En otoño de 2013, Javier Calvo publicaba en la revista Presencia humana su interesante artículo “Historia de dos ciudades: fándom, hipsters y el Fantástico español” en el que explicaba cómo entendía la evolución de nuestra narrativa entre 1990 y 2010. Nos contaba cómo se pasó de una situación en la que no se relacionaban entre sí las ediciones para incels granujientos y la literatura considerada “respetable”, la única que aparecía en los suplementos de cultura. De ese escenario presidido por un muro se pasó entre el 2000 y el 2010 a una situación completamente diferente, en la que los escritores no se refugiaban en la bóveda de infantilismo del gueto raro, pero tampoco hacían demasiado caso de las recetas serias o realistoide… Según Calvo, una pléyade bastante amplia de autores se habían decidido a habitar una brecha, una antigua frontera entre la literatura rara y la respetable, para avanzar por una tercera vía realmente oxigenada, desacomplejada. Muchos de los nombres que citaba siguen en activo y han desarrollado una carrera sólida: Jon Bilbao, Ismael Martínez Biurrún, Emilio Bueso, Laura Fernández, Robert Juan-Cantavella, Tamara Romero, Miqui Otero, Sofía Rhei, Carlos Gámez, Rubén Martín Giráldez, Juan Francisco Ferré, Víctor García Tur, entre otros.
Diría que en las ruinas de ese muro caído se aposentan las novelas de Vicente Luis Mora. El caso que nos ocupa, Cúbit, es algo así como la encarnación o materialización viva de los ensueños o doctrinas de Braidotti o Haraway, un personaje sin yo que es, a la vez, prehumano y posthumano, puesto que en su interior habita el pueblo itrio, una especie homínida que empezó a ser hostigada hace unos 12.000 años por los violentos “hafnios”, es decir, nosotros, los Homos sapiens. No hay duda de que se trata de una novela de ciencia ficción pura y dura, en una colección de narrativa nada fandomera. Y este diseño pre y posthumano de la narración convive con un tempo rápido a lo William Gibson y un aire a la vez cotidiano y visionario a lo Pórtico (1977), de Frederik Pohl. Si le añadimos a esta receta unos gramos de cosmismo ruso e ironía como la de Lem, nos aproximamos bastante a la nueva propuesta narrativa de Vicente Luis Mora, que venía de publicar una obra mayor, muy maestra, Circular 22, que ampliaba hasta el grado de epopeya descentralizada el ensayo de visión global que ya se intuye en Fred Cabeza de Vaca (2017), paisaje caleidoscópico de una vida tan polémica como intensa. Cúbit comparte con estas dos novelas el fragmentarismo característico del autor y el despliegue en forma de red. Un poco aparte de su producción queda una de sus novelas más celebradas, Centroeuropa (2020), perfecta en su diseño lineal, criptofantástica, porque la multiplicación de los cadáveres bélicos enterradas en un huerto alegórico quedaba asordinada por la trama ambientada en la Germania protoliberal. En definitiva, Cúbit es una apuesta más visionaria y arriesgada por la ciencia ficción posthumana, una contribución más a la normalización de nuestra literatura en el sentido apuntado por Javier Calvo hace diez años: nuestros mejores escritores están aprovechando los géneros para construir literatura, mientras que la dineratura al uso está estandarizando sus procedimientos internos para separarse cada vez más de la sorpresa, el sentido artesanal de la escritura, la incorrección y el riesgo ideológico.
Una visión satírica del Madrid contemporáneo asoma en las páginas centrales bajo la forma de una capital de España convertida en vertedero ballardiano. Mora se atreve con todo: el Conde Duque de Olivares ha de observar un extraño humanoide asexuado que le han traído desde Fuerteventura, las montañas heladas del sur de Chile son en realidad obras de arte diseñadas por homínidos refugiados en cavernas, follar no es más que “gestionar el deseo” según la jerga de la juventud posthumana… Fíjense si no hay guasa en esta descripción del despacho de la Ministra de Diversidad en este Madrid destrozado y distópico: “Lejos de las maderas caras y los muebles funcionales que yo esperaba, el espacio recordaba a una lavandería de correccional: mucho color blanco salpicado de banderas, lemas ideológicos, pintadas estudiadamente espontáneas, grafitis firmados y pagados a precio de oro, y esa pátina de rebeldía acomodaticia y discurso borrego que comenzó a distanciarme del Partido en cuanto accedieron a su directiva los nietos de los antiguos luchadores, que jamás habían tenido que escapar de una redada ni esquivar pelotas de goma antidisturbios”. No estamos ya únicamente situados en un entorno posthumanista: en esta novela ya se hacen chistes con el post- 15-M y el postpodemitismo.
Esta ironía, esta aceptación del fluir intergeneracional, son muy sanos. El espacio fronterizo que ocupaba el muro entre la subcultura y la literatura respetable marca ahora el camino de la exploración y nos indica qué escritor o escritora puede seguir interesándonos y abriendo caminos frente al conservadurismo taylorista de las recetas mediáticas y la solemnidad fosilizada de las narrativas autocanceladas. En ese sentido, tenía razón Javier Calvo hace una década cuando intuyó que la parte más dinámica de nuestra narrativa aprovecharía sin complejos los géneros subculturales para fertilizar una literatura que no podía seguir siendo rural, puritana, castiza ni preocupada. Con novelas como Cúbit, nos encontramos aquí, en la culminación de ese proceso o resquebrajamiento iniciado hace una o dos décadas.
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Autor: Vicente Luis Mora. Título: Cúbit. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros.
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