Ben Sidran, pianista, cantante, compositor, productor y escritor, cumple 80 años en plena vigencia creativa.
Caso harto infrecuente, Ben Sidran simultanea casi desde sus inicios la faceta como pianista y cantante con el estudio erudito del jazz desde sus raíces, a través de un viaje en el que le han acompañado algunos de sus más ilustres protagonistas. Ante todo músico, compositor y productor, siempre se ha dejado llevar por la curiosidad para contarnos, bien sea a través de canciones o libros, un cúmulo inagotable de reflexiones y experiencias que trascienden lo puramente profesional para recalar en una idea de la vida. «Me encuentro a mí mismo en las canciones», comenta en una larga conversación con Zenda, mantenida en el Café Central, uno de los lugares sustantivos en su trayectoria desde que lo visitara por primera vez hace más de un cuarto de siglo.
Acaba de editar The songs of Ben Sidran. 1970-2020, Vol. 1 (Nardis), un cancionero con letra y música, comentarios y fotografías de los distintos períodos de su carrera. «No es un songbook tradicional, sino que trata de revelar un espacio interior en mi pensamiento». El libro recoge una selección de 56 composiciones, desde «Midnight tango», la primera de su propia cosecha, hasta «Who’s the old man now» (Quién es el hombre viejo ahora), grabada en 2020 e incluida en un ‘ep’ de cuatro temas. «El título vino a mí. Traté de escribirla y no me sentí capaz, porque era demasiado personal, así que fue mi hijo Leo quien hizo la tercera parte antes de que yo la completara. Pasé mi juventud entrevistando a algunos de los más grandes y preguntándoles de dónde procedía su sonido, cómo lo hacían. No sabían decirme cómo habían llegado a él. Ahora, cuando eres viejo, suenas como tú mismo. Eso es todo. He podido darme cuenta en mi propia piel».
Doctor en Filosofía y Artes, Sidran se caracteriza, además de por una forma muy personal de cantar y tocar el piano, por una búsqueda que trasciende la mera interpretación. «He querido utilizar la música como una plataforma para expresar ideas», confiesa, juicio refrendado por algunos de los socios en sus regulares pasos por el Central, donde supera de largo los 200 conciertos y sólo faltó a su cita de una semana cada año debido a la pandemia.
«No es un músico de jazz al uso. Está en un territorio intermedio entre el jazz y el blues, explora más allá de los tres acordes del blues. Esa mezcla me fascina. Combina muy bien el lado emocional del blues con la faceta intelectual del jazz. Es el equilibrio perfecto», apunta el armonicista Antonio Serrano.
«Más que un cantante, me considero un intérprete de palabra hablada, así que algunas melodías están escritas para quedar abiertas y estimular una interpretación libre. El viaje es el directo y estas páginas son los mapas», escribe Sidran en la introducción de su primer cancionero.
Sardónico, mordaz, inquieto y comprometido, afila el verbo en una suerte de salmodia acompañada con las notas del piano, ya sea acústico, eléctrico o incluso el órgano Hammond. En «Another red bull» (Otro toro rojo), tema incluido en el álbum «Picture him happy» (Nardis, 2017), vierte un profundo rechazo hacia la figura de Donald Trump: «Reúne lo peor del siglo en América. Se nutre de mucha gente que no distingue entre la vida real y la televisión», nos dice.
«No hay una sola frase para definir lo que hace Ben. A veces es poeta, también filósofo, rapero. Y todo tiene un gran valor. Los que le han visto en directo tendrán una idea bastante certera de cómo es. Se trata de una persona bastante auténtica en su trabajo. Más allá de eso, diría que hay un elemento antiautoridad en cuanto hace, le gusta transgredir la norma. Si se le ocurre una idea, trabaja hasta la obsesión por intentar desarrollarla, aunque por distintos motivos, entre ellos económicos, alguna vez me ha comentado que sólo ha logrado sacar adelante una de cada diez», apunta Leo, que ha seguido los pasos de su padre y ya tiene una carrera establecida alrededor de la música.
Las creaciones de Ben Sidran también tienden puentes con algunos de los grandes pensadores y artistas del siglo XX, deteniéndose con especial mimo en figuras como Federico García Lorca o Albert Camus. «The concert for García Lorca» (Go Jazz/Enfasis), grabado en directo con el piano del propio Lorca en la Huerta de San Vicente del 18 de junio de 1998 y editado en un coqueto disco compacto acompañado de un libro, fue su puerta de entrada en España. Ben se desplazó a nuestro país para visitar a su hijo, que estudiaba en Sevilla, y en un viaje a Granada conoció a Laura García Lorca, sobrina del poeta y directora de su fundación, que le invitó a participar en el centenario de su nacimiento. Pasó seis semanas en su ciudad de origen, sumergido en el mundo de Lorca. «Leí su poesía, las biografías y los ensayos sobre él. Traté de entender el mensaje y la filosofía de sus textos, intenté capturar su mensaje vital. Me enseñó una nueva dirección, a hacer las cosas con el máximo grado de espontaneidad, a aprender en cada momento asumiendo el sentido del riesgo». Años después le dedicaría «King of Harlem», que no suele faltar en ninguno de sus conciertos y está incluida en su álbum «Blue Camus» (Nardis, 2104).
«Hubo una noche muy especial, cuando concluyó la interpretación de «Si me voy (For Margarita Xirgu)», con el Café Central completamente lleno, los ventanales empañados y las últimas vibraciones del piano. Se generó de inmediato un silencio absoluto. Fue como si todos los presentes nos hubiésemos quedado paralizados, hasta que lentamente empezaron los aplausos. Costaba romper ese silencio, pero las ganas de transmitir nuestra gratitud eran enormes. Después de ese silencio, que no he vuelto a sentir nunca, en ningún lugar, se produjo la mayor ovación que he escuchado nunca en el Central», rememora Javier González, programador del célebre recinto.
Albert Camus también dio título a uno de los trabajos de Sidran, que es además un homenaje a París y a todo lo que representó para la gente del jazz. «Fue un lugar donde los músicos pudieron ir a buscar una cultura de vida, lo cual resulta difícil en América, donde no existe un sentido de la historia. En una época de mi vida estuve muy interesado en el existencialismo. Me gusta cómo las ideas de Camus pueden ser incorporadas y transmitidas a través de diálogos. Johnny Griffin dijo que el jazz es la música que hacen personas que han decidido sentirse bien a pesar de las condiciones en las que deban desenvolverse. Esto une el corazón del existencialismo y el corazón del jazz».
Una de las singularidades del trabajo de Sidran es la especial receptividad que tiene en nuestro continente. «Actúo en Europa más que en ningún otro sitio, ya sea en París, Londres, Copenhague, Italia, España… En cierto modo, me siento capaz de expresarme con mayor libertad y claridad. Tal vez si hiciera pop o rock sería distinto, pero no soy un entertainer. Hago música sobre asuntos y preocupaciones humanas».
España. Y en particular Madrid: el Café Central, donde grabó en 2009 «Cien noches» (Nardis, 2009) para conmemorar el centenar de actuaciones en el recinto. El cambio de fechas de noviembre a mayo no ha modificado sus costumbres a su paso por una ciudad en la que se siente particularmente cómodo. Le gusta pasear al atardecer por el Retiro, suele detenerse en Picasso y el Guernica en el Reina Sofía y en los cuadros de El Greco en El Prado, además de recrearse en el arte moderno en sus visitas al Thyssen. «Me encanta sentarme al sol en la Plaza de Santa Ana, frente a la estatua de Lorca, y lentamente formar parte del paisaje. Me atrae esta combinación de gran profundidad y de simpleza. A diferencia de otras ciudades de Europa donde paso tiempo, como Londres, París o Roma, Madrid conserva un aura de autenticidad».
Los libros Black Talk (Da Capo PR), un riguroso estudio sobre los orígenes de la música negra, Talking Jazz. An oral story (Da Capo PR), que recoge una colección de entrevistas con grandes intérpretes de la segunda generación del jazz realizadas en su época al frente de un programa de radio, o There was a fire. Jews, Music and the american dream (Nardis), un estudio sociológico y cultural a través de la historia de la música judía, son un ejemplo de su profundo conocimiento y su vocación proselitista, que tiene su manifestación más reciente en The ballad of Tommi LiPuma (Nardis), biografía del colosal productor.
Admirador de Bob Dylan, a cuya música dedicó en 2009 Dylan Different (Nardis), una singular aproximación a algunos de sus temas menos recurrentes, el músico de Chicago editó unos años después Don´t cry for no hipster, un álbum dedicado a los orígenes de la influyente cultura bohemia. «El concepto hipster, cuando yo era joven, era el de un outsider aficionado al jazz, que trataba de vivir al margen del sistema capitalista en Estados Unidos. Siempre fantaseé sobre cómo sería su vida y he llegado a pensar que para ser libre tienes que vivir en los márgenes», reflexiona.
El fundador del sello Go Jazz, en el que revitalizó la carrera de Georgie Fame y popularizó a músicos como Bob Malach, Ricky Petterson o Phil Upchurch, guarda un especial cariño por su amigo Mose Allison, a cuyo estilo le unen evidentes analogías. «Me atrajo mucho su aproximación intelectual a la música, porque era infrecuente. También su sentido del humor. Nunca era obvio y sí, siempre, divertido. Escribía y cantaba sobre bares, juergas y una vida salvaje, pero él no tenía nada que ver con sus canciones. Era conservador, de estrictas rutinas y pocas relaciones sociales. Estuvo casado con la misma mujer durante 50 años. Yo llevo casado 54». Junto a Mose, Georgie Fame y Van Morrison, grabó Tell me something (The songs of Mose Allison), un hermoso homenaje en perfecta sintonía entre los cuatro protagonistas.
Swing state (Nardis), su primer álbum completamente instrumental y en formación de trío acústico, editado el pasado año, es una revisión de algunos de los temas del gran libro de la música americana. Recién cumplidos los 80, Ben Sidran mantiene prendida la llama. Pronto aparecerá su nuevo disco, grabado la pasada primavera en París, y más adelante el segundo volumen de su cancionero. Y entretanto, el músico en carne viva. «Cuanto más viejo soy, más me gusta tocar. Estar al teléfono o frente al ordenador me hace darme cuenta de lo mucho que necesito el directo, sentado al piano, con mi grupo, rodeado de gente. Es algo formidable».
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