Imagen de portada: El dibujante Nicoby y el guionista Vicent Zabus con uno de sus volúmenes del cómic ‘El mundo de Sofía’.
En los últimos cuarenta años ha habido, al menos, cinco novelas que han sido un éxito universal, vendido millones de libros y marcado tendencias. Tras El nombre de la rosa, de Umberto Eco, que la incluiremos en la prehistoria (1980), el primero de estos cinco títulos es El mundo de Sofía, del noruego Jostein Gaarder, una novela sobre la historia de la filosofía, que se ha traducido a 62 lenguas y vendido más de cincuenta millones de ejemplares (dos millones en España).
De todos estos títulos se ha hecho alguna película o serie de gran éxito, salvo de El mundo de Sofía, que, curiosamente, también se ha llevado al cine en una producción sueca de 1999 que pasó desapercibida. Algo comprensible, ya que el libro de Jostein Gaarder no es novela para cine, aunque puede resultar interesante para acercarla al cómic, como se acaba de demostrar con la aparición de los dos tomos (520 páginas en total) de El mundo de Sofía, adaptada por el escritor y dramaturgo belga Vicent Zabus, e ilustrado por el prolífico francés Nicoby, dibujante que se mueve en la tradicional línea franco-belga.
Hay que advertir que este cómic no es traslación lineal de la novela, sino que los autores, basándose en el libro, se han enfrentado al desafío de convertir en historieta la historia de Sofía Amundsen y la historia de la filosofía. Han tenido carta blanca del escritor noruego para su trabajo, y Jostein Gaarder, que quedó muy satisfecho del resultado, se mantuvo al margen en todo momento, ya que, como señaló, el libro y el cómic son cosas distintas.
Los autores —vaya por delante— han acertado al tratar de reflejar el espíritu de la novela, bien sintetizada, con voz y tono propios, y tratando de aprovechar con imaginación y eficacia los recursos gráficos, que contribuyen a visualizar, dar fuerza y situar mejor a los filósofos y su pensamiento. No es lo mismo que te estén explicando la filosofía de Platón como si fuese una lección a que sea el propio Platón el que se encuentre con Sofía y juntos se introduzcan en una cueva para comprender mejor la teoría de las sombras de la caverna. O que un retrato o una escultura cobren voz y vida para subrayar algunos puntos de sus doctrinas; o que los filósofos franceses del siglo de las luces te paseen por el ambiente de la Ilustración; o que el propio Demócrito, hecho con piezas de lego, así como todo su entorno, se acerque para explicar, mediante estas minúsculas piezas que tanto gustan a los niños, su teoría del átomo, ya en la antigua Grecia.
La publicación de estos dos álbumes ha sido una ocasión propicia para reencontrarse con la novela de Gaarder, que he vuelto a leer en paralelo al cómic; no tanto para hallar las diferencias, que las hay, como para comprobar cómo, desde medios tan distintos, se aborda la historia de la filosofía y, al mismo tiempo, incluir una historia narrativa con personajes vivos que se muevan y conmuevan al lector.
Me interesaba saber cómo los autores resolvían, por ejemplo, el asunto de esas postales que descubre Sofía, destinadas a una tal Hilde, una niña de su edad, y que fue uno de los trucos que emplea Gaarder para mantener la atención y crear cierta intriga en su novela. En el cómic —que ha de tender a la simplificación— las postales no aparecen; aunque sí lo harán, de un modo más sutil, Hilde y su padre, ya que estos personajes son necesarios para ordenar y dar sentido a la historia. De hecho, en la novela, al llegar a Berkeley y los idealistas ingleses, el lector se entera de que Sofía no existe, y que El mundo de Sofía es el libro que el padre de Hilde escribe como regalo a su hija para su 15 cumpleaños. La joven empieza a leerlo en ese momento y a partir de ahí se suceden paralelamente las dos historias.
En la versión gráfica, en cambio, este esencial descubrimiento es anterior en el tiempo (después del Barroco). Ahí, antes de entrar en Descartes, es cuando Sofía contempla unas páginas esparcidas donde está dibujada su vida. Entonces averigua que ella es un personaje de cómic, que no tiene vida propia y depende de la voluntad del autor. Y si es un personaje de cómic, y sus actos y sus palabras ya están fijadas previamente, ¿qué sentido tiene todo?… Este descubrimiento indigna y derrota a Sofía, pero su guía filosófico la anima para que no se hunda tan pronto, y le dice que intentarán despistar al omnipotente autor y lograr, al menos, un pequeño resquicio de libertad. Porque, a pesar del determinismo, quizás nosotros también tengamos algo que hacer por nuestra cuenta.
Como ya sabemos, El mundo de Sofía comienza con unas misteriosas cartas que le van llegando al buzón de casa, en donde, al principio sólo le formulan dos preguntas: ¿Quién eres? y ¿De dónde viene el mundo?… Esta será la excusa, o el camino, para ir recorriendo cronológicamente la historia del pensamiento, algo complejo de explicar y entender a ciertas edades, aunque los niños sean unos filósofos natos, tal como se advierte en la obra: «Lo único que necesitamos para ser buenos filósofos es capacidad de asombro».
Sin embargo, para que la obra surja su efecto es necesario no precipitarse, y quizás habría que considerar que El mundo de Sofía es un libro destinado a lectores a partir de los 15 años (Bachillerato) como pronto, mientras que el cómic podría recomendarse hacia el segundo ciclo de Secundaria, siempre teniendo en cuenta que los padres conocerán mejor la madurez lectora de sus hijos. Nunca hay que forzar la edad, para no producir el efecto contrario al buscado, que sería una lástima, ya que El mundo de Sofía, tanto el libro como el cómic pueden ayudar a desarrollar el pensamiento crítico, ese que a los genios de la política les da tanta alergia; y es muy posible que el libro de Gaarder o el cómic sean toda la filosofía que gran parte conozca en toda su vida.
Desde Kant, que intenta hacer una síntesis del racionalismo francés y el empirismo inglés, las explicaciones filosóficas se vuelven más complejas y difíciles para el lector, y lo mismo ocurrirá con los autores posteriores: Hegel, Kierkegaard, a los que seguirán —con un destacado protagonismo en el cómic— Marx, Darwin, Freud y, ya en nuestra época Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, con un leve apunte sobre Nietzsche (en el comic más presente) y Heidegger, y la desaparición total —para disgusto de Borges— de Schopenhauer. Albert Camus, que no tiene importancia (media línea) en la novela de Gaarder, cobra protagonismo —toda una escena— en el cómic, con Sísifo y su piedra como estrellas invitadas, algo que imprime a esta historia del pensamiento un armónico final, como si fuese una pieza de ballet clásico, ya que conecta directamente con los mitos, el comienzo de todo.
Como anécdotas circunstanciales, añadiremos que la fiesta filosófica del jardín del final no existe en el cómic; la filosofía de Kant se la explica a Sofía su madre, que hizo una tesis sobre el pensador alemán, en vez del misterioso y luego ya conocido filósofo y guía; y que el padre de Sofía, ausente en la novela, en el cómic falleció cuando era niña, pero aparece, como los mitos, tanto al principio como al final del cómic.
Esta versión gráfica está realizada tres décadas después de la novela original, por lo que se nota más claramente la preocupación ecológica (muy marcada en Gaarder, por cierto) y el feminismo. De hecho, se hace una alusión —casi a pie de página— al Me Too y a Greta Thunberg. Y sin ser una obra de humor, las situaciones, los dibujos y el carácter de la Sofía dibujada propician guiños desenfadados y ciertas sonrisas en este volumen más entretenido que divertido, y por supuesto, iluminador.
Con la publicación del cómic se podría decir que El mundo de Sofía es una obra reversible, de esas que, en un continuo flujo y reflujo, funcionan en las dos direcciones. El cómic puede servir de introducción a la novela y, al mismo tiempo, ser como una lectura posterior, algo así como un recordatorio del pensamiento filosófico que durante tantas páginas se despliega en el original y que con acierto han sabido sintetizar los autores de este cómic, marcado por el determinismo de Jostein Gaarder —su creador— y a la vez con libre albedrío.
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