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El ojo fascinador de Juan Eduardo Cirlot

El ojo fascinador de Juan Eduardo Cirlot

“En la ventana ciega desde donde te miro”

JUAN EDUARDO CIRLOT

Este año se cumple el cincuentenario de la muerte de Juan Eduardo Cirlot; un poeta, como ya he señalado en otro artículo de Zenda al referirme a Carlos Edmundo de Ory, que junto a Joan Brossa y Francisco Pino forma parte de esa singular relación de poetas heterodoxos que los estudiosos y críticos no han podido adscribir a ninguno de los numerosos movimientos y grupos literarios de la poesía de la segunda mitad del pasado siglo.

En realidad, la poesía de Cirlot solo tiene como referente al propio Cirlot, del mismo modo que el postismo solo se explica, a poco restrictivo que se sea, con Carlos Edmundo de Ory. El grupo Dau al Set tampoco sirve para sistematizar o adscribir su poesía a una tendencia poética determinada. Dau al SetDado a Siete—, nombre completamente brossiano que por su irracional imposibilidad parece anticipar algunos de los incitadores poemas visuales del autor de Poesia escènica, estaba configurado por un innovador elenco de creadores catalanes, entre los que encontraban, además del factótum del grupo Joan Brossa, los artistas plásticos Juan José Tharrats, Joan Ponç, Antoni Tapies y Modest Cuixart, y al que se sumó gustosamente Juan Eduardo Cirlot; pero la referencia del Dau al Set solo sirve como punto de partida y de divergencia en la poesía de sus dos poetas. Con esto quiero decir que la poesía de Cirlot, a pesar de su relación inicial con el surrealismo y su orientación final hacia el simbolismo y la poesía hermética, siempre ha seguido —como señala Clara Janés en el estudio introductorio de su Obra poética de Cátedra (1981)— «un camino propio».

"Sobre todo, sorprende su obra poética, no solo por su extensión sino por su intrincada evolución interna, tal vez la causa de que haya pasado desapercibida para sus contemporáneos y de que todavía hoy sea terreno de iniciados"

Juan Eduardo Cirlot tuvo una sólida formación musical con el maestro Ardevol, hacia la que inicialmente orientó sus pasos, incluso llegó a componer algunas obras musicales, hasta que la guerra civil se interpuso en sus iniciales planes. Otra influencia decisiva en su evolución creativa fue la del hermano de Luis Buñuel, Alfonso, quien lo inició en el surrealismo; completando su terna formativa con el profesor Marius Schneider, quien lo encaminó hacia el ámbito de la simbología, tan fundamental para el desarrollo de sus pulsiones intelectuales y estéticas. Cirlot, desde estas tres coordenadas con las que triangula sus intereses creativos, emprende un peculiar itinerario poético y ensayístico. Es en esta última faceta, a la que hay que sumar la de investigador y la de crítico literario, en donde alcanza un mayor —y merecido— reconocimiento, con obras como Diccionario de los ismos (1949), Introducción al surrealismo (1953), Del expresionismo a la abstracción (1955) o su divulgado y prestigiado Diccionario de símbolos (1958).

Pero, sobre todo, sorprende su obra poética, no solo por su extensión sino por su intrincada evolución interna, tal vez la causa de que haya pasado desapercibida para sus contemporáneos y de que todavía hoy sea terreno de iniciados. Cirlot siguió una evolución intrínseca, alejado de las modas y del sistema de vigencias de su tiempo. Téngase en cuenta que por fecha de nacimiento, y siguiendo la escala generacional de Ortega y Gasset y de Julián Marías, Juan Eduardo Cirlot pertenece a la primera generación de posguerra, a los nacidos entre 1909-1923, entre los que se encuentran Gabriel Celaya y Blas de Otero, pero también Luis Rosales, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco y Dionisio Ridruejo. Si bien, en cambio, la poesía de Cirlot gravita completamente alejada de estas dos disímiles órbitas generacionales para establecer la suya propia, su sistemático modelo poético. Ya he señalado más arriba que en la dificultad de su poesía interviene la prolijidad de sus desarrollos, y que quizá haría falta una selección rigurosa de sus poemas que sirviese al lector como introducción en su obra, debido a que en este caso el frondoso bosque no deja ver la exuberancia de sus árboles y tampoco sus originales frutos.

"El lector no deja de sorprenderse ante el ojo fascinador de Cirlot, un ojo heterotópico que se muestra en todo momento frío y distante, persiguiendo una desabrida objetividad que llega a resultar inquietante"

Su poesía evoluciona a partir de sí misma, reinterpretando los supuestos de la vieja vanguardia y de los planteamientos estéticos del surrealismo, pero, sobre todo, alejándose de las poéticas generacionales de la poesía de posguerra; en este caso podría decirse que su poesía es todo un ismo y un movimiento literario, o, al ser plurales y múltiples sus enfoques, una literatura que recorre desde su génesis todas sus cabalísticas posibilidades.

La editorial Wunderkammer acaba de editar, casi sin hacer ruido, uno de sus singulares, olvidados y extraños libros —Ferias y atracciones—, invocando estratégicamente en su cincuentenario la obra de Juan Eduardo Cirlot. El libro, editado con un singular formato, acompañado de una serie de interesantes ilustraciones y fotografías, cuenta con un ponderado prólogo contextualizador del arquitecto y profesor de Historia del arte Enrique Granell, buen conocedor de su obra poética, que ayuda al lector a sacar la entrada para adentrarse por el iniciático espacio ferial cirlotiano.

Ferias y atracciones se publicó en 1950, apenas unos años antes de que escribiese El ojo en la mitología. Su simbolismo (1954), precursor de su celebrado Diccionario de los símbolos (1958), por lo que el libro reeditado ahora por Wunderkammer dista mucho de ser un mero compendio descriptivo de un recinto ferial. El lector no deja de sorprenderse ante el ojo fascinador de Cirlot, un ojo heterotópico que se muestra en todo momento frío y distante, persiguiendo una desabrida objetividad que llega a resultar inquietante. ¿Qué nos cuenta realmente Cirlot en Ferias y atracciones? No es solo la tramoya, los subterfugios y los atrezos de un recinto ferial lo que el escritor nos pone con minuciosa puntillosidad ante nosotros, sino que más bien parece que esté describiendo nuestra sociedad como un ferial, un ferial que gira sempiternamente en torno a sus fantasmagorías y falsos mitos, y en el que nos presenta alegóricamente el mundo distópico por el que deambulamos como despistados y distraídos espectadores. No es extraño que la rueda, el círculo sin principio y final, sea el gran símbolo de este ferial en el que cada uno debe de encontrar su salida.

"El lector de Feria y atracciones, para salir con éxito de su punto final, tendrá que enfrentarse a las preguntas de una arpía sobre los arcanos y enigmas de la iniciática alegoría por la que ha transitado"

Es símbolo, en la poesía de Cirlot, es algo más que un recurso expresivo. El autor no deja de utilizar la analogía nacida de la imagen especular —y en el caso de Ferias y atracciones, espectacular— para sublimarla en su realidad simbólica. El recinto ferial se convierte en todo un representativo escenario de los trajines de una sociedad infantilizada por los falsos demiurgos que se encuentran detrás del cartón piedra de sus fantasmagorías.

Hay una fotografía icónica de Juan Eduardo Cirlot en la que puede verse al poeta delante de algunas de las espadas de su colección, síntesis de la tradición militar de sus antepasados y de su pasión por la simbología. Tal vez, visualmente, sea la imagen que mejor defina su escritura, que por develadora y heterotópica resulta inquietante.

El lector de Feria y atracciones, para salir con éxito de su punto final, tendrá que enfrentarse a las preguntas de una arpía —trasmutada en esfinge— sobre los arcanos y enigmas de la iniciática alegoría por la que ha transitado. Puro Cirlot, que no deja de interrogarnos con su ojo fascinador.

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Autor: Juan Eduardo Cirlot. Título: Ferias y atracciones. Editorial: WunderKammer. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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