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El mundo de Juan Lobón

Este año 2023 se va a cumplir el centenario del nacimiento de Luis Berenguer, afortunado autor de una de las novelas sin duda más brillantes de la narrativa española contemporánea, El mundo de Juan Lobón (1967), que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica al año siguiente y fue finalista del Premio Alfaguara, con un jurado entre los que se encontraban los profesores y críticos Fernando Lázaro Carreter, Francisco Ynduráin y Ricardo Senabre. En 1969 obtuvo el Premio Miguel de Cervantes, por su novela Marea escorada, y finalmente el Premio Alfaguara, en 1972, por Leña verde. En años sucesivos publicó Sotavento (1973), La noche de Catalina Virgen (1975) y su novela póstuma, Tamatea, novia del otoño (1980). Su muerte prematura en el año 1979 segó la carrera de uno de los narradores más singulares e innovadores del panorama literario del último cuarto de siglo XX de nuestra novela contemporánea.

Aunque sus novelas abarcan gran cantidad de registros temáticos y adelantan e incorporan una buena cantidad de innovaciones formales de la narrativa europea y norteamericana, pues era un lector habitual de los novelistas de la generación perdida norteamericana, además de traductor de Joyce y Faulkner, gracias al año que vivió en Estados Unidos, su obra más conocida y editada fue la mencionada El mundo de Juan Lobón. Intentaré resumir sus aspectos más notables en este corto espacio.

"Encarcelado por un delito que no cometió, escribe su vida en el calabozo como legado futuro al hijo que va a nacerle"

La primera y más superficial impresión que recibimos los lectores de esta singular novela es un mensaje, un legado del pasado que hemos perdido casi sin darnos cuenta. Juan Lobón es la supuesta autobiografía de un cazador furtivo de la sierra gaditana que, en su lucha por sobrevivir y proteger a los suyos, se enfrenta a los caciques y hacendados, ricos propietarios de fincas y cotos privados. Encarcelado por un delito que no cometió, escribe su vida en el calabozo como legado futuro al hijo que va a nacerle. En este contexto histórico-social Juan, alter ego de un cazador real amigo del autor, José Ruiz, alias “Perea”, se enfrenta a las leyes injustas de la autoridad al servicio de los terratenientes del campo andaluz. Por su parte, Juan Lobón solo conoce y reconoce la ley natural al alcance de todo individuo de cualquier clase social. El discurso de Juan plantea así un viejo problema moral que ya nos adelantó Cervantes en el capítulo de los cabreros, más conocido como el discurso de la “edad de oro”. Sucintamente, el discurso de Lobón va en esta línea: ¿debe existir la ley? O, por lo contrario, ¿la ley es tan solo un pretexto de los más fuertes y poderosos para evitar que los más débiles accedan alguna vez a los bienes más elementales?

El discurso de Juan Lobón, además de raíz moral, es esencialmente humanista y, si me apuran, dadas las creencias religiosas del autor, humanista-cristiano. Puede decirse que Juan no es solo un cazador furtivo: si fuera así estaría reconociendo la justicia de los más poderosos, los que se han apoderado de las tierras que en su origen pertenecían a todos los hombres, aunque hayan nacido, como él mismo, en una choza. “Todo eso lo tengo yo —exclama Juan— sin que me lo dé don Gumersindo, y desde que nací lo tenía”.

"Las diferencias con la otra novela autobiográfica escrita desde la cárcel, Pascual Duarte, de Camilo José Cela, estriba fundamentalmente en que Juan no es un criminal, un ser repulsivo y patológico"

Las diferencias con la otra novela autobiográfica escrita desde la cárcel, Pascual Duarte, de Camilo José Cela, estriba fundamentalmente en que Juan no es un criminal, un ser repulsivo y patológico. Antes al contrario, Juan es un ser natural, si se quiere primitivo en el mejor sentido de la palabra, que infunde simpatía y, como antes he escrito, humanismo. Tampoco es, ni mucho menos, un líder campesino, como el Seisdedos de los sucesos históricos del poblado de Casas Viejas, ahora novelados espléndidamente por Ramón Pérez Montero en su novela Tres días del 33. Porque él no emprende una rebelión contra el propietario, sino que desconoce y deslegitima la propiedad, ya que si fuera solo contra los propietarios estaría legitimando el sistema que aborrece.

La novela de Luis Berenguer es una utopía moderna. Me atrevo a pensar que nuestro autor, al que no conocí personalmente, no podría estar nunca de acuerdo con esa máxima inocua de que estamos ante el mejor de los mundos posibles, sino que su ideal era contrarrestar esta manera de vivir que ampara siempre al más rico o al más poderoso, dentro de los límites de su tramado novelesco, para construir otro mundo mucho más justo y solidario.

Luis Berenguer, en una conferencia hacia 1970.

Afortunadamente, Juan no es el único personaje de la novela que mantiene una digna actitud frente al más poderoso, lo que supone un rayo de esperanza proyectado hacia el futuro. Hay más hombres buenos y libres, como el médico don Celestino, no menos que el padre de Juan. Al final de la novela, cuando don Celestino le da la noticia a Juan de que va a ser padre por segunda vez —el primer hijo había muerto—, nos enteramos y celebramos que pase lo que pase con Juan, la estirpe de los lobones quedará a salvo. Porque Lobón significa el vínculo natural del hombre con la tierra. Es todo un mensaje hacia las generaciones futuras: la ley natural va a conocer a partir del nacimiento del hijo de Juan en adelante más luchadores contra la ley injusta y la defensa del más desfavorecido.

"Luis Berenguer encontró en el Lobón un personaje irrepetible que ha podido transmitir una herencia literaria en novelas posteriores, no solo suyas, sino de otros novelistas de su círculo"

La novela de Luis Berenguer es tan barojiana —llena de episodios tan ricos como bien contados— como faulkneriana. Vale decir: hay tanto de construcción como de deconstrucción del discurso narrativo, especialmente en su segunda novela, Marea escorada. Su apuesta personal por la renovación del discurso tradicional no le exime de disponer un exquisito cuidado por la forma y el decoro en la selección, siempre afortunada, de un material léxico en armónica sintonía con la procedencia e idiosincrasia de la manera de expresarse, “sin los tos y los nas”, de los personajes de su rica invención literaria.

Tengo la impresión de que Luis Berenguer encontró en el Lobón no solo un personaje irrepetible que ha podido transmitir una herencia literaria en novelas posteriores, no solo suyas, sino de otros novelistas de su círculo o incluso de mayor radio e influencia literaria, sino una voz de enorme fuerza expresiva, tan verdadera como sabiamente equilibrada entre el mundo real que describe y el de la ficción literaria. Lo prodigioso de esta novela no es que nos suene a real, sino que ha podido comunicar una realidad y, al mismo tiempo, que el autor haya escrito una novela de la mejor herencia literaria. No es descabellado ni mucho menos recurrir al modelo clásico de la picaresca. Porque la voz de Lobón es la voz de su narrador y, a la vez, su afortunado creador.

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