con las reglas de la vida.
El libro comprende cinco capítulos: “Preámbulo”, “Las reglas del Mikado”, “Cartas”, “El cuaderno” y “Otra carta”. La estructura, a su vez, echa mano de dos formas narrativas: los diálogos y la epístola. El narrador emplea la economía de lenguaje y brinda pocas informaciones precisas: diálogos que inician con su guion y que continúan en frases separadas; frecuentes espacios para destacar el silencio en la dinámica verbal; algunas frases cortas que parecen pensamientos. En los tres últimos capítulos solo hay cartas, cartas dentro de cartas y cuadernos que parecen cartas. Son el lado B del lado A, no solo en la manera de narrar sino en lo que allí se cuenta a partir de una historia aparente y otra oculta.
El capítulo que lleva el título del libro se apropia de la mitad de la novela con diálogos de los dos personajes sin nombres: “Los nombres no añaden nada a las personas. Si acaso quitan”; algo que se establece desde el preámbulo. Un mal llamado anciano —deducimos que debe tener poco más de sesenta años— y una chica gitana que sabemos que tiene quince años.
Él es un hombre solitario acampado en algún lugar montañoso de Italia cerca de la frontera con Eslovenia. Estando en su tienda en las montañas heladas recibe la inesperada llegada de una cíngara de ascendencia sinti (poblaciones gitanas del centro de Europa, Italia y Francia). Ella huye de su familia, que se dedica al contrabando, y de un matrimonio arreglado. Se escapa del padre que, según las reglas gitanas, debe matarla por la deshonra causada. Es versátil: habla cinco lenguas; toca el acordeón; cría cuervos (uno en especial, Varòna, la sigue y la protege); amaestra osos; llama personas a los animales; lee la palma de la mano. Todo esto imprime al relato un aire fantástico.
Él, que le pregunta si conoce al más famoso de los todos los gitanos (Elvis Presley), además de campista es relojero; de padre italiano y madre rusa. Ha vivido en Suiza y su gran habilidad como relojero, así como las amistades que se ha forjado en parte debido a su profesión paralela que confiesa en “Cuaderno” —para asombro del lector—, hace que se vuelva rico al lograr una red de concesiones de relojes de marca y hasta llega a crear la Fundación Mikado. En su cabeza pervive un gran amor efímero de la adolescencia con el que se reencuentra años más tarde en su negocio de relojería.
La profesión de relojero del hombre mayor, viejo o anciano concuerda con la precisa estructura de esta novela-artilugio que forjó Erri De Luca —montañista en la vida real además de haber sido albañil, activista militante de izquierda y traductor de las Sagradas Escrituras en el antiguo hebreo—. No es de extrañarse que al terminar la lectura destaque una sola línea de agradecimiento: “Gracias a Mario Fortunati, relojero”. Y, con semejante apellido, cabría preguntarse si se trata de una invención o de una coincidencia.
El tema de la percepción del tiempo subyace a lo largo de esta novela breve con aires de fábula: “Los relojes son instrumentos de medida, pero el tiempo es otra cosa. Puede discurrir a toda prisa o con lentitud”. O, cuando le dice a la chica gitana: “Me llamas viejo, de acuerdo, pero vivo en la misma edad que tú, a pesar de todo, en tu misma época”. Ella admite, más adelante, cuando se producen saltos cronológicos sustanciales que nos sitúan hasta 1989: “En ese momento me pareció viejo, un error muy extendido en la juventud respecto a edades posteriores”.
Antes de despedirse de la chica la lleva a conocer el mar y le consigue un trabajo en un barco. Ella logra vender su pelo para tener algo de dinero y nunca más se alejaría del mar: conocería a su marido militar luego muerto en Afganistán. Más que el rumbo de los acontecimientos, la parte epistolar revela una lectura distinta de lo contado a través de los diálogos. Nada de lo que ocurrió cuando ella se apareció en la tienda de la montaña ni las acciones sucesivas eran lo que se pensaba. Erri de Luca demuestra ser hábil en el arte de las sorpresas.
Ella corta de raíz con su pasado cíngaro. Al pasar un año sin tener noticias de él, al no responder sus cartas, le escribe a la Fundación Mikado, quienes desconocen su paradero. Entendemos que él desaparece y decide retirarse, ahora sí ya de anciano, para morir en una tienda de campaña y no en un sitio de cuidado para personas mayores, dejando atrás su profesión paralela que tenía que ver con su madre rusa. Es así como, al él revelarlo todo en “Cuaderno”, en el crepúsculo de su vida se encuentra sin reloj: “Me concentro en los latidos del corazón”.
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Autor: Erri de Luca. Traductor: Carlos Gumpert Melgosa. Título: Las reglas del Mikado. Editorial: Seix Barral. Venta: Todos tus libros.
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