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El nuevo sistema cultural: una religión no tan nueva

El nuevo sistema cultural: una religión no tan nueva

Nos encontramos en un tiempo de posverdad, de mentiras emotivas, de fake news, superstición y manipulaciones de la información. Y no resulta menospreciable el efecto de todo ello: ahí es posiblemente donde se produce el hueco (el gap, el escalón, la falla) entre razón y simples creencias, se subvierte la jerarquía de valores y sucede lo irracional.

El nuestro se revela todos los días como un tiempo de superficialidad, de narcisismo, de desprecio por lo intelectual, en el que se relativiza el valor del conocimiento y en el que se desconfía (posmoderna, arrogantemente) de la necesidad de la búsqueda de la verdad, hasta el punto que se incurre, en diversas esferas, tanto en ideas como en acciones del todo disparatadas, que, sin embargo, responden a la lógica del momento. Por supuesto que hoy el ser humano produce más ciencia que nunca, pero un dato científicamente establecido puede ser utilizado de un modo —moral— que se convierte en alimento de supercherías, supersticiones o conspiranoias: y esto es, en sí, una involución del pensamiento ilustrado. Cada vez que falseamos una información obtenida científicamente —para defender nuestra causa, nuestra ideología, nuestra religión, convirtiendo lo científico en moral— damos un paso en falso y promovemos el advenimiento de un tiempo de oscuridad, ya que podría resultar en una nueva sociedad (híper mega financiada y poderosa) en la cual nuestra rectora sea la ignorancia.

"Lo que los moviliza —y moviliza al conjunto de sus sociedades— son las nuevas ideas dogmáticas"

Las divinidades de la antigüedad, y también las de las religiones del libro, ocupan un lugar discreto en el ideario que moviliza a los dirigentes de Occidente hoy. Lo que los moviliza —y moviliza al conjunto de sus sociedades— son las nuevas ideas dogmáticas que operan sobre las personas del mismo modo que las ideas cristianas (acaso porque sean religiosas también, cristianas directamente o, incluso, la continuación del cristianismo), esto es: victimizando a quien convenga, como victimizaron los cristianos la figura de Jesucristo —y como lo hicieron consigo mismos—, y ahora se hace con la mujer, los no-blancos y los animales, entre otros. ¿Acaso no sucede igual con los Incel, vírgenes involuntarios, y con algunos grupos de blancos frente a la globalización y el mestizaje, con los QAnon y los Identitarios (en EE.UU. y en Francia, respectivamente), o con los terraplanistas, todos ellos convencidos de que existe un complot en contra del grupo al que pertenecen?

En su Crítica de la víctima, dice Daniele Giglioli (al tiempo citando a René Girard), que el cristianismo hace exactamente esto: “revelar que la víctima es inocente; después de todo, la víctima es el hijo de Dios”. Y continúa: “Consecuencia: porque es ética, la víctima inocente es necesaria”. Para concluir: “El principio de la defensa de las víctimas se ha convertido en el nuevo absoluto. Nadie lo pone en duda”.

En esos tres golpes se llega sencillamente desde el cristianismo hasta cierto progresismo actual. La víctima es primero “inocente”, luego “necesaria” y, por fin, su defensa es la ética misma, no habría nada ético en su no defensa. Mostrar la menor duda —al respecto de una víctima o su defensa— sería vil, el mal, merecería nuestra demonización y posterior cancelación. Y, sin embargo, también se llega en esos tres sencillos golpes desde el cristianismo hasta las victimizaciones de grupos de extrema derecha como los Incel o los Identitarios, que por otra parte no están exentos del cristianismo clásico, pues entre ellos también hay creyentes. Y parte de lo mismo sucede hoy con muchos musulmanes, victimizados tal como mostró Bin Laden que debía hacerse, así como con nacionalismos varios.

Este moralismo (de la víctima) no es nuevo.

"Para algunos defensores del aborto no estaría del todo bien abortar para no tener un hijo con síndrome de Down"

Abordando un ejemplo tanto de lo relativo a su antigüedad como del cariz de su novedad, hoy se está empezando a dar una paradoja interesante: aquellos que consideran un progreso la posibilidad de interrupción del embarazo, sin embargo dudan de la moralidad de que se interrumpa el embarazo por malformación del feto, porque el nacido vaya a padecer alguna enfermedad grave o discapacidad severa. Para algunos defensores del aborto no estaría del todo bien abortar para no tener un hijo con síndrome de Down. Según esta lógica, una mujer debe ser absolutamente libre de abortar cuando ella quiera (en parte en cuanto que víctima, por cierto), pero estaría moralmente mal que lo hiciera cuando va a nacer una víctima.

Precisamente fue el cristianismo en sus inicios el que obró la transformación moral de que el hijo nacido con deficiencias físicas y psíquicas no fuese sacrificado por la propia familia. Los cristianos consideraron inmoral ese sacrificio: la familia debía hacerse cargo del hijo aunque ello supusiese tal hándicap para sus miembros que pusiera en peligro su supervivencia. Recientemente, cuando la ciencia lo ha hecho posible, hemos averiguado las deficiencias del feto durante el embarazo, antes del nacimiento y, si se ha querido, el embarazo se ha interrumpido. Los progresistas lo hemos considerado un avance, mientras que los conservadores cristianos se han mantenido en la idea de que no debe existir la posibilidad de abortar en ningún caso (como mismo habían decidido sus predecesores que jamás debía ser sacrificado un recién nacido deficiente). Durante un tiempo, la sociedad occidental ha considerado positivo poder evitar el sufrimiento de la persona que nacería con deficiencias, y también ha estimado importante poder evitar que la familia se vea seriamente condicionada por ese nacimiento (aunque ya no suponga un riesgo para su supervivencia, como antaño).

"Inventamos una neolengua protectora para que nadie se sienta ofendido"

Ahora, sin embargo, nos encontramos dándole una vuelta más a esta cuestión. Hoy toda víctima ha de ser protegida, defendida, auspiciada. Así que se apunta en las dos direcciones señaladas, que son contradictorias: moralmente la mujer debe poder abortar y moralmente debemos proteger a todos los desfavorecidos, en absoluto sojuzgar a los enfermos, discapacitados, deficientes: abortarlos no está bien y se empieza a sancionar como eugenesia propia del nazismo. De hecho, a quienes hasta hace poco se les consideraba popularmente unos retrasados, unos deficientes, ahora les protegemos hasta de estas definiciones, siendo políticamente incorrecto utilizarlas, así que inventamos una neolengua protectora para que nadie se sienta ofendido.

La lógica por la cual la víctima es intocable en nuestra cultura se muestra incongruente en este ejemplo que también nos enseña hasta qué punto la corrección política que entroniza a la víctima no es en absoluto una religión a la última. La prohibición del sacrificio del bebé deficiente al principio del cristianismo, en aquellos tiempos, se sintió positiva. Pero, visto con la perspectiva de hoy, ¿fue un avance o un retroceso? Entonces, en aquellos tiempos, el mundo se llenó de un dolor visible, también de mucha culpa, algo muy propicio para la religión, que chantajea las conciencias por medio de culpar a las personas por los errores, por los horrores, por el mal. El deficiente era considerado un engendro, era castigado con la desaprobación de todos (eso que hoy no nos gusta y queremos cambiar), manchaba a su familia y, al mismo tiempo, se encontraba en el trono del mal, era una prueba de la podredumbre moral del ser humano, la constatación de que existía el pecado entre los hombres (puesto que estos eran castigados con el nacimiento de semejantes criaturas), era por tanto también la evidencia absoluta de que el ser humano era castigado una y otra vez por sus pecados y, cómo no, por su pecado original.

"¿Estábamos equivocados antes? ¿Estamos acertados hoy? ¿No estamos equivocados hoy? "

Hoy, tal vez nos hayamos librado —al menos por el momento— de la idea de ser pecadores debido a un pecado intrínseco (un primer pecado que se podría borrar mediante el bautismo pero que nos convierte, para siempre, en pecadores), pero, sin darnos cuenta, nuestras creencias no han ido demasiado lejos. Hoy estamos fabricando nuestros propios pecados originales. De pronto nuestra cultura se ha llenado de manifestaciones culposas, de acusaciones morales, de indignación, de santos y culpables, de superioridad moral y reprobación, y, también, de la utopía de un mundo moralmente ideal y del odio contra quien constituya un obstáculo en su consecución. Al fin y al cabo, según nuestras creencias más pujantes de hoy, no habríamos hecho otra cosa desde nuestro nacimiento que (1) destruir el planeta (2) practicar el patriarcado (y 3) promover la desigualdad racial. Aunque consideremos que pertenecemos a una cultura laica, no podríamos, por tanto, sino sentirnos culpables por ello y trabajar duro para redimirnos: (1) salvando el planeta (y 2) conquistando la igualdad racial y entre hombres y mujeres. Las víctimas, si antes ocupaban el lugar de la “vergüenza” y la “conmiseración”, hoy ocupan el trono de la “visibilidad” y el “merecimiento de la empatía”. Han pasado de un polo al otro en nuestra consideración y eso nos parece un signo de desarrollo moral, del mismo modo que se lo pareció a quienes abolieron el sacrificio de los nacidos discapacitados. Otra cosa es que nuestra actividad moralista nos esté mejorando moralmente. ¿Estábamos equivocados antes? ¿Estamos acertados hoy? ¿No estamos equivocados hoy? ¿Cómo, si fue posible que antes el ser humano estuviera moralmente tan equivocado, según nosotros, hoy, podemos estar tan seguros de que ahora no, de que ahora estamos moralmente acertados? ¿Fue un avance la prohibición de sacrificar a los recién nacidos con deficiencias, o fue un retroceso, visto que produjo tanto dolor y culpabilidad en el mundo y fueron un arma precisamente contra el progreso, a favor del oscurantismo?

Hoy nos sometemos a la culpa por toda clase de víctimas. Atesoramos nuestros propios pecados originales. Habemos también curas que nos sermonean con toda clase de causas.

Curas

culpa

víctimas

pecados

pecados originales

sermones… Así podríamos continuar largo y tendido sobre todos los elementos propios de las creencias principales de nuestro tiempo, observando cómo cada uno de ellos obtiene algún correspondiente en el cristianismo.

"El buen camino es, además, un negocio. Lo fue y lo sigue siendo en el caso de la iglesia católica y lo es ahora en el caso de las causas que jalonan nuestro sistema cultural"

El feminismo, el ecologismo anti calentamiento global y el anti racismo de la cultura woke —y también el veganismo, el animalismo, el capitalismo-anticapitalismo y el decrecionismo, entre otros—, conforman un “sistema cultural”, y eso es la religión por definición: un sistema cultural. ¿Y acaso no pertenecería al mismo sistema todo lo que se le opone, otras tantas causas de signo político supuestamente contrario, como, por ejemplo, los movimientos conspiranoicos Incel, terraplanistas, QAnon o los Identitarios franceses, asociados a la derecha o a la extrema derecha? No es sólo en movimientos producidos por el carril ideológico de la izquierda donde la victimización se produce: la extrema derecha nacionalista también se victimiza y victimiza a los suyos, los Incel se victimizan, los QAnon se victimizan, los terraplanistas se victimizan, los Identitarios franceses se victimizan. Este conjunto de creencias (que son contenidas en los corpus de ideas tanto de grupos de izquierda como de grupos de derecha) tienen en común que combinan una parte de verdad y razón con otra parte que es infundada, irracional, infantil o directamente idiota, bien por utópicas o por conspiranoicas, o, en algunos casos, por utópicas y conspiranoicas al mismo tiempo. También tienen en común que, finalmente, benefician a una pléyade de curas que van surgiendo en su entorno, y que se expresan y desarrollan a través de nichos de mercado, ofreciendo y consumiendo productos propios y profesionalizando a quienes se entregan a la causa. No podemos obviar lo que significa “cura”, ni la razón por la que los curas católicos ostentan ese nombre: el sacerdote, sana, cura moralmente a los feligreses. El cura actual es la salvación de ser machistas, de ser racistas, de destruir el planeta, de hacer daño a los animales… y el cura es comprensivo con el desánimo de los “feos” cuando se ven abocados al celibato —según ellos por culpa —por culpa— de los guapos, por culpa de las pérfidas mujeres que escogen a los guapos y, además, por culpa del feminismo—. El cura le pone una tirita de argumentos al que sufre porque no consigue demostrar que la tierra es plana (ya que, desde altas instancias, se conspira tan eficazmente para que la tierra siga apareciendo como un óvalo en medio de la nada del universo), o consuela a otros tantos que observan con desesperación que los “no blancos” pasan —según ellos— por encima de todos debido (dicen) a los intereses de una élite maquiavélica que persigue que Europa y EE.UU. dejen de ser mayoritariamente blancos, y que fomenta la emigración y el mestizaje por puro amor a lo global.

Esos sufrimientos morales son la razón de ser del cura que cura explicando cómo son las cosas y cómo han de ser los creyentes, reconduciendo por el buen camino a los que, temerosos, se preocupan y se indignan. El buen camino es, además, un negocio. Lo fue y lo sigue siendo en el caso de la iglesia católica y lo es ahora en el caso de las causas que jalonan nuestro sistema cultural.

"¿Cómo es posible que, de pronto, haya serias coincidencias entre islamistas, extrema derecha e izquierdistas woke?"

Como muestra de la cercanía cultural de hoy entre “tendencias” aparentemente opuestas, la retirada de EE.UU. de Afganistán ha sido celebrada por grupos islámicos, por grupos de extrema derecha nacionalista de EE.UU. (teóricamente enemigos de los musulmanes), y por una parte de la izquierda (teóricamente enemiga de la extrema derecha: con más razón al tratarse de la extrema derecha de EE.UU., pues pertenece a una nación que esa izquierda ya, de por sí, considera ultraderechista y reaccionaria). ¿Cómo es posible que, de pronto, haya serias coincidencias entre islamistas, extrema derecha e izquierdistas woke? Las violencias lo habrían anticipado: asesina el terrorista izquierdista e izquierdista cristiano, asesina el terrorista islamista y también viene haciéndolo un tipo de hombre blanco desfavorecido de EE.UU., por ejemplo esos jóvenes que asaltan su propio instituto de un modo tan similar a como han empezado a atentar en Europa algunos europeos de familias musulmanas, normalmente pequeños delincuentes que se vuelven precarios practicantes del islam poco antes de asesinar a los ciudadanos del país suyo, pues en él se han educado y han crecido.

El aislamiento y el rencor —hacia el estado— del joven hombre blanco que atenta en EE.UU. es muy similar al aislamiento y el rencor —hacia el estado— del joven hombre europeo de familia musulmana que atenta en Francia. Su forma de actuar es semejante, y en ambos casos parten de una victimización que retroalimenta el rencor y acrecienta su aislamiento, así como acrecienta la desesperada voluntad de hacer algo de definitiva importancia con su vida. “En realidad, el terrorista islámico y el nacionalista étnico no son enemigos, están hermanados, pues comparten una genealogía común”, dice Byung-Chul Han. Esa genealogía sería “el miedo”. “Las inseguridades sociales, unidas a la desesperación y a un futuro sin perspectivas, constituyen el caldo de cultivo para las fuerzas terroristas”.

"Todos los habitantes del planeta, en mayor o menor grado, nos encontramos inquietos, superados, baqueteados por la incertidumbre que nos insufla la globalización"

Ese “miedo” apuntado como causa de la transversalidad de las violencias por Byung-Chul Han se debería a un momento histórico muy particular, en el que todos los habitantes del planeta, en mayor o menor grado, nos encontramos inquietos, superados, baqueteados por la incertidumbre que nos insufla la globalización, que es, en primer lugar, del dinero, y, por tanto —como señala Alessandro Baricco—, no es una globalización cierta. La globalización no es una verdad, no es algo que ya se haya producido, sino, según él, algo que se cree que, si se postula, se producirá. Es, de nuevo, demasiado parecido a una religión, la religión del capitalismo, que esbozaba Walter Benjamin. Como si la humanidad se hubiese enamorado de esa idea, dice Baricco, la idea de una aldea global que no acaba de ser, que si acaso estaría en camino pero provocando toda clase de desequilibrios y desigualdades. Ahí hay un hueco (un gap, un escalón, una falla) enorme, quizá monstruosa, en la que la propia Historia resulta falaz, superchería, posverdad. La idea de que estamos actualmente viviendo en una aldea global, que nos han vendido durante unos años, ¿no sería en sí misma una posverdad, es decir, una falacia?

A tenor de la gran proliferación de movimientos identitarios (justo cuando el mundo supuestamente se globaliza y ofrece indicios de hacerse igual, de igualarse, siendo que esa globalización es más algo que se cacarea que un hecho), estamos faltos de identidad. Las victimizaciones grupales —ante enemigos más o menos inventados— producen la profusión de identidades que estamos viendo. “El miedo por sí mismo hace que inconscientemente se provoque la nostalgia de un enemigo. El enemigo es, aunque de forma imaginaria, un proveedor de identidad”, afirma Byun-Chul Han, y Pablo Malo parece corresponderle en su nuevo libro, Los peligros de la moralidad: nos volvemos moralistas para hacer grupo identitario, y los enemigos nos son muy útiles para cohesionarnos. Si Baricco sanciona que el mundo actual, supuestamente en vías de globalizarse, lo es como un lejano oeste, un Far West de oportunidades, el terreno ideal para hacer grandes fortunas, el individuo se vuelve inseguro, está perdido, siente miedo, se vuelve moralista, identitario y violento.

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