Llevaba yo demasiado tiempo en el XIX, pero quiso el mundo de los vivos que su ruido me trajera hasta aquí. Justo antes del pistoletazo de salida del verano —en el caso de quien firma esta columna, la frase percute con cierta vulgaridad—, la Federación del Gremio de Editores de España daba sus cifras de ventas de 2017. No eran malas, tampoco buenas. ¿Puede tener atributos un decimal? En un año la industria editorial —con su aplanadora de novedades semanales— ha conseguido vender un 0,1% más que en 2016. Un pírrico cero coma algo… Entre no crecer y eso hay apenas una coma de distancia. ¿Acaso la gente ha renunciado a leer, o lee de otra forma? Esa es la pregunta a la que dan vueltas los editores, como tigres dentro de una jaula.
Las respuestas inmediatas —vender, a cuantos más lectores potenciales, mejor— apunta siempre al formato. Que si inyectar una segunda vida al audiolibro. Que si buscar una salida distinta para el libro electrónico. Que si lanzar youtubers como autores… El agua urgente para regar la tierra seca. La corriente de fondo, en cambio, revela una tendencia cuyo éxito de ventas no decae desde la eclosión de la crisis financiera como percha para abordar los territorios sociales que irrigan estos géneros: el Negro y Policiaco. A lo largo de estos diez años, ninguno de los dos ha perdido su fuerza, al contrario, se transforma y adquiere distintas versiones. Se trata del policiaco como punta de lanza de la prosa literaria, en casi todas sus secciones, desde el best seller nacional hasta la ficción comercial.
Este otoño, el género negro y policiaco, o la mixtura entre ambos, es una apuesta que se disemina desde sellos literarios como Tusquets, que ha bajado a la mina de la obra de Henning Mankell con la traducción de El hombre dinamita, la génesis de la saga de Kurt Wallander, o Anagrama, que publica Los casos del comisario Croce, una serie de relatos y textos policiacos del argentino Ricardo Piglia, en su mayoría protagonizados por el personaje principal de Blanco Nocturno. Croce, todo sea dicho, es una creación importante en el mundo literario de Piglia, de ahí que estos textos sirvan de como una bocanada nostálgica de Emilio Renzi, ese investigador que apareció por primera vez en Respiración artificial, y que Piglia empleó como un alter ego.
La editorial Destino, por ejemplo, aún reluce con las ventas de la trilogía de Dolores Redondo, a la vez que alimenta un nuevo fenómeno: la serie de María Oruña. Dentro de su catálogo, además del veterano Lorenzo Silva, empujan voces nuevas como la de Alfonso del Río y apuestan por fenómenos como Federico Axat, además, claro del premio Planeta Jorge Zepeda, quien echó mano del suspense para contar un crimen en medio del tour de Francia (Muerte contrarreloj). Vuelven también este otoño los veteranos, uno de ellos el mexicano Élmer Mendoza, con Penguin Random House, que regresa a España con una nueva entrega del Zurdo Mendieta, un retrato inteligente y certero del México actual a través del género negro. El asunto da para largo.
La hibridación entre policiaco y negro con el thriller, género del que los editores echan mano para salpimentar libros mestizos —aunque en ocasiones fallidos— marca un auge que tampoco decrece. Sólo basta hacer un seguimiento a los libros publicados a lo largo de 2018. Justo en el año en que se cumplen veinte años de El lejano país de los estanques (Destino), la primera novela protagonizada por dos investigadores de la Guardia Civil, el subteniente Rubén Bevilacqua y la sargento Virginia Chamorro con la que Lorenzo Silva inauguró su serie policiaca, el género demuestra una salud de hierro. Es la inyección de adrenalina para sellos grandes y pequeños, que consiguen resucitar trimestralmente las cifras de ventas con este tipo de libro. ¿Quién le diría a Lorenzo Silva, en aquellos años en los que nadie creía en su apuesta, que terminaría por ser el decano de un género al alza?
Los pioneros del género, entre ellos el ya mencionado Lorenzo Silva —que convalida con Lejos del corazón (Destino), la novela número nueve y la undécima entrega de la saga Bevilacqua y Chamorro—, conviven con firmas nuevas ya consolidadas, como Dolores Redondo, quien se ha hecho fuerte no sólo por el éxito de su trilogía del Baztán (Destino) sino también con Todo esto te daré (Premio Planeta 2016), además de autoras que han irrumpido con fuerza como Eva García Saenz de Urturi con El silencio de la ciudad blanca (Planeta). La ficción contemporánea en español se alimenta del negro-policiaco, con variantes locales o regionales —es cierto— pero renueva los catálogos de los editores, quienes admiten —ante las argucias de un Pobrecito Hablador— haber encontrado una mina. «La mayoría de los manuscritos que recibimos se enmarcan en el thriller y policiaco», reconoce a este periodista del XIX el editor de un gran grupo del siglo XXI.
¿Cómo se comporta eso que llaman thriller? Como un pequeño milagro editorial. El género, de hecho, firma regreso en meses cruciales. ¿Un ejemplo? La Reina Roja (Ediciones B), la siguiente novela de Juan Gómez-Jurado tras Cicatriz y Espía de Dios. En el catálogo de autores extranjeros el género vuelve a posicionarse con libros que, sin ser policiacos, participan de él. Por ejemplo, Joël Dicker con La desaparición de Stephanie Mailer (Alfaguara) consiguió volver a sacudir el panorama editorial con una historia que retoma las claves de sus entregas anteriores: una intriga que avanza entre el pasado y el futuro; un asesinato irresuelto en un pueblo de Estados Unidos —escenario por el que siente predilección— y una compleja red de personajes con los que el escritor reflexiona sobre un tema que lo obsesiona: la identidad y la relación entre los seres humanos. También tiene un éxito contundente de lectores A.J. Finn con La mujer de la ventana (Grijalbo), una novela que reúne ecos de Patricia Highsmith con el suspense de Hitchcock.
Además de los clásicos del policiaco y el negro europeo —Petros Márkaris o Andrea Camilleri—, las reinvenciones anglosajonas del género —Benjamin Black— o la aparición de autores cultos y efectivos como el italiano Mirko Zilahy con Así es como se mata y Las formas de la oscuridad (ambas de Alfaguara) alimentan un género que se fortalece en todos los registros de ficción. Ya lo decía Luis García Jambrina a comienzos de 2018, en ocasión de la publicación de El manuscrito de fuego (Espasa), la novela que continúa su saga protagonizada por Fernando de Rojas (1470-1541), el autor de La Celestina que él ha convertido en pesquisidor. «El investigador, el comisario y el detective son la encarnación del nuevo humanista», afirmaba entonces Jambrina, y con razón. Esa verdad se sostiene, desde Conan Doyle hasta nuestros días. Se trata, pues, de la antigua galleta que sigue dando trabajo al horno literario.
Ya ve, lector: las cosas que un hombre del XIX consigue, cuando pone un pie fuera de la tumba. El mes en curso y el próximo prometen. Eduardo Mendoza ha sacado, en apenas cuatro días desde su publicación, una segunda edición de El rey recibe (seix Barral). Arturo Pérez-Reverte publica los primeros días de octubre una nueva entrega de su saga Falcó, una novela que lleva como título Sabotaje y que promete ser la mejor de la serie. Quince días después, Julia Navarro regresa con una historia ambientada en Egipto. Además de un nuevo premio Planeta, que se anunciará el próximo 15 de octubre en Barcelona. Un servidor, como buen y fiel fantasma, se aprovechará de su transparencia para contar… sin ser visto.
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