El universo como obra de arte, subtitulado “Una introducción a la imaginación religiosa védica”, es un libro inteligible y profundo sobre cuestiones metafísicas, consecuentemente ontológicas, que hará la delicia de muy diversos tipos de lectores. Tanto los interesados en conocer los fundamentos de la espiritualidad india, que encuentra su raíz en la tradición religiosa védica indoeuropea, con cerca de 3.500 años de antigüedad, como los deseosos de poder acceder a una clave para mejor descifrar una Modernidad en pronunciado proceso de declive podrán hallar aquí plena satisfacción a su búsqueda.
Es preciso que el lector comprenda que el mundo para aquellos personajes es una obra divina de arte imaginativo. Para algunos es Agni (el fuego), ente único y multiforme, su Autor. Otros ven en Varuna al Ser Supremo: el que tejió el espacio entre las ramas de los árboles… Un orden trascendente dotado de una armonía esencial constituye la estructura oculta del Universo. Lo que lo une al espíritu humano con la realidad última es la imaginación. Como señala el autor: “el conocimiento visionario era (y es) poder encarnado en acción y palabra”.
Hoy más que nunca, cuando las fuerzas desintegradoras manifiestan descaradamente su potencia disolutiva, arrastrando el Universo hacia el multiverso, es preciso entender que el primero constituye una obra divina de arte imaginativo. ¿Qué otro sentido podríamos concebir para algo tan nauseabundo como lo que llaman nuestros contemporáneos “metaverso”, salvo su constitución en metáfora involuntaria de una grave y significativa quiebra del principio ontológico?
Siguiendo a William K. Mahony, profesor de Estudios Religiosos en el Davidson College de Carolina del Norte, como llevamos haciendo desde el principio de la exposición, señalar que la verdad (satya) es una fuerza poderosa, activa y transformadora. Ciertas prácticas la sustentan, otras la dañan. Imaginar es el proceso por el cual una imagen es concebida en la mente. La imaginación externaliza el mundo interior e internaliza el exterior, nos encontramos con un poder creador y transformador insondable.
Maya no sería pues sólo prontuario de escenarios ilusorios y engañosos, sino la habilidad de los dioses para construir formas objetivas donde antes no había ninguna. Nuestro mundo, aquel en que vivimos, es una proyección de la imaginativa mente de los dioses. Principios ocultos atemporales y fuerzas divinas actúan en los contornos del mundo ordinario. El universo está constituido por una realidad velada y desvelada. Los dioses son artistas y la imaginación divina tiene un poder formativo. De los Brillantes (Deva) nacieron los Vedas.
El poeta védico es un visionario que practica el arte de la imaginación verbal. También el sacerdote es un artista: el drama universal esta unido íntimamente a la imaginación litúrgica; el Oficiante se ocupa de los rituales santificantes que vinculan la comunidad humana con las estructuras y fuerzas del universo. De los dioses se pasa al Sacrificio. Ritos intrincados y transformaciones mentales, vinculadas estas ultimas a la Meditación (la contemplación interior), marcarán el ritmo de lo manifestado. Los videntes védicos y el Arquitecto Divino, Vísvakarman, van de la mano de Brahman: lo Absoluto expansivo. La emanación del Uno crea la multiplicidad.
El Universo nace de la fragmentación explícita y consciente de la Unidad, el desmembramiento de Prajapati. El mundo de la multiplicidad surge como resultado de un sacrificio cósmico en el que se ofrenda el cuerpo de un único dios. Como intuyó Artaud: la Vida es siempre la muerte de Alguien…
A continuación, o en simultaneo, se persigue la reunificación de lo fragmentado, porque el Universo deviene multiverso por exceso de diferenciación. Es necesaria la reconducción de lo múltiple a la pluralidad unitaria. En verdad los nombres y las formas son las dos grandes fuerzas de Brahman… Posee una Forma y no obstante es multiforme.
El orden universal existe y tomamos conciencia de ello cuando se tambalea. El principio de organización y sostén de la realidad en su conjunto se denomina Ritá. Tanto la luz sublime y creadora como el Ardor, el poder transformador de tapas, muestran que el mundo ha sido traído a la existencia por Alguien. El Artista Universal construye el mundo con la fuerza de su voluntad. ¡Puedo lograr cualquier cosa que desee con la fuerza expresiva de la mente!, exclama exultante Indra. La imaginación precede al lenguaje y a la mente, también exorciza la confusa cacofonía de la existencia. El ritual se configura como puesta en escena de la imagen.
Y es que el ritual era el medio como los sacerdotes védicos sincronizaban las acciones humanas con la armonía y el orden divinos… entonces aún no existían los templos y los dioses formaban y habitaban el mundo con el misterioso poder de su imaginación. Vac, que significa Voz, es la Madre Celestial: con luz en la boca; Tvastr nombraba al que da forma; Sarasvati, la que tiene el atributo de la fluidez, era la purificadora y la inspiradora de las ideas brillantes… La sacralidad del ser incluye el uso de la mente y la imaginación.
Simplificando, para terminar esta breve síntesis sobre un libro ingente, hay tres tipos de imaginación: creativa, reveladora y cosmogónica. En la religión védica: la poesía, el ritual y la visión contemplativa guardan una relación muy estrecha entre sí. La imaginación védica tiene una naturaleza fundamentalmente religiosa: ve unidad en medio de la pluralidad y orden en el caos.
Un Único “ser” eterno que existe dentro de todas las criaturas; un dios personal benevolente, con autoridad… establecido en la morada secreta, inmortal, que resplandece de dicha. Testigo inmenso y observador solitario. ¿En qué se apoyó cuando hizo todas las cosas?
Ella, la altiva, la propicia, la próspera, la señora de las Tres Ciudades, la que debe ser obedecida…
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Autor: William K. Mahony. Título: El universo como obra de arte. Traducción: Óscar Figueroa. Editorial: Atalanta. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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